El 23 de agosto Prigozhin -líder de los mercenarios de Wagner- fallecía al estrellarse el avión en en que viajaba. El accidente -en el que todo el mundo vislumbra la mano del Kremlin- crea una incógnita sobre el futuro de los paramilitares, un brazo «extraoficial» del poder militar de Moscú. Y de nuevo, revela la feroz lucha de clases sobre la que se sostiene el régimen de Putin.
Las autoridades rusas han confirmado la identificación del cadáver de Yevgueni Prigozhin, hallado entre el amasijo de escombros del aparato en el que viajaba. Junto a él ha muerto el núcleo duro de su compañía. El siniestro ha decapitado a Wagner.
Tras conocerse la noticia, una idea cruzaba la cabeza de prácticamente todo el mundo: no ha sido un accidente. No faltan razones para pensar así. Putin siempre ha enfatizado que puede perdonarlo todo, salvo una cosa: “La traición”.
Ferozmente enfrentado a la cúpula militar rusa, en junio Prigozhin llevó su enemistad contra el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, a cruzar una línea roja, la del motín. El pasado 23 de junio las unidades de Wagner tomaron la ciudad de Rostov del Don y se lanzaron hacia Moscú. La columna se detuvo a apenas 200 km de la capital, tras la mediación de Bielorrusia. A Prigozhin se le permitió exiliarse, aunque a finales de julio, se lo pudo ver en la cumbre Rusia-África de San Petersburgo, y poco más tarde en Malí.
El ‘accidente’ de Prigozhin viene acompañado de la destitución de Serguéi Surovikin, que deja de ser general después de su detención en junio. Como el líder de Wagner, Surovikin es un destacado representantes del llamado “Partido de la Guerra”, una línea dentro de la clase dominante rusa que exige poner «toda la carne en el asador» para ganar como sea la invasión de Ucrania.
Muchos se preguntan ahora cuál será el destino de la compañía Wagner, mucho más un grupo de mercenarios. Es un aparato «extraoficial» del estado imperialista ruso. Un conglomerado de empresas opacas que además de apropiarse de lucrativos contratos mineros, extiende la influencia política y militar de Rusia en hasta once países africanos: Mali, República Centroafricana, Sudán, Libia, Burkina Faso…
Por eso, el «castigo ejemplarizante» contra su cúpula tras haberse amotinado en junio no podía ser inmediato. El Kremlin necesitaba tiempo para dejarlo todo «atado y bien atado».