Cuando aún ni siquiera se ha posado la polvareda que ha levantado la rebelión armada del jefe de los mercenarios de Wagner, contra la cúpula del Ministerio de Defensa ruso, es aún demasiado pronto para comprender en profundidad sus causas, sus entresijos, y no digamos ya sus consecuencias -para Rusia y para la geopolítica- a corto y medio plazo.
Pero de entrada, debemos desechar una idea, una explicación, la que el mismo Putin nos ofrece. La de que lo sucedido se debe a las “ambiciones desmedidas y los intereses personales» de un solo hombre, aunque éste se llame Yevgueni Prigozhin y sea uno de los oligarcas más ricos, poderosos e influyentes de Rusia.
No. Debemos buscar en la lucha de clases -la que recorre la sociedad rusa, a su clase dominante, y al mismo régimen de Putin, de arriba a abajo- algunas primeras e insuficientes respuestas a un acontecimiento que ha tenido al mundo en vilo, y ha colocado a una de las grandes potencias globales al borde de una guerra civil.
La rebelión armada de Prigozhin contra la cúpula del Ministerio de Defensa ruso, ha cruzado un rubicón de antagonismo ante el que Putin -hasta ahora un árbitro que había tolerado los insultos y acusaciones contra el Kremlin- ha tenido que posicionarse. Finalmente, la crisis era desactivada, Prigozhin se detenía en su avance hacia Moscú a sólo 200 km de la capital, aceptaba un «retiro de oro» en Bielorrusia, y su ejército de mercenarios será reabsorbido por el ejército, continuando no sólo en la invasión de Ucrania, sino como el brazo armado extraoficial de Rusia en medio mundo.
Pero ¿qué ha provocado este amotinamiento, que ha acercado a Rusia al borde de un conflicto interno? La rebelión de Wagner revela las costuras sobre las que está montado el régimen de Putin, y el polvorín de antagonismos que recorre a la clase dominante rusa.
Hace unas pocas semanas en Rusia, Yevgeni Prigozhin no era sólo uno de los oligarcas más ricos y cercanos a Putin, y el jefe de un ejército «privado» -en realidad, un aparato de Estado- con decenas de miles de hombres y tropas en medio mundo, sino un «héroe nacional» por su protagonismo en la invasión de Ucrania.
Llamar a la guerra por su nombre, cuestionar la versión oficial del Kremlin sobre la marcha de la «operación militar especial», y no digamos ya insultar a diario a la cúpula militar, son un billete seguro para ir a la cárcel en Rusia. Pero no para Prigozhin, el poderoso señor de la guerra de Wagner, cuyos enfrentamientos y acusaciones directas contra el ministro de Defensa Serguéi Shoigú y el jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov -a los que ha culpado de haber “aniquilado” 100.000 soldados rusos y de haber creado un “caos” con su estilo de mando en la guerra en Ucrania- han sido consentidos por Putin.
Como buen hijo de la KGB, Vladimir Putin sabe lo importante que es que el zar se eleve sobre las conjuras de sus boyardos, adquiriendo un papel de árbitro imparcial, de fulcro de la balanza, favoreciendo ahora a unos y luego a otros. «En parte, para que compitan por mejores resultados, en parte para que nadie sea tan fuerte como para disputar su cargo», dice Álvaro de Argüelles en El Orden Mundial.
«Mercenarios y militares, funcionarios y oligarcas, nostálgicos soviéticos y ultranacionalistas… En Rusia existen múltiples centros de poder que tienen a Putin como único nexo. El presidente ruso explota estas diferencias para mantenerse al frente del país e incentivar la rivalidad entre las facciones del Kremlin y que así le lleven los mejores resultados a su mes», así caracteriza Mark Galeotti, experto en historia y asuntos de seguridad rusos, al régimen “carnívoro” y “caníbal” creado por Putin. Es de esta jungla de la que emergen caudillos como Prigozhin.
