«Avisados, estábamos. El Directorio Europeo lleva más de un año imponiendo sus exigencias y si aguzamos la memoria recordaremos cómo Merkel ya pidió la reforma de la Constitución española el día 3 de febrero del 2011 en Madrid. Frau Merkel vino a pasar revista y dejó apuntado en declaraciones a la prensa que todos los países de la zona euro deberían hacer como Alemania e inscribir en sus respectivas constituciones el solemne compromiso de no gastar mucho más de lo que se ingresa. Lo dijo con letra minúscula, sin levantar la voz, sin altanería prusiana, pero lo dijo.»
Alemania, de nuevo el aís más poderoso del continente después de la gran tragedia hitleriana, tiene un serio problema de opinión pública. Sus bancos –alegres financiadores de la fiesta hedonista del sur de Europa- están en riesgo y el compañero Wolfgang del metal no quiere saber nada de las deudas de los meridionales, porque ve en riesgo su salario y su pensión. El Bild-Zeitung se lo recuerda a menudo con vistosos titulares. La gran paradoja europea probablemente sea la siguiente: la historia ha vuelto a llamar a Alemania para que desempeñe un papel imperial, sin que el alemán de a pie acabe de estar psicológicamente preparado para ello, puesto que en 1945 su país recibió una orden tajante: nunca más pretendas ser el káiser de Europa. (LA VANGUARDIA) EL PAÍS.- De acuerdo con el Banco de Pagos Internacionales, Alemania prestó casi 1,5 billones de dólares a Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia. Al comienzo de la crisis los bancos alemanes habían hecho el 30% de todos sus préstamos a los sectores privados y públicos de esos países. Todavía hoy esa categoría de préstamos es equivalente al 15% del volumen de la economía alemana. Añadamos a eso la profunda implicación alemana en el despilfarro del crédito inmobiliario norteamericano (la mitad de los activos subprime se colocaron en Europa), así como en la especulación inmobiliaria europea, y tendremos claro que allí donde tenían lugar las fiestas, los bancos alemanes habían suministrado la bebida. PÚBLICO.- Si prohibimos el déficit nos obligamos a financiar las inversiones con los impuestos de los años en los que se construyen. Esto es ineficiente e injusto. Ninguna empresa financia sus inversiones con los beneficios del año en el que se ejecutan. Apañados estaríamos si así fuera. Las financian con créditos o ampliaciones de capital y las amortizan a lo largo de su vida útil con los beneficios que generan. No decimos que una empresa está en desequilibrio porque recurre al crédito para financiar inversiones, eso es lo normal. Si no se pueden financiar inversiones con deuda, el gasto de inversión entrará en conflicto con el gasto corriente, es decir, redistribución y servicios públicos, y este tenderá a reducirse. Opinión. La Vanguardia El compañero Wolfgang del metal Enric Juliana Avisados, estábamos. El Directorio Europeo lleva más de un año imponiendo sus exigencias y si aguzamos la memoria recordaremos cómo la canciller Angela Merkel ya pidió la reforma de la Constitución española el día 3 de febrero del 2011 en Madrid, apenas veinticuatro horas después de la firma en el palacio de la Moncloa del pacto para instaurar la edad de la jubilación a los 67 años. Frau Merkel vino a pasar revista y dejó apuntado en declaraciones a la prensa que todos los países de la zona euro deberían hacer como Alemania e inscribir en sus respectivas constituciones el solemne compromiso de no gastar mucho más de lo que se ingresa. Lo dijo con letra minúscula, sin levantar la voz, sin altanería prusiana, pero lo dijo. Recuerdo bien aquella conferencia de prensa. Merkel, vestida con un traje chaqueta de los almacenes KaDeWe (Kaufhaus des Westens, el más añejo centro comercial de Berlín, abierto desde 1906) y con un corte de pelo monacal, correcto y sin pretensiones, parecía venida de otro mundo. A su lado, José Luis Rodríguez Zapatero exhibía aires de maniquí y asentía con la cabeza. Cuando la canciller comenzó a hablar, el contraste aún se hizo mayor. Frases cortas, lenguaje directo y escasos eufemismos. Un vocabulario siderúrgico. Poca tontería mediática. Angela Merkel pidió la reforma de la Constitución con la misma claridad con que en mayo del 2010 había exigido el endurecimiento de las pensiones de jubilación, nada más desmoronarse el programa keynesiano español, que creía disponer de un colchón