A principios de este mes el presidente norteamericano Donald Trump con un lacónico “es hora de reconocer oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel” puso fin a tres años de relativa tranquilidad en la zona y los tímidos pasos hacia un diálogo en el conflicto palestino-israelí.
Las palabras de Trump provocaron un inminente rechazo internacional (incluso del Vaticano). Hamas hace escasamente un mes y medio había cedido posiciones en apoyo del otro grupo palestino, Fatah, creando al fin una vía de conciliación en la política interna palestina, pero ante las declaraciones de Trump anunció una Tercera Intifada. La represión del gobierno israelí contra los manifestantes civiles palestinos está dejando cientos de heridos y varios muertos y ha creado una oleada de posiciones extremistas en el mundo árabe y un marco idóneo para alentar el terrorismo islámico. Las redes sociales se llenan de videos y documentos gráficos de la extrema violencia en la zona.
Esta situación, aún aberrante, nos resulta ya tristemente familiar. Lo que hoy nos asombra hasta los límites de la fascinación es la calculada maldad que yace en la decisión del presidente norteamericano de politizar a Jerusalén. No se debe olvidar que Jerusalén es la ciudad sacra por excelencia para las tres religiones monoteístas, y este espacio posee una profunda resonancia identitaria. Para los judíos no sólo es el Jerusalén histórico, sino el fin del Éxodo tras el horror del Holocausto. Para el musulmán es la ciudad sacra desde el siglo VII, donde la Mezquita de la Roca guarda el sitio desde el que Mahoma hizo su viaje nocturno Mi´raj; para el cristiano Jerusalén es la ciudad donde Jesucristo predicó, el lugar del Calvario y de la Cruxifición.
La declaración de Trump se hace además en el mes donde se celebran fiestas muy significativas, que proclaman el elemento diferencial de cada una las tres grandes religiones: La Hanukkah hebrea, la Navidad cristiana, el mawlid islámico (la celebración del nacimiento de Mahoma regida por el calendario lunar, que este año es el 12 de diciembre).
Y así lo malévolo de esta situación no sólo reside en el mensaje, sino en el momento en que se hace, con el ánimo de enardecer las posturas más exacerbadas en torno a los traumas y paradigmas identitarios. Mezclando religión y política Trump hace gala de una increíble similitud con el terrorismo que supuestamente pretende sofocar. Las consecuencias que pueden derivarse de las palabras del presidente son difíciles de prever.
Qué lejos de esta barbarie quedan los versos de nuestro místico y polígrafo andalusí Ibn ´Arabi quien desde la Murcia del siglo XIII, escribió “mi corazón es pasto para las gacelas, es templo para el peregrino, es la Torah del hebreo y la Kaaba del musulmán, porque mi religión es la religión del amor e iré donde me lleven sus caravanas”.
Los incendios cercan día y noche la ciudad de Los Angeles, donde resido. El fuego es voraz, incontenible. Las cenizas y el humo embarran el perfecto azul del cielo californiano. Muchos han huido durante estas fechas hacia paisajes menos desoladores. Yo me he quedado. Veo caer a mediados de diciembre esta nieve errónea e invertida. No nos hacen falta intérpretes de señales apocalípticas. Podemos adivinar por qué el cielo está en llamas.
carmen pombero león dice:
Precioso articulo que invita a una reflexión, lamentablemente una vez más, sobre la peligrosa política internacional de Trum. La alusión andalusí conmovedora. El párrafo final me parece de los mejores cierres de articulo que he leído.