SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El ángel exterminador

La tarde del 9 de marzo del 2008 había muchos nervios en Génova. Mariano Rajoy se encaminaba hacía su segunda derrota ante José Luis Rodríguez Zapatero en unas elecciones generales. Cuatro años después de los trágicos idus de marzo del 2004, volvía a perder. El jefe de la oposición no había logrado colocar la crisis económica en el centro del debate, pese a los negros nubarrones en el horizonte. Zapatero, tozudo, negaba la crisis, y Emilio Botín, presidente del Banco de Santander, le ayudaba. A la banca no le interesaba que cundiese el pánico en un país con muchísima gente endeudada hasta las cejas. Los españoles preferían creer en la fábula de Pedro Solbes sobre el “aterrizaje suave”.

Había tensión en Génova entre los ocupantes de la primera y la séptima plantas. En el primer piso, la gente de Esperanza Aguirre, el cuadro de mando del Partido Popular de Madrid. En el séptimo, el presidente del partido y su equipo. Se mascaba la derrota y algunos marianistas temían la escena del balcón. Disponían de buena información. Aguirre podía apoderarse de la noche electoral, aclamada por la gente congregada frente a la sede, en su gran mayoría afiliados del PP madrileño. “¡Presidenta, presidenta!”, sería el titular de portada del lunes. “¡Presidenta, presidenta!”, sería el corte de voz en la emisora episcopal. El motín de Génova. La señal de partida de una implacable campaña para echar a Rajoy de la dirección del PP antes de que llegase el verano.

El control del balcón –situado en la primera planta– se convirtió en la principal preocupación de los marianistas. Lo lograron, con una escenografía a la americana. Rajoy salió a saludar, acompañado de su esposa, Elvira Fernández Balboa, Viri, una mujer que siempre ha rehuido los focos, pero que no ha estado lejos de su marido en los momentos más complicados. Carácter fuerte. El hombre de Pontevedra reivindicó el resultado electoral –el PP había conseguido sumar más votos que en el 2004 y el PSOE no conseguía blindarse con la mayoría absoluta en puertas de una crisis que iba a ser atroz–, dejó claro su deseo de continuar y pidió unidad. Aguirre quedaba fuera de foco. Rajoy y Viri se besaron. Esa sería la imagen.

No hubo motín en Génova, pero la campaña siguió su curso, implacable. Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez Losantos formaban un tándem de gran eficacia. El cardenal Antonio María Rouco Varela, principal titular de la emisora Cope, en tanto que arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, seguía con gran atención sus movimientos. El 4 de marzo de aquel mismo año –cinco días antes de las elecciones generales–, había sido elegido presidente del episcopado por tercera vez, desplazando al obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, un eclesiástico moderado y distanciado de la brega madrileña. Rouco tiene un afilada vocación política. Su emisora era uno de los polos más agresivos de España. Calificaba de nazis a los gobernantes catalanes, daba por seguro que ETA estaba detrás de los atentados del 11-M y en alguna ocasión llegó a pedir la abdicación del Rey. Un foco agitador que otorgaba al cardenal una notable capacidad de presión sobre el Partido Popular. En Moncloa, la dirección socialista estaba encantada con la coalición Losantos-Ramírez-Rouco. Muy aficionado a las astucias –y, al final, víctima de ellas–, el presidente Zapatero hablaba todas las semanas con el director de El Mundo. Cuando Rouco recibía algún comentario adverso sobre la emisora católica, respondía galaicamente: “Lo siento, no he podido escuchar todo eso que usted me está contando. A esa hora estaba leyendo el Breviario”. Rajoy intentó obtener la neutralidad de la Iglesia ante el congreso que el PP iba a celebrar el mes de junio en Valencia. A tal efecto se organizó una merienda con Rouco en casa de la periodista Cristina López Schlichting, colaboradora de la Cope. Rajoy acudió a la cita acompañado de su esposa. A la salida, ambos tenían claro que aquel encuentro no había servido para nada. Rajoy consiguió vencer el congreso del PP, y en noviembre del 2011, descarnada la crisis, obtenía la mayoría absoluta en las elecciones.

Enero del 2014. Algo está pasando en Madrid. Las piezas del movimiento del 2008 se están desbaratando. Il sindacato de Milán –la aleación de industriales y financieros propietarios del Grupo Rizzoli, editor del Corriere della Sera y El Mundo– ha decidido el relevo del hábil Ramírez. La Cope, monitorizada por el Vaticano, se ha calmado. El cardenal Rouco Varela pronto será emérito –final de mandato en la Conferencia Episcopal y jubilación en el arzobispado– y se irá sin ser recibido por Rajoy en Moncloa. Esperanza Aguirre ha dimitido de la presidencia de la Comunidad, Bankia se ha desmoronado, y la derecha madrileña vive su primera gran crisis de liderazgo en 25 años. Ana Botella no sabe si será candidata a la alcaldía. El aznarismo se coloca en los bordes del PP y algunos de sus hombres se pasan al nuevo partido Vox. Diríase que un ángel exterminador se está paseando por Madrid.

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