¿Por qué en medio de una pandemia, España soporta un nivel de crispación política sin comparación con otro país de Europa? No pocos apuntan como razón a la derivas cada vez más reaccionarias y sediciosas de la derecha y la ultraderecha. Pero las razones no están en el Congreso, sino fuera: en los proyectos de los centros de poder de la banca, el Ibex35 o el gran capital extranjero.
Nos preparan una década de recortes y ajustes estructurales, un proyecto difícilmente ejecutable con el gobierno de coalición más a la izquierda de la UE, con un notable grado de influencia de las demandas de la mayoría social progresista. Es necesario atar en corto al gobierno Sánchez, y eventualmente hacerlo caer.
Casi todos los días, una bronca. Cada jornada, un bochornoso espectáculo. La portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, llamando «hijo de terrorista» al vicepresidente Pablo Iglesias. O la ultraderecha culpando al gobierno de las muertes por coronavirus.
No es una vehemencia natural, fruto de la normal confrontación de ideas, del legítimo derecho de ejercer la oposición. Esa envenenada acritud no existe en la sociedad, unida -dentro de las más dispares opiniones sobre la gestión del gobierno- en la necesidad de salir juntos de la Covid-19 y de la crisis económica que ya está aquí.
Es una confrontación impostada, artificial y de diseño. Al contrario que el virus biológico, el virus de la crispación sí está fabricado en laboratorios políticos (think tank como la FAES, cercana al PP, o el GEES, ligado a Vox) e inoculado en el Congreso, en tertulias o informativos.
Hay razones de peso dar rienda suelta a este virus. Ya tenemos encima una nueva crisis, y la cuestión principal a dirimir es quién va a pagar los platos rotos. La apuesta de la oligarquía es clara: España necesita una década de recortes y ajustes, blindados por «acuerdos estructurales» que los hagan permanentes e irreversibles frente a la oposición popular.
Y para los intereses oligárquicos, un gobierno como el actual -que ha demostrado tener un excesivo grado de influencia de las demandas de la mayoría social progresista- ya no es un «traje incómodo», sino un obstáculo a remover.
Estas son las razones ocultas de la creciente y crepitante crispación que todos los días hace ebullir los noticiarios, con una polémica tras otra para socavar al gobierno de coalición. En el corto plazo, buscan arrinconarlo y limitar al máximo su margen de maniobra. En el medio plazo -para la temporada «otoño-invierno», cuando sea legal convocar nuevas elecciones- pretenden hacerlo tropezar hasta que caiga.
Guiada por este propósito, y alimentando la crispación como el clima propicio, la oligarquía despliega un movimiento doble.
Por un lado, fortalecer a los representantes de la “ortodoxia financiera” en el actual gobierno. Minimizando la influencia de Unidas Podemos o de aquellos sectores del PSOE donde se haga presente la influencia de la mayoría progresista.
La Razón publicaba a toda página que “Calviño presiona a Iglesias para hacer recortes en 2021”. Dejando claro que “el equipo económico liderado por Nadia Calviño prepara un duro plan de recortes económicos que permita a España recibir el imprescindible auxilio de Europa”.
Por otro, imponer un drástico giro político, que expulse a Unidas Podemos del gobierno, y base un ejecutivo en solitario del PSOE en el apoyo externo del PP. “Una vez superada la pandemia, lo razonable sería articular un gobierno de gran coalición, sin Pedro Sánchez, para atender la devastadora situación económica y laboral que se avecina”, dice Luis María Ansón. Añadiendo que “los menos piensan en una personalidad independiente que forme un gobierno tecnocrático”.