de 300.000 millones de euros (20 puntos de deuda pública en relación al PIB) para atemperar la crisis a la espera de una inminente reactivación. El fatídico día 9 de mayo del año pasado, además de exigir una radical contención del déficit lanzado al galope, el Directorio Europeo introdujo la cuestión de las pensiones a petición expresa de Berlín. El problema –como siempre– era político y no exclusivamente contable. Alemania, de nuevo el país más poderoso del continente después de la gran tragedia hitleriana, tiene un serio problema de opinión pública. Sus bancos –alegres financiadores de la fiesta hedonista del sur de Europa- están en riesgo y el compañero Wolfgang del metal no quiere saber nada de las deudas de los meridionales, porque ve en riesgo su salario y su pensión. El Bild-Zeitung se lo recuerda a menudo con vistosos titulares. La gran paradoja europea probablemente sea la siguiente: la historia ha vuelto a llamar a Alemania para que desempeñe un papel imperial, sin que el alemán de a pie acabe de estar psicológicamente preparado para ello, puesto que en 1945 su país recibió una orden tajante: nunca más pretendas ser el káiser de Europa. Únicamente los franceses conservan esa mentalidad (napoleónica), como acaban de demostrar en Libia. Francia, sin embargo, sólo es el inteligente número dos del Directorio. Alemania, además de cuadrar las cuentas, necesita ritos sacrificiales del Sur. La cigarra debe sufrir. Primero, las pensiones. Ahora, la reforma constitucional. Mañana, la reducción de los salarios. Y España está obedeciendo de una manera soprendente. Sí, es verdad, apenas hay alternativa, estamos viviendo meses de vértigo y si nos echan del euro vamos a acabar cantando "¡Perón y Evita, mi pareja favorita!". Hay que convencer al compañero Wolfgang del metal y hay que evitar que el día 1 de septiembre cuando los brokers regresen de sus vacaciones en Capri organicen una gran merienda con los bonos españoles. El Banco Central Europeo nos ha protegido en agosto y ahora toca pagar el rescate. En eso consiste ser un país factualmente intervenido. Sorprende, sin embargo, la mansedumbre española. Esa obediencia sin punta de orgullo. Aunque España es, junto con Irlanda y Finlandia, el país europeo más amigo de Alemanía, la ausencia de recelos acumulados no es suficiente explicación. Debe de haber otra clave. Una clave de gran carga magnética. ¿Se la imaginan? Sí, claro que sí. Tanta docilidad en el país de los orgullos sólo se explica por el ajuste de cuentas interno. La reforma de la Constitución impuesta por el Directorio – una invasión de soberanía en toda regla–, aparece como el primer paso para someter a las autonomías, ergo, para laminar a los catalanes y, en menor medida, sujetar a los vascos. La prueba irrefutable de ello es la clamorosa marginación de los dos principales partidos catalanistas (CiU y PSC) en la negociación previa al cumplimiento del dictado. Refresquemos de nuevo la memoria. El catalanismo es socio fundador de la España de 1977. CiU, PSC y PSUC participaron en la definición del nuevo orden y la Constitución, tumbada en el País Vasco, no naufragó por el voto afirmativo de Catalunya en el referéndum de 1978. CiU no ha sido convocada después de haber garantizado la estabilidad del Íbex 35 en el desfiladero de mayo del 2010, y el PSC ha sido definitivamente fulminado. La última jugada de Zapatero anuncia cuál será su papel cuando se retire en León. Será el abogado de los pactos PP-PSOE con cláusula de exclusión. El hombre derrotado, irremisiblemente derrotado, que busca el perdón de Aznar. Tiene cincuenta años y no quiere ser Nadie. LA VANGUARDIA. 28-8-2011 Opinión. El País El remedio de la eurozona empieza por Alemania Gordon Brown (…) Hace tres años, cuando la crisis financiera empezó a golpear, el Gobierno alemán, como el resto de Europa, definió rápidamente el problema como anglosajón, echando la culpa a Estados Unidos y a Reino Unido. Un año más tarde, cuando la crisis financiera se había transformado en una crisis económica general, los alemanes se replegaron a un territorio todavía más seguro, más familiar, redefiniendo la crisis mundial no como financiera sino como fiscal, una crisis de déficits y de deuda. Como resultado de ello, Alemania ha negado tener culpabilidad alguna en lo que ha ido mal. Realmente, si puede argüir que no es la fuente del problema puede