Literatura

El «irrealismo lógico» de Rodrigo Fresán

Con Rodrigo Fresán -y otros, por supuesto- asistimos ya a un cambio generacional en la literatura hispanoamericana. Algunos han simplificado este cambio hablando del tránsito de Macondo a MacOndo. Y Rodrigo Fresán parece darles la razón cuando define su literatura como «irrealismo lógico» frente al agotado «realismo mágico». Pero todo es, por supuesto, mucho más complejo. Con Rodrigo Fresán entran en la literatura hispana a borbotones registros culturales nuevos: la música pop (es un apasionado de Bob Dylan), el cómic, el cine de Kubrick, la narrativa de Cheever y en general toda la gran narrativa norteamericana de los últimos treinta años, … y ese aire nuevo se respira en una prosa torrencial e innovadora.

Rodrigo Fresán nació en Buenos Aires en 1963 en el seno de una familia de la intelectualidad argentina de los sesenta or cuya casa no era raro ver aparecer a Julio Cortázar o a García Márquez. Pasó su adolescencia en Venezuela (huyendo del golpe militar) y a partir de 1984 se dedicó al periodismo en diversos medios, escribiendo crítica literaria y de cine, pero también sobre música o gastronomía. Desde 1999 vive en Barcelona, donde sigue colaborando en revistas como Letras Libres o Página 12 y donde, desde hace unos días, se ha hecho cargo de la serie de «novela negra» de la editorial Mondadori.Sun primer libro, «Historia Argentina», fue un auténtico best seller, que permaneció seis meses en la lista de libros más vendidos y que la crítica eligió como la revelación narrativa de 1991. La aparición en el libro de realidades tabúes, como los desaparecidos, los «desaparecedores», la guerra de Las Malvinas, la corrupción o la democracia, en el seno de una estructura novedosa de relatos interconectados, que se «prestan» personajes y situaciones, generó en una parte de la crítica y del público la errónea esperanza de que Fresán podía llegar a ser el deseado «autor nacional» que nunca habían sido -en ese sentido estrecho, localidta y patriotero- ni Borges ni Cortázar ni lo son ahora César Aira o Ricardo Piglia.Fresán no tardó en deshacer el equívoco de una forma radical. Y en «Vidas de santos» (1993), su segundo «libro de relatos», se marcha a las antípodas, y recuperando «las voces alucinadas de los profetas» nos ofrece un libro «sobre Jesucristo, sobre la religión, con variaciones sobre la religión a la que vinculo con Andy Warhol, con el show busines, el mundo de los vampiros, Drácula…», un libro profano y herético, una parodia, a veces hilarante, a veces trágica, donde el Más Allá puede aparecer comparado con un supermercado o un shopping center, y que está en las antípodas de esa seudoliteratura religiosa «antireligiosa» seria, tipo «El código Da Vinci», «un libro malo, muy malo», en opinión de Fresán.En «Vidas de Santos» comienza a delatarse ya sin ninguna ambigüedad la curiosa mezcla de lecturas e influencias que caen en la turmix devoradora de Fresán, un lector incansable, un «fatigador» de bibliotecas, que diría Borges; y ahí encontramos a Kafka y a Borges, a su adorado Cheever (al que ha dedicado un ensayo), la literatura pop o la futurista, Philip K. Dick o incluso el mejor Stephen King (Fresán no desprecia algunos best sellers); y por supuesto la música (las canciones de Dylan, el método compositivo de los Beatles), el cine, la televisión, el cómic…En «Vidas de Santos», por otra parte, se confirma algo que ya afloraba en «Historia Argentina»: la novedad y la fuerza de su narrativa. En Fresán no encontramos jamás la frase hecha y los lugares comunes tan manidos de los escritores, sino una literatura fresca, original, llena de hallazgos narrativos, metáforas originales y giros insospechados. Un virtusiosmo narrativo que ha sido resaltado, bendecido y predicado por escritores del calibre de Roberto Bolaño y Vila-Matas. Una literatura torrencial que tiene por subtexto un universo de referencias culturales que van desde los clásicos de la literatura de todos los tiempos a cualquier icono de la cultura de masas actual. ¿Literatura posmoderna? Puede. Pero yo no la calificaría así.El propio Rodrigo Fresán ha definido a veces su narrativa como «irrealismo lógico»: si el «realismo mágico» empleaba un tono realista punteado con elementos mágicos, él -dice- escribe desde el punto opuesto: «un paisaje completamente freak donde introduzco datos lógicos. Las costuras de mis delirios son elementos racionales». En otro lugar lo ha definido como «La aparición de fragmentos de lógica en esta irrealidad en la que vivimos».Tras «Vidas de Santos», Fresán publicó otro libro de relatos («Trabajos manuales», 1994) y al año siguiente, con «Esperanto»; inició su ciclo novelístico. Otro día hablaremos de él, porque sin duda es uno de los escritores contemporáneos que no debemos perder de vista.

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