Los gastos militares de EEUU suman “oficialmente” más de 600.000 millones de dólares al año, superando la suma de los 12 países que le siguen en gasto bélico. La superpotencia mantiene casi 800 bases militares y 250.000 efectivos desplegados por todo el globo. En el terreno de la tecnología militar punta, Washington ha establecido una distancia sideral con sus posibles rivales.
EEUU destina 604.452 millones de dólares al año a gastos militares, incluyendo el incremento del 10% (54.000 millones) aprobado por la administración Trump en 2018. EEUU destina el 3,29% de su PIB a gastos de guerra, lo que casi duplica el porcentaje de China -el 1,8% de su PIB- en defensa. Por sí solo, el gasto militar norteamericano supone el 39,8% del total del gasto militar mundial. Multiplica por 4,2 el de China (el segundo de la lista) y por 10,3 el de Rusia (el tercero).
Sin embargo, éste es solo el gasto bélico oficial y reconocido. Ocultos y solapados en diversos apartados presupuestarios -inversión en I+D+i que ocultan investigaciones militares, parte del presupuesto de la NASA, parte del presupuesto de inteligencia, etc…- hay partidas que sirven para mantener y desarrollar el poder militar de EEUU. En realidad la superpotencia destina en torno a un billón (un millón de millones) de dólares al año para su aparato militar.
EEUU tiene además un sistema de alianzas militares que son clave para su hegemonía. La más importante de ellas es la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con 29 Estados miembros concentrados en el área de Europa, el Mediterráneo y Norteamérica. Pero Washington ha establecido firmes relaciones militares bilaterales con otros países del mundo que los transforman en gendarmes y peones militares del hegemonismo, y que desempeñan un papel clave en el dominio de áreas claves del mundo: Israel, Arabia Saudita o Egipto en Oriente Medio; Japón, Corea del Sur o Australia en el Pacífico, etc… Si sumamos el gasto militar de EEUU junto al de sus aliados más estrechos en el terreno militar, tenemos una suma de 1.043.745 millones de dólares al año, el 68,7% del gasto militar total mundial.
Este coste militar en ascenso permanente incide sobre una de las contradicciones que anidan en las entrañas de la hegemonía norteamericana, y que lastran sin cesar su supremacía global: Además, el dominio norteamericano se asienta sobre una contradicción que es irresoluble: la contradicción entre su cada vez menor peso económico relativo en el mundo y el cada vez mayor peso del aparato político-militar irrenunciable para mantener su hegemonía.
La superpotencia norteamericana tiene 1,3 millones de efectivos y mantiene una quinta parte de sus fuerzas (250.000) en el extranjero, desplegadas por una red de 761 bases por todo el globo (63 países). En otros 93 países cuenta con presencia militar directa y sólo 45 naciones de las más de 200 reconocidas por la ONU están libres de la presencia militar yanqui.
Solo el mantenimiento de las bases cuesta -haciendo un cálculo conservador- más de 100.000 millones de dólares al año. Es decir, está en juego entre el 15 y el 10% de los gastos militares de la superpotencia.
Este es el verdadero objetivo del Plan “Coste más 50”: aligerar el peso de un gasto gigantesco y creciente que lastra el desarrollo de la economía norteamericana. Transferir esos astronómicos costes a los países de su órbita mediante múltiples mecanismos de control e intervención política.
Una forma más de lo que Paul Craig Roberts no duda en llamar por su nombre: tributos de guerra. «EEUU impone impuestos a todo el mundo (…) Si Washington pierde dinero, ellos se dedican a “recolectarlo” del resto del mundo. Se puede decir que están recaudando el impuesto de guerra», dijo en 2015 en una entrevista concedida a De Verdad el que fuera ex secretario del Tesoro durante la presidencia de Reagan.