justificar resistirse a adoptar costosas medidas para resolverlo. Pero, de acuerdo con el Banco de Pagos Internacionales, Alemania prestó casi 1,5 billones de dólares a Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia. Al comienzo de la crisis los bancos alemanes habían hecho el 30% de todos sus préstamos a los sectores privados y públicos de esos países. Todavía hoy esa categoría de préstamos es equivalente al 15% del volumen de la economía alemana. Añadamos a eso la profunda implicación alemana en el despilfarro del crédito inmobiliario norteamericano (la mitad de los activos subprime se colocaron en Europa), así como en la especulación inmobiliaria europea, y tendremos claro que allí donde tenían lugar las fiestas, los bancos alemanes habían suministrado la bebida. La única fiesta que se perdieron, como ya dijo en broma un comentarista, fue la del esquema Ponzi de Bernie Madoff. Como resultado de ello, los bancos de Alemania son hoy los que tienen un coeficiente de endeudamiento más alto que cualquiera de las economías más avanzadas, hasta dos veces y media más que sus competidores bancarios estadounidenses, según el FMI. De hecho, preocupados por el impacto que pudieran tener las pruebas de resistencia en su credibilidad, los reguladores de la banca alemana han sido hostiles a tener que pasar por los mismos requisitos de comprobación y de contabilidad del capital acordados para todos los otros países de la eurozona, y uno de los Landesbank -bancos regionales alemanes de titularidad pública- llegó al extremo de retirarse del test la víspera de que se hicieran públicos los resultados. Pero ¿por qué debiera preocupar eso a Alemania, que es competitiva, fiscalmente sólida y económicamente robusta? Porque por toda Europa las pobres condiciones del sector bancario se están convirtiendo en un riesgo para la recuperación y la estabilidad. Los bancos alemanes, como los demás bancos europeos, dependen de la obtención de fondos a corto plazo, y, en los próximos tres años, esos ya débilmente capitalizados y escasamente rentables bancos tienen que recaudar 400.000 millones de euros de los mercados, una cantidad que es cerca de un tercio de toda la deuda de la eurozona, estimada en 1,4 billones de euros. Hace pocos días le tocó a Francia -calificada, como Alemania, con AAA por las agencias de calificación crediticia- enfrentarse a la presión de los mercados, debido a su alto grado de exposición a la periferia del euro. Cada país tiene sus propios problemas, pero, a medida que la crisis se desplaza hacia el núcleo de Europa, también Alemania podría encontrarse con que su otrora indiscutible imagen se convierte en un bastión financiero en tela de juicio. A corto plazo Alemania hará bien en apoyar la recapitalización bancaria a escala europea, algo de lo que ella misma se beneficiará. Pero también ha llegado el momento de que reconozca que tiene que ser parte integrante en la solución del problema, puesto que ha sido parte integrante del propio problema. Por supuesto que nadie debe esperar que Berlín transfiera un amplio porcentaje de su riqueza a los países más pobres de la Unión Europea en la misma escala en la que operan otros Estados federales -Estados Unidos, Australia y otros-, pero debe persuadirse de que la crisis no se puede resolver sin la disponibilidad de un eurobono común, una legislación en favor de una mayor coordinación fiscal y monetaria, y un papel del Banco Central Europeo que le lleve un paso más lejos que el de ser el guardián de la baja inflación, asumiendo un segundo papel de prestamista de último recurso. Al final, Alemania tendrá que ponerse de acuerdo en un mecanismo común para que Europa pague su salida de la crisis. Su reciente incapacidad para actuar desde una posición de fuerza pone en peligro no solo al país mismo sino a todo el proyecto del euro, que Alemania ha empleado décadas en desarrollar. ******************************* Opinión Casados por el euro Lola Galán Una semana después de que la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, propusieran a los países del euro blindar el techo de déficit en sus respectivas constituciones, como ha hecho ya la propia Alemania, el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció que reformará la Carta Magna en un tiempo récord. Y es que los deseos de Merkel, la mujer más poderosa del mundo, según la revista Forbes, casi