«La venta de casas, pisos e inmuebles está paralizada, la construcción es responsable de la pérdida de más de un millón de empleos y su aportación al crecimiento sigue siendo negativa. En 2010 quedaban casi 700.000 viviendas nuevas por vender mientras que las instituciones financieras, como consecuencia del colapso del mercado, acumulan más de 65.000 millones de euros en inmuebles o suelo que el mercado es incapaz de absorber.»
El ritmo de absorción de las viviendas terminadas es tan lento que el mercado uede tardar un lustro en recuperarse. Los precios apenas han caído un 16% (como media) cuando, dado el enorme stock sin colocar, parece necesario hundir los precios en torno al 40%. Los particulares se niegan a depreciar el valor de sus activos inmobiliarios y los bancos entienden que una caída rápida del valor deterioraría un poco más sus balances, incluso aunque en sus cuentas aparezca provisionada una parte de los inmuebles embargados. (EL PAÍS) LA VANGUARDIA.- Este pasado sábado pegué un respingo al oír como Alfredo Pérez Rubalcaba proponía la reforma de la ley electoral con acento alemán: "Propondré la reforma de la ley electoral y he de deciros que a mí me gusta mucho el modelo alemán". La traslación de la ley electoral alemana a España reduciría de manera sensible la representación parlamentaria de Convergència i Unió y del Partido Nacionalista Vasco, rebajaría los humos catalanistas que aún quedan en el PSC, y supondría, reforma constitucional mediante, un verdadero cambio de régimen. Una nueva arquitectura. Caray, Rubalcaba, cuánto juego que va a dar el 15-M. ABC.- Colocada ante la necesidad imperativa de sobrevivir a unas circunstancias de adversidad extrema, la izquierda española ha rebuscado en las cenizas de un período de esplendor caducado. Lo ha hecho con unidad y orden, sin espectáculos fraccionarios, pero emitiendo a la sociedad un mensaje de agotamiento ideológico y esclerosis generacional. Rubalcaba no representa una esperanza de renovación ni una baza de futuro, sino una opción de rescate. Una escalera de seguridad por la que escapar del edificio en llamas del zapaterismo, a punto de desplomarse sobre sus propios escombros. La fe con que los socialistas se agarran como mal menor a su experiencia demuestra hasta qué punto ha fracasado la democracia bonita. EL PERIÓDICO.- Los ajustes presupuestarios tienen el doble efecto de reducir los servicios que reciben los ciudadanos, sobre todo en ámbitos como el sanitario y el docente, pero además suponen una pérdida de puestos de trabajo. Podrían llegar a destruirse 200.000 empleos en toda España. En medio de ese panorama sombrío aparecen algunas fórmulas, remedios temporales en forma de nuevas maneras de afrontar los mismos trabajos y servicios para que los clientes, en este caso el Estado, tengan menos costes. A cambio, eso sí, de reducción de ingresos de los trabajadores, de apretarse otra vez el cinturón. Editorial. El País El gran ajuste pendiente Casi tres años después del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, alentada por los Gobiernos del PP y tolerada durante la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, el mercado de la vivienda sigue siendo el gran problema de la economía española. La venta de casas, pisos e inmuebles está paralizada, la construcción es responsable de la pérdida de más de un millón de empleos y su aportación al crecimiento sigue siendo negativa. El tenebroso panorama de la construcción ha recibido recientemente confirmación estadística: en 2010 quedaban casi 700.000 viviendas nuevas por vender mientras que las instituciones financieras, como consecuencia del colapso del mercado, acumulan más de 65.000 millones de euros en inmuebles o suelo que el mercado es incapaz de absorber. Desde que empezaron a percibirse los primeros síntomas del crash inmobiliario en España se advirtió que la única solución al empacho de vivienda (en 10 años se iniciaron más de 5,5 millones de pisos en una explosión de irracionalidad que suponía que el mercado lo absorbería todo y los precios nunca bajarían) era un ajuste rápido y profundo de los precios. El entonces vicepresidente Solbes explicó, con fundamentadas razones, que cuanto más deprisa bajaran los precios antes se disolvería la crisis y antes el sector de la construcción podría recuperar un ritmo de funcionamiento capaz de crear empleo. Este criterio exige, además, un cierto compromiso político para no favorecer la creación de una nueva burbuja, por lo cual se adoptó la decisión de eliminar las desgravaciones fiscales a la compra de vivienda. Pero el ajuste no se ha producido de forma rápida ni profunda. De hecho, en los últimos dos años se ha apoyado sencillamente en dejar de construir, de forma que el ritmo de absorción de las viviendas