En unas recientes declaraciones a la prensa antes de llamar telefónicamente a su homólogo ruso, Trump dijo que hablaría con Vladímir Putin de «repartirse los activos de Ucrania”.
La expresión «repartirse los activos de Ucrania» es tan deliciosamente reveladora como aterradoramente despiadada. Pero es completamente real. Esta es -en buena parte- la esencia del ignominioso acuerdo imperialista entre Washington y Moscú para desguazar Ucrania, para despiezarla en dos áreas de influencia, y para repartirse sus riquezas.
En esta componenda imperialista, como dos depredadores, como dos fieras abalanzadas sobre una presa, Washington y Moscú tienen una colusión temporal de intereses. Los dos se observan de reojo y ansían llevarse los bocados más jugosos.
EEUU y Rusia tienen diferentes intereses en imponer una «paz imperialista» sobre Ucrania. ¿cuáles son?
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Rusia: la pieza ucraniana del imperio euroasiático.
Decía Zbigniew Brzezinski -Consejero de Seguridad Nacional de EEUU con Carter y Obama, y uno de los grandes geoestrategas de la superpotencia – que Ucrania no es cualquier país, sino un «pivote geopolítico». Con Ucrania en su órbita de dominio, Rusia es una potencia euroasiática. Sin Ucrania, sólo asiática.
Porque este es el proyecto que -a sangre y fuego, y con Vladimir Putin como artífice- tiene la clase dominante rusa: ser reconocida como una potencia euroasiática determinante en el mundo multipolar que se está gestando.
Buscan recuperar bajo su dominio exclusivo el espacio territorial de las antiguas repúblicas exsoviéticas, desde Bielorrusia al oeste hasta el Pacífico, pasando por blindar su dominio sobre las repúblicas exsoviéticas de Asia Central y el Cáucaso. Ello les permitiría -a través del control de la mitad del Mar Negro- proyectar poder sobre Oriente Medio y el Mediterráneo.
Y dado que Rusia no cuenta con un gran «poder blando» -carece de atracción económica o cultural- la única herramienta que les queda para cohesionar su proyecto imperial y expansionista es el garrote y el miedo, la amenaza de la fuerza militar. De ahí su agresividad.
Y Ucrania es la clave de bóveda de su proyecto, su más importante y codiciada pieza.
Por eso no basta con un acuerdo de Paz donde EEUU y Kiev le concedan, por la política de los hechos consumados, las regiones rusófonas conquistadas y anexionadas -además de la Península de Crimea, Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia- sino que Putin exige una Ucrania desarmada, desmitarizada y sometida a Moscú.
Una Ucrania maniatada e indefensa para ser rápidamente conquistada en futuras aventuras militares, o con un gobierno diferente, dispuesto a someterse al dictado del Kremlin. Este es su objetivo.
No lo decimos nosotros. Lo dicen ellos. En una reciente entrevista, Vladislav Surkov, jefe de la administración presidencial durante años y responsable de los territorios de Donetsk y Lugansk entre 2014 y 2020, recalcó que el objetivo de Rusia es el aplastamiento militar, o militar y diplomático de Ucrania”. “La división de este pseudo-Estado artificial en sus fragmentos naturales. Puede haber pausas en el camino, pero esta meta será alcanzada”, dijo al medio francés L’Express.
Para ello, Putin trata de aprovechar una ventana de oportunidad, con Trump en la Casa Blanca, que no va a durar para siempre, y que puede cerrarse súbitamente en un panorama mundial tan turbulento y cambiante.
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EEUU: cobrarse los réditos, y atraer a Rusia
¿Y que busca con el entrega de una Ucrania maniatada la clase dominante norteamericana a través de Trump?
El despiadado trato chantajista y neocolonial que Trump ha dado a Ucrania -obligándola a entregar la mitad de sus tierras raras o de sus reservas de hidrocarburos, o sugiriendo que debe vender sus centrales energéticas a compañías estadounidenses si quiere que estén realmente «protegidas» de ataques rusos- puede dar la idea de que el único interés de EEUU en el despiece del país es sacar jugosos réditos económicos. Pero no es así.
Si como decía Lenin la política es economía concentrada, la geoestrategia es su destilada.
Actuando así en Ucrania, Trump y la clase dominante norteamericana por él representada tiene un plan.
Necesitan restablecer los vínculos -políticos, diplomáticos, económicos y comerciales- con Rusia por varios y poderosos motivos. Y la entrega -total o parcial, ya veremos- de Ucrania es el precio ineludible.
El primero es China, el principal objetivo de la política exterior norteamericana. Washington necesita restablecer el buen tono con Moscú como paso previo a intentar atraerla, y separar a Rusia de una relación cada vez más estrecha y estratégica con Pekín. En esa ecuación también entra una Corea del Norte que ha trabado una alianza militar con el Kremlin, enviando tropas a combatir a Ucrania a cambio de que Rusia rompa su aislamiento internacional.
Con una Rusia cubriendo las espaldas de China, la superpotencia difícilmente podrá completar su cerco al gigante asiático y contener su emergencia.
Otra cosa es que Moscú se preste realmente a ese juego, dado el tupido cúmulo de intereses que ha establecido con Pekín y con el resto de los BRICS.
A esta razón, con diferencia la principal, se suma que EEUU necesita alcanzar acuerdos con Rusia sobre el dominio de las rutas del Ártico, sobre las nuevas zonas de influencia en Oriente Medio, el Sahel o el África Subsahariana. Y cerrar acuerdos sobre recursos estratégicos para el desarrollo tecnológico.
Estas son algunas de las razones del despiadado acuerdo imperialista de EEUU y Rusia sobre Ucrania, que significan una amenaza para la paz y la seguridad en Europa y en el mundo, y que trata de establecer una «ley del más fuerte» en la arena internacional.
Un despiece imperialista de Ucrania al que los pueblos debemos oponernos con todas nuestras fuerzas, apoyando al país y al pueblo agredido.