siempre compartidos por Francia, son órdenes. La eurozonaha estado en vilo hasta que la canciller se decidió a dar luz verde al segundo rescate de Grecia, y se dispone a aceptar sin rechistar el "Gobierno económico" para capear la crisis, decidido en el mismo encuentro del martes pasado por los dos mandatarios que controlan la UE. Nunca como ahora, en plena crisis de la deuda soberana, con la moneda única acosada por los especuladores, ha quedado tan clara la irrelevancia de la burocracia bruselense, ni tan minimizada la voz de los otros 15 Estados que integran la zona euro, por no hablar de la desdibujada Europa de los 27. Merkel y Sarkozy, metamorfoseados en una especie de criatura política común, lo analizan todo, lo debaten todo y, normalmente, logran ponerse de acuerdo arrastrando después a los demás. Son la pareja de moda. Sus comparecencias públicas se han convertido en la constante del verano. Ellos se lo guisan y se lo comen, como decía con amargura hace unos días el consejero de Comercio de la Comisión Europea Karel de Gucht al hilo de las decisiones tomadas por el dúo el 16 de agosto en París. Supuestamente, ese encuentro pretendía calmar a los mercados. Merkel y Sarkozy salieron de su entrevista prácticamente de la mano, y anunciaron cosas más o menos acordadas hace tiempo (…) Tanta unanimidad no evitó que siguiera subiendo la prima de riesgo de las deudas italiana y española. El eje franco-alemán, impulsor de la propia UE, siempre ha sido clave en Europa. ¿Cómo discutir el liderazgo de las dos economías más grandes de Europa? Nunca antes, sin embargo, la sintonía entre los representantes de ambas potencias había sido tan ostensible y tan publicitada. Se les ha visto juntos en cinco ocasiones en los últimos 10 meses. Encuentros que a veces han irritado a sus socios europeos. Por ejemplo, en la cumbre que mantuvieron en octubre de 2010, en Deauville, en la costa de Bretaña, se pusieron de acuerdo para imponer a la UE una reforma del Tratado de Lisboa que permita, entre otras cosas, imponer sanciones (Merkel optaba por privarles del derecho de voto) a los países que no cumplan con la disciplina presupuestaria que exige la UE. La cosa no gustó demasiado. Angela Merkel y Nicolas Sarkozy forman una pareja política tan improbable como inseparable. Juntos analizan, ante un vaso de zumo de naranja o una copa de vino tinto, en solitario o rodeados de sus respectivos y amplios equipos, qué es lo que les conviene a sus dos países y a la UE, siempre bajo el prisma de sus intereses. Si algunos socios reclaman la creación de eurobonos, es decir, bonos con un solo apellido europeo, Merkel y Sarkozy dirimen sus diferencias antes de presentarse al mundo con una idea común: de momento, nada de eurobonos, sin armonizar antes las políticas presupuestaria, fiscal y hasta las Constituciones de cada país. Los eurobonos llegarán más adelante si no queda más remedio (…) EL PAÍS. 28-8-2011 Opinión. Público El déficit, problema e instrumento José Borrell El déficit público, cuando es excesivo y se retroalimenta con los intereses de la deuda, es un problema. Lo es ahora, aunque en España sea la crisis la que ha causado el déficit y no el déficit el que ha causado la crisis, como lo fue durante los muchos años en los que, como secretario de Estado de Hacienda, tuve que lidiar con él. Pero el déficit público, una palabra que suena mal porque indica una insuficiencia, también es un instrumento de la política económica al que no se debería renunciar constitucionalmente en nombre de un malentendido “equilibrio presupuestario”. Las apelaciones al equilibrio suenan bien porque a nadie le gustaría que le tacharan de desequilibrado. Para defender el equilibrio se argumenta que no se puede gastar más de lo que se ingresa, y para evitarlo habría que prohibir el déficit. Se acabaría así con la tentación de los gobiernos de no pasar por el incómodo trámite de exigir impuestos para poder repartir los beneficios del gasto público. Con la crisis griega –esta sí que es sin duda una crisis de exceso de déficit público–, Merkel ha repetido que no se puede gastar más de lo que se ingresa. También me lo decía mi abuela. Forma parte de la sabiduría popular y se asume como una evidencia. Pero las cosas son algo más complicadas. Aparte de que una familia no juega el mismo papel económico que un gobierno, habría que preguntarse por la dimensión