SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El drama, ¿está servido?

Traten de conseguir que su partido adopte posiciones más reflexivas y menos agresivas respecto a Catalunya, si no el drama está servido”. 15 de diciembre del 2003. Sesión de investidura en el Parlament de Catalunya. En el turno de réplicas, Pasqual Maragall, presidente in péctore, advierte al jefe de filas del Partido Popular catalán, Josep Piqué. Un escalofrío recorre la espalda de muchos de los presentes. Lo recuerdo bien. Yo tuve esa sensación. Maragall y las palabras. La lucha de desgaste alrededor de su persona llevaba meses concentrada en ese flanco. Las maragalladas. Jordi Pujol nunca se había expresado con esos términos.

Pasqual Maragall en su primer debate de investidura en el Parlament, 15 de diciembre del 2003Pujol sacó una vez toda su irritación en el balcón de la plaza de Sant Jaume, acusando a Felipe González de haber cometido una “jugada indigna” con la querella de Banca Catalana. Se inflamaba, pero nunca habló de dramas. Tenía buenos motivos para ello. Pujol aseguró su hegemonía electoral en el caladero de UCD. Centrismos, miradas de complicidad con el PSUC, submarinismo en ERC, TV3, Catalunya pueblo a pueblo e inteligencia. Pujol, sofocante y abrasivo en su apogeo, ha sido el político catalán más sólido. Subía al Puigmal, oteaba horizontes, reclamaba plenitudes, negociaba con Madrid y Miquel Roca reunía a los alcaldes transitivos –especialmente numerosos en Lleida y Tarragona– y les decía: “Una cosa es haber sido alcalde franquista y otra, alcalde en el franquismo”. Pepe Gomis, conseller de Governació de la Generalitat entre 1988 y 1992, había sido jefe del Movimiento en Montblanc. A esa gente nunca se le habló de dramas. Habrían huido.

Han pasado mil años –mil, no once– y las palabras de Maragall vuelven a resonar en la memoria de quienes entonces las anotamos como signo de debilidad. La nueva presidencia se anunciaba frágil. Demasiado frágil. Aquel balcón tripartito, con la sonrisa de Zapatero detrás. Han pasado mil años.

Cuando Maragall dijo esas palabras, todo lo que parecía sólido estaba chapado en oro. La economía crecía un 2,4%, las tiendas estaban llenas, los restaurantes rebosaban, el ladrillo era fértil, la tasa de desempleo no superaba el 11,5%, el Real Madrid imperaba, el Barça comenzaba a remontar y la mayor tragedia humana se hallaba lejos, muy lejos, en la bíblica Mesopotamia. En los balcones de Barcelona donde ahora cuelgan más banderas, aquel año había habido mucho ruido de cacerolas.

Todo lo que parecía sólido estaba bañado en oro, pero las nuevas y viejas clases medias se inquietaron con la guerra de Iraq. Nada que ver con una pasión súbita por la Geopolítica. Ni siquiera pacifismo, aunque esa fuese la bandera. Alarmada por los atentados de Nueva York, la gente veía venir un mundo más hostil. Un mundo que podía girarse en contra de su bienestar, como así ha sido. Barcelona, contenta de haberse conocido en 1992, alejada del Estado en sí mismo, municipalizada por la izquierda, catalanista, pequeño burguesa y un poco libertaria –sólo un poco–, se convirtió en avanzadilla europea de aquel estado de ánimo. George Bush padre dijo en una convención de empresarios del petróleo en Texas que “las manifestaciones de Barcelona no nos harán cambiar de política” y fue el acabose. Hace mil años. Han saltado muchas pantallas desde entonces en la Era de Acuario, pero hay una relación directa entre la advertencia maragalliana y el debate de esta semana en el Parlamento español a propósito de Catalunya.

El martes en el Congreso nadie habló de dramas, excepto la diputada Rosa Díez, que quiere llevar gente a prisión. El partido un día interpelado por Maragall dijo no a lo que se le pedía, con reglamentismos de la Abogacía del Estado, grupo dirigente hoy reforzado. Lo dijo sin alzar la voz. Los diputados-jabalíes fueron amarrados. La parte catalana tuvo una mayor variedad de registros: desde el Club Súper Tres a los austracismos de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón invocados por Josep Antoni Duran Lleida. Nadie habló el martes de drama, pero ese temor sobrevolaba el hemiciclo. Ese temor, hoy, existe. En Barcelona y en Madrid.

Y ahora hay más debate. Como apuntaba ayer Fernando Ónega, lúcidamente, cada vez hay más gente hablando de reformar la Constitución y de otros cambios. Hace mil años, a Maragall le tacharon de loco por hablar del federalismo asimétrico. Maragall y las palabras.

El tablero está nervioso y atención al movimiento táctico que se insinúa para octubre: elecciones anticipadas en Andalucía. El PSOE andaluz nunca ha perdido una partida desde 1980. Esta vez tampoco va a quedarse quieto y el momento le es propicio. Catalunya moviliza en el Sur, el PP no tiene cartel y en Izquierda Unida hay pugnas. Susana Díaz, mimada por el Estado y los poderes madrileños, puede aspirar a la mayoría absoluta, cortando con una recta secante las primarias del PSOE.

Hay que sumar esta variable a las ideaciones sobre el otoño que nos espera: antes del plebiscito catalán puede haber un plebiscito andaluz.

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