terminadas es tan lento que el mercado puede tardar un lustro en recuperarse. Los precios apenas han caído un 16% (como media) cuando, dado el enorme stock sin colocar, parece necesario hundir los precios en torno al 40%. Esto es más fácil de decir que de hacer. Los particulares se niegan a depreciar el valor de sus activos inmobiliarios y los bancos entienden que una caída rápida del valor deterioraría un poco más sus balances, incluso aunque en sus cuentas aparezca provisionada una parte de los inmuebles embargados. No hay incentivos para bajar los precios. Y menos cuando se observa que el aspecto más delicado de la relación entre el mercado financiero y el inmobiliario está en el riesgo de aquellas sociedades inmobiliarias que están siendo sostenidas por bancos y cajas simplemente para que su desplome no imponga nuevas e insostenibles cargas de pisos embargados a las instituciones financieras. Los promotores y constructores piden fórmulas imaginativas para acabar con este colapso de ladrillo que asfixia las opciones de crecimiento económico. Pero la solución más eficaz es bajar los precios. Y de esas soluciones imaginativas debería descartarse cualquier subvención directa o indirecta. EL PAÍS. 11-7-2011 Opinión. La Vanguardia El giro jacobino Enric Juliana Al poco de llegar a Madrid, en la primavera del 2004, tuve una larga conversación con un personaje del Partido Popular –un hombre de altas cualidades intelectuales– que había tenido importantes responsabilidades en el tiempo de José María Aznar. La recuerdo bien aquella conversación. Fue mi bautizo en Madrid. Fue la primera vez que intuí el revés de la trama. La recuerdo muy bien porque me di cuenta de la enorme distancia entre los lenguajes de Madrid y Barcelona. No los idiomas; los códigos de la ciudad en la que, desde hace siglos, se asienta el poder del Estado y una Barcelona con medio poder y muchas ensoñaciones. Lo recuerdo bien. Una larga sobremesa en un restaurante del barrio de El Viso. –¿Cuál era vuestro proyecto, de haber ganado las elecciones?, pregunté. –Dejar tumbado a Zapatero con su delirante alianza con Esquerra Republicana, para pactar con el PSOE la única reforma constitucional que procede en España que es la reforma de la ley electoral. Implantar una ley como la alemana, que exige un porcentaje mínimo a nivel nacional, con el consiguiente cambio de dinámica Catalunya y el País Vasco, sobre todo en Catalunya, donde lo más razonable sería el modelo CDU-CSU (la alianza estable de la derecha bávara con la unión demócrata cristiana alemana). Me acuerdo tanto de esa conversación –mi interlocutor, un castellano impecable, fue adquiriendo el afilado perfil de un personaje de El Greco a medida que avanzaban las sombras de la tarde–, que este pasado sábado pegué un respingo al oír como Alfredo Pérez Rubalcaba proponía la reforma de la ley electoral con acento alemán. Me hallaba en los sótanos del palacio municipal de Congresos, en un rincón de la sala de prensa, porque a Rubalcaba hay que escucharle siempre con mucha atención. Con el timbre irónico del profesor que sabe que más de la mitad de sus alumnos no acaban de captar el alcance de la lección, el primer ministro añadió: "Propondré la reforma de la ley electoral y he de deciros que a mí me gusta mucho el modelo alemán". Caray. España, país de federalismo vergonzante, puesto que el engendro del Estado de las autonomías, hijo de la improvisación y el apaño, jamás de los jamases será federal; país sin federalistas, que se parte de risa cada vez que recuerda la locura de la Primera República, se pone a pensar –¡en plena crisis económica!– en la ley electoral que regula el más complejo y equilibrado de los estados federales europeos. Caray, caray, caray. El sábado volví a tener noticia del revés de la trama. La ley electoral alemana hace honor a la ingenieria tedesca. Es un engranaje muy complejo –tanto que el Tribunal Constitucional ha exigido a los legisladores que introduzcan mayor claridad en su articulado– que podría resumirse de la manera siguiente. Los electores depositan dos papeletas, con la primera eligen de manera directa al diputado de su pequeña circunscripción, y con la segunda votan una lista de partido en colegio regional (länder). En este segundo escrutinio, para obtener un número de diputados adecuadamente proporcional a los votos emitidos, los partidos tienen la obligación de superar el límite del 5% en todo el territorio nacional; por debajo de ese umbral, menos diputados. Ese mecanismo redujo, por ejemplo, la representación del Partido del Socialismo Democrático (hoy Partido de la Izquierda), inicialmente radicado en los länders del Este por ser hijo del antiguo partido comunista de la RDA. La traslación de la ley electoral alemana a España reduciría de manera sensible la representación parlamentaria de Convergència i Unió y del Partido Nacionalista Vasco, rebajaría los humos catalanistas que aún quedan en el PSC, y supondría, reforma constitucional mediante, un verdadero cambio de régimen. Una nueva arquitectura. Caray, Rubalcaba, cuánto juego que va a dar el 15-M. LA VANGUARDIA. 