Si desde finales del siglo XVII nuestro país se había convertido en objeto de diputa franco-británica y a lo largo de más de 200 años habíamos estado oscilando periódicamente es ser área de influencia del imperialismo inglés o del francés; esto va a cambiar radicalmente con la firma de los tratados hispano-norteamericanos en 1953.
A través de ellos, la oligarquía y su Estado van a buscar la protección y ponerse bajo el cobijo del imperialismo yanqui. Con la firma de los vergonzosos acuerdos, se convierte a España en un peón estratégico de los planes imperialistas de EEUU, permitiendo, por primera vez en nuestra historia, la instalación de una red de bases militares extranjeras permanentes en nuestro suelo. Al mismo tiempo, con los tratados, el régimen franquista permitía una amplia infiltración de la CIA en los aparatos estatales (Ejército, servicios secretos, Brigada Político-social,…) y propiciaba una legislación favorable a la llegada masiva de capital norteamericano que permitió a éste controlar importantes sectores de la economía nacional. La capacidad de intervención y dominio que a partir de ese momento adquirió el imperialismo yanqui, le ha permitido desde entonces instalar en puestos claves del Estado y de la vida política y económica del país a sujetos que le son adictos, reforzando así su capacidad de intervenir desde dentro en los destinos de nuestro país. Intervención que tiene su máxima expresión en las cláusulas secretas del Tratado, que autoriza la intervención de tropas norteamericanas de ocupación en caso necesario, contra un “enemigo interior”.
Tras el fin de la guerra mundial, el régimen franquista, vinculado a los ojos de la opinión pública mundial desde 1936 con las potencias nazifascistas, se enfrenta a una resolución de la recién creada ONU por la que España queda excluida de todos sus organismos, se recomienda a los países miembros de la ONU a que retiren sus embajadores de Madrid y emplaza al Consejo de Seguridad a estudiar las medidas que debían adoptarse en caso de que “al cabo de un plazo razonable, España continúe teniendo un gobierno que carezca del consentimiento popular”. La resolución, presentada por Polonia y aprobada a instancias de los países del Este que han quedado bajo la órbita de Moscú tras la guerra, pese a su radical apariencia, supuso en los hechos un balón de oxígeno para Franco. Por un lado porque el veto anglo-norteamericano impidió que en la resolución se tomaran medidas económicas contra el régimen. Por el otro porque la resolución implicaba, a su vez, el no reconocimiento por parte de la ONU del gobierno republicano en el exilio.
El “aislamiento” del régimen franquista, además, no iba a durar mucho. Sólo un año después, en octubre de 1947 los acontecimientos se precipitan. Un informe del Pentágono evalúa las ventajas de poseer bases aéreas en España equipadas para alojar a los bombarderos más pesados, un grupo de tres senadores y ocho congresistas norteamericanos hacen escala en España, se entrevistan con Franco y regresan a EEUU elogiando su firmeza ante el comunismo y el departamento de Planificación Política de EEUU recomienda al secretario de Estado y al general Marshall la rápida normalización de las relaciones económicas y políticas con España. 2 meses después, el encargado de negocios yanqui en Madrid recibe la orden de adoptar una “actitud cordial hacia España”. En marzo de 1948, el Congreso norteamericano aprueba incluir a España en el plan Marshall porque, en opinión del congresista autor de la propuesta, “la exclusión de España significa satisfacer de forma vergonzosa y estúpida a los rojos de Moscú y a los rojos de nuestros propios departamento de Estado y de Industria y Comercio”. 6 meses después una misión militar de EEUU encabezada por el presidente del comité de las Fuerzas Armadas del Senado visita Madrid y se entrevista con Franco para sondear la posibilidad de instalación de bases militares.
Tras el anuncio del éxito de la explosión de una bomba atómica por la URSS y el triunfo de la revolución china en 1949, el estado Mayor conjunto norteamericano presiona a la Casa Blanca para establecer una alianza con España, a fin de poder utilizar a la península como “la última posición firme en la Europa continental” sin la cual no sería posible la defensa de una Europa atacada por la URSS. Para finales de 1950, la decisión está tomada y en enero del 51 comienzan las negociaciones que culminarán con la firma de los Tratados de Amistad hispano-norteamericanos, la instalación de bases militares yanquis en España, la sujeción de España a los planes estratégicos y la doctrina militar norteamericana y la inclusión de nuestro país bajo la órbita de influencia, intervención y dominio del imperialismo yanqui.
200 años de disputa franco-británica por dominarnos llegaban a su fin, la nueva superpotencia yanqui pasaba a ocupar su puesto.