El «Divide et impera» y dar rienda suelta -dentro de un orden- a las rivalidades internas en el Estado y en la oligarquía financiera rusa ha sido un rasgo del régimen político de Putin desde que a finales de los 90 se pusiera al mando del Kremlin, imponiendo orden con mano de hierro en el seno de la clase dominante.
Este sistema ideado por Putin le ha dado excelentes resultados para ordenar y contener el sistema de contradicciones en la clase dominante rusa. Pero como todo aprendiz de brujo sabe, hay antagonismos que siempre acaban escapando. La guerra de Ucrania ha acabado por exacerbarlos. Frente a colaborar en pos de un objetivo común, las distintas facciones se han zancadilleado, o han falseado sus resultados para presentárselos embellecidos a Putin. Este juego de tronos fomenta y necesita de la corrupción y de las puñaladas traperas para repartirse -oficial o extraoficialmente- la riqueza, los recursos naturales o militares y hasta la munición.
En este caso -y motivado en última instancia por una invasión en la que Rusia está fracasando gracias a la heroica lucha del pueblo ucraniano, tratando de retener el terreno conquistado pero enfangándose más y más en una guerra que le ha costado más de 100.000 soldados, que ha desgastado a lo mejor de su ejército, y que no tiene visos de poder ganar- a Putin se le alzan voces dentro de la clase dominante (de las que señores de la guerra sangrientos como Prigozhin, o el líder checheno Kadírov son sólo sus portavoces) que exigen poner «toda la carne en el asador» para ganar como sea, y con el coste que sea, la invasión de Ucrania.
Este «Partido de la Guerra», además de defender un ultranacionalismo aún más delirante, clama por un reclutamiento masivo de toda la población rusa que tenga utilidad militar, llevando mucho más allá la «Doctrina Grozni», abogando por un mayor y más brutal control de la población del que ya ejerce el Kremlin, e incluso por el uso de armas nucleares tácticas. Y no dejan de atacar a la cúpula del Ministerio de Defensa, considerándola inepta, burocrática y blanda en una guerra en la que se juega el destino de Rusia.
Sería un error considerar la rebelión de Yevgeni Prigozhin como el fruto de las veleidades o de las «ambiciones desmedidas» del jefe de Wagner. Sea cual sea su destino individual tras su «auto-exilio» en Bielorrusia -vuelva al redil de Putin, acabe como su sustituto en el Kremlin, o muera envenenado por polonio- Prigozhin representa una línea dentro de la clase dominante rusa, una que apuesta por llevar mucho más allá la agresión imperialista, desbocando una respuesta aún más aventurera y peligrosa. Putin no ha llegado tan lejos porque sabe que esto tiene un coste social: la oposición (de momento controlada) de una parte de la población podría llegar a amplificarse.
Porque para tratar de entender hacia donde se dirige el polvorín en el que se ha convertido Rusia, debemos tener en cuenta siempre un factor que ahora permanece ignorado, ninguneado, apartado de la ecuación: el pueblo ruso.
Porque bajo el opresivo control que ejerce el régimen de Putin, hay unas clases populares que no dejan de manifestar su oposición ante una agresión contra un país al que los rusos están unidos por millones de lazos familiares, históricos y culturales. Un pueblo que no deja de rebelarse contra una clase dominante y un Kremlin que envía a sus hijos a la picadora de carne que es la guerra, mientras ellos disfrutan de los más opulentos lujos.
Aún es demasiado pronto para comprender el alcance y la gravedad de las consecuencias de lo que ha ocurrido en Rusia. Pero las costuras del régimen de Putin se han abierto, volviéndose más visibles para el mundo entero… y para los ciudadanos rusos.
Pdfs.Los pdfs que lee Garaikoetxea en Getxo observando Intxaurrondo dice:
Tiene miga la cosa. Un ejército de mercenarios nazis….un Presidente anti-comunista, que era director del KGB…. pero qué narices había en la URSS?
Si Lenin o la vieja guardia bolchevique levantan la cabeza 🙄….eso es lo que hace falta en Rusia,un partido bolchevique