temporal de ese equilibrio entre ingresos y gastos y por su naturaleza. Eso de que no se puede gastar más de lo que se ingresa hay que mantenerlo cada día, cada mes, cada año… o a lo largo de un ciclo económico que tiene –lo sabemos de sobra– fases de crecimiento y de depresión. Las empresas no ganan ni gastan lo mismo todos los meses y los gastos e ingresos públicos también son estacionales. Lo razonable para un país es buscar el equilibrio a lo largo del ciclo, equilibrando déficits y superávits anuales. También es importante la naturaleza de gastos e ingresos, que se suele obviar alegremente. El déficit que toma en consideración la contabilidad pública es el que resulta entre gastos e ingresos no financieros, y entre estos hay que distinguir entre gastos corrientes (como sueldos y gastos de funcionamiento, intereses y subvenciones) e inversiones. El gasto corriente beneficia a sus receptores de hoy y, por eso, se debe financiar con ingresos de hoy. Financiarlo con déficit, es decir, acumulando deuda, implicaría trasladar su carga al futuro. Por eso el Presupuesto debe tener superávit corriente. Y en eso consiste la famosa “regla de oro”, tan citada desde la pasada reunión de Merkel y Sarkozy sin explicar en qué consiste. La “regla de oro” es –o era– que el déficit fuese menor que la inversión, de forma que esta se financiase en parte con el superávit corriente y en parte con deuda. Es lógico, porque una inversión como construir una carretera o un hospital se paga en los ejercicios presupuestarios en los que se construye, pero sus beneficios se extienden en el tiempo por muchos años. No tiene sentido obligarse a financiarlo con los impuestos de hoy porque beneficiará también a los contribuyentes de mañana. El crédito se ha inventado para poder pagar la carretera en tantos ejercicios como dure la amortización de la deuda emitida para financiarla. Pero para eso hay que aceptar que los presupuestos de los años en los que se construye, que es cuando cobra el constructor, tengan déficit. Si prohibimos el déficit nos obligamos a financiar las inversiones con los impuestos de los años en los que se construyen. Esto es ineficiente e injusto. Ninguna empresa financia sus inversiones con los beneficios del año en el que se ejecutan. Apañados estaríamos si así fuera. Las financian con créditos o ampliaciones de capital y las amortizan a lo largo de su vida útil con los beneficios que generan. No decimos que una empresa está en desequilibrio porque recurre al crédito para financiar inversiones, eso es lo normal. Por eso las normas presupuestarias de la UE no prohíben el déficit, sino que lo limitan al 3% del PIB. Como me decía el propio Herman Van Rompuy en un reciente coloquio, para permitir que parte de la inversión se financie con déficit. El déficit cero y amén no sólo obliga al sinsentido económico de financiar toda la inversión con ingresos del año, sino que impide que los gobiernos puedan actuar de forma anticíclica manteniendo renta y generando actividad económica en los momentos depresivos. Y hasta la propia Christine Lagarde nos advierte desde el FMI de que una contracción fiscal demasiado rápida pondrá en peligro la recuperación. Comprometerse a no tener nunca déficit público, cualquiera que sean las circunstancias y cualquiera que sea su finalidad, es algo muy arriesgado y tiene que ver más con la ideología que con la economía. Aparte de esas consideraciones técnicas, ¿tiene algo que ver la renuncia al déficit con posiciones de derecha o izquierda? Tiene que ver desde luego con la concepción del rol y la dimensión de la acción pública. Si no se pueden financiar inversiones con deuda, el gasto de inversión entrará en conflicto con el gasto corriente, es decir, redistribución y servicios públicos, y este tenderá a reducirse. La alternativa sería subir la recaudación fiscal. Desde luego que habrá que hacerlo porque los gobiernos se han acostumbrado a pedir prestado el capital a los que lo tienen en vez de exigirles un mayor esfuerzo tributario. Algunos desde la izquierda ven en esa restricción la oportunidad de un rearme fiscal, pero ese dudoso rearme fiscal seguiría sin darle al Presupuesto su capacidad de actuar de forma compensatoria en las fases bajas del ciclo. Un instrumento que debe usarse con inteligencia y mesura, pero al que no se debería renunciar constitucionalmente. PÚBLICO. 28-8-2011