11-7-2011 Opinión. ABC La escalera de incendios Ignacio Camacho HAY algo que no se les puede negar a los socialistas, y es lealtad a las siglas y moral de combate. Con unas encuestas como las que tiene en contra Rubalcaba y una derrota tan dolorosa y reciente a cuestas, en el PP se habría producido una grave crisis de liderazgo y de confianza, y en sus reuniones de partido brillarían los puñales y las navajas cachicuernas. Brotarían candidatos de diverso pelaje respaldados por banderismos mediáticos y en el propio electorado hubiese cundido una mezcla de cainismo y desánimo. El PSOE, en cambio, herido de gravedad en términos objetivos y sumido en una depresión moral severa, ha sido capaz de cerrar filas y aglutinarse alrededor de un candidato de emergencia rescatado de su memoria histórica, una elección que en otras circunstancias hubiera constituido una invitación al harakiricolectivo. La socialdemocracia ha apretado los dientes y tocado a rebato con unidad digna de elogio, pasando por encima incluso de sus propias reglas internas —las primarias— y aplastando con rigurosa disciplina cualquier intento individual de regeneracionismo. Hasta Zapatero se ha dejado basurear sin objeciones y parece dispuesto a entregar el mando a distancia del Gobierno a un heredero que ha zarandeado su política para escapar del naufragio. Y todo ello sin apenas expectativas razonables de conservar el poder, sin otra meta que la de alcanzar una derrota honrosa, la de evitar una catástrofe que deje a la izquierda para los leones, triturada a merced de una refundación histórica. Sólo para salvar los muebles. El reagrupamiento socialista en torno a un superviviente del felipismo constituye un retroceso objetivo de una década que devuelve al PSOE a la etapa prezapaterista y convoca el fantasma de Almunia, presentado en su momento con el mismo halo pragmático y sensato del que ahora pretende rodearse Rubalcaba. Se trata de un movimiento autodefensivo motivado por el instinto de supervivencia, pero revela la incapacidad del partido para fabricar un liderazgo contemporáneo. Detrás de Zapatero no había nada, o lo es que resulta aún peor, no había más que un tardozapaterismoaún más bisoño y menos fiable. Colocada ante la necesidad imperativa de sobrevivir a unas circunstancias de adversidad extrema, la izquierda española ha rebuscado en las cenizas de un período de esplendor caducado. Lo ha hecho con unidad y orden, sin espectáculos fraccionarios, pero emitiendo a la sociedad un mensaje de agotamiento ideológico y esclerosis generacional. Rubalcaba no representa una esperanza de renovación ni una baza de futuro, sino una opción de rescate. Una escalera de seguridad por la que escapar del edificio en llamas del zapaterismo, a punto de desplomarse sobre sus propios escombros. La fe con que los socialistas se agarran como mal menor a su experiencia demuestra hasta qué punto ha fracasado la democracia bonita. ABC. 11-7-2011 Editorial. El Periódico Apretarse el cinturón Los ajustes presupuestarios tienen el doble efecto de reducir los servicios que reciben los ciudadanos, sobre todo en ámbitos como el sanitario y el docente, pero además suponen una pérdida de puestos de trabajo. Podrían llegar a destruirse 200.000 empleos en toda España, y unos 15.000 en Catalunya, una cifra que los sindicatos sitúan en 20.000 personas. Esas pérdidas se concentrarían entre los trabajadores públicos con contrato laboral y los empleados de las empresas proveedoras del sector público. Las compañías que tienen a la Administración -en cualquiera de sus manifestaciones- como un cliente principal están pasando por un momento especialmente duro. No solo tardan en cobrar, sino que en muchos casos verán cómo se quedan sin cartera de pedidos. En esas condiciones es imposible mantener las plantillas, lo que no deja de ser dramático e irracional porque el recorte del gasto público acaba provocando que más ciudadanos se incorporen a las colas del paro y reclamen el subsidio de desempleo. En medio de ese panorama sombrío aparecen algunas fórmulas que, sin ser la panacea, resultan útiles en el empeño de resistir hasta que pase lo peor de la crisis. Son remedios temporales en forma de nuevas maneras de afrontar los mismos trabajos y servicios para que los clientes, en este caso el Estado, tengan menos costes. A cambio, eso sí, de reducción de ingresos de los trabajadores, de apretarse otra vez el cinturón. EL PERIÓDICO. 11-7-2011