Un pinar de Izium -una pequeña ciudad de 45.000 habitantes cercana a Járkov, en el este de Ucrania- es el nuevo escenario de un horror que está dando la vuelta al mundo. Entre los árboles se agolpan las fosas abiertas donde los forenses han desenterrado y examinado los cuerpos de al menos 445 personas. Hay cadáveres de soldados ucranianos arrojados en fosas comunes, pero la inmensa mayoría son civiles, mujeres, niños y familias enteras incluídas. En decenas de ellos se han encontrado sogas atadas al cuello y otros signos de tortura. Los supervivientes también denuncian la presencia de campos de detención y tormento en la localidad.
La contraofensiva ucraniana cerca de Járkov y la apresurada retirada de las tropas rusas de la localidad de Izium está permitiendo al mundo entero conocer los horrores de los crímenes perpetrados por los soldados del Kremlin, desde que a primeros de abril se apoderaron de la localidad. A pesar de su avanzado estado de descomposición, cada cuerpo relata su historia a los forenses. Unos -como el de la niña de cinco años identificada como Olesya Stolpakova, muerta el 9 de marzo junto a sus padres- cuentan cómo murieron destrozados bajo los bombardeos de la aviación rusa. Otros, con las manos atadas a la espalda y con agujeros en la nuca, evidencian su ejecución sumaria. Algunos otros presentan signos de violencia, huesos rotos y sogas atadas al cuello, signo inequívoco de torturas.
Los cuerpos que están entre las raíces de los pinos no son todos. Según las autoridades ucranianas, al menos un millar de personas habrían muerto en Izium desde que comenzó la guerra. Antes de que esta ciudad estratégica -considerada uno de los principales enclaves de entrada al Donbás, en el este de Ucrania- cayera en manos rusas, el 1 de abril, Izium fue sometida a intensos y prolongados bombardeos. Según el testimonio de los supervivientes, menos 50 personas murieron cuando Rusia atacó con varias bombas pesadas partieron en dos un edificio residencial de apartamentos, cerca del puente principal.
Los ataques aéreos fueron tan prolongados que los resguardados habitantes aprendieron incluso a identificar a los bombarderos por el sonido. «Sabíamos que iba a lanzar dos bombas; si por el contrario era un avión muy ruidoso, iba a lanzar seis. Contábamos cada una de las explosiones antes de poder respirar aliviados”, cuenta Olga, de 44 años, al reportero de The Guardian.
Tras ser ocupada, las fuerzas rusas la convirtieron en el enclave principal para lanzar su asalto contra las tropas que quedaban en la parte del Donbás controlada por Ucrania. Las autoridades locales consiguieron evacuar a parte de la población, pero según los responsables, unos 10.000 ciudadanos quedaron atrapados. Y para ellos comenzó otra nueva etapa del infierno.
Los rusos venían con una lista negra de aquellos lugareños que eran militares, de las familias de los militares o de los veteranos de la guerra del Donbás. “Sabían exactamente dónde buscar, en qué dirección”, dice otra mujer a The Guardian. «La gente desaparecía». También abundan en Izium los relatos de abusos y ejecuciones sumarias. “Un amigo mío se rebeló contra los soldados rusos que le habían robado el coche, lo mataron a sangre fría, a él y a su perro”, relata Eduard, de 30 años.
Los investigadores ucranianos han identificado en la localidad hasta seis centros de detención y tortura: en la comisaría de la policía local, en el edificio del servicio de seguridad, la fiscalía, el centro de prestación de servicios administrativos y en la oficina de reclutamiento. Y muchas cámaras de tormento por toda el área reconquistada: dos cerca de Járkov, otras dos en la ciudad de Balaklia, una en el pueblo de Hrakovo, en el distrito de Chuhuiv, y una en la ciudad de Vovchansk.
En ellos las tropas rusas torturaban a los prisioneros con cables eléctricos, les introducían agujas bajo las uñas, o les daban palizas hasta romperles los huesos. Así lo detallan varios supervivientes entrevistados por la corresponsal de RTVE, Almudena Ariza.
El de Izium -como los de Bucha o Irpín- es un nuevo y brutal testimonio de los crímenes de guerra perpetrados por los invasores rusos, atrocidades que Moscú niega tajantemente, acusando a los testigos y periodistas de ser «agentes de propaganda». Pero los supervivientes y los muertos entre los pinos gritan la terrible verdad de esta invasión imperialista.