El próximo 31 de agosto, si se cumplen los planes del Pentágono, ya no quedará ni un soldado de EEUU en suelo afgano (exceptuando los que protegerán, ¿por cuánto tiempo?, su embajada en Kabul). Veinte años después de la invasión de 2001, propiciada por la administración Bush con el propósito de dar caza a Bin Laden, a quien se responsabilizó del ataque del 11-S, EEUU ha puesto punto final a la guerra más larga de su historia y retira sus tropas del país centroasiático. ¿Pero estamos ante lo que Washington pretende hacer pasar por una simple “retirada”, o ante una verdadera derrota del Imperio?
No se trata simplemente de una cuestión terminológica. Lo que hay detrás de las palabras, lo que las palabras designan, son hechos distintos y realidades cruciales, con consecuencias cruciales. Cuando en 1988 la URSS inició el “repliegue” de sus tropas de Afganistán, también los medios soviéticos hablaron de “retirada” de sus tropas, pero la realidad es que su intento de invasión del país había fracasado y su ejército había sido derrotado. Y esa humillante derrota influiría, junto a otros factores, en el derrumbe final de la URSS como superpotencia.
También cuando en 1975 EEUU abandonó Vietnam, Washington habló de la “retirada” de sus tropas, pero el hecho irrefutable, que registra la historia, es que EEUU fue derrotada militarmente por el Vietcong. EEUU no se derrumbó como la URSS, e incluso 23 años después pudo cantar “victoria” en la guerra fría, por el hundimiento de su rival. Pero la realidad es que en 1975 EEUU estuvo muy cerca del colapso y requirió un cambio general de estrategia en todo el mundo para salvaguardar sus intereses como superpotencia.
También cuando en 1975 EEUU abandonó Vietnam, Washington habló de la “retirada” de sus tropas
Es muy probable que la derrota de EEUU en Afganistán no tenga el mismo significado que su derrota en Vietnam, ni que anuncie, como la derrota de la URSS, su inminente hundimiento como superpotencia. Pero es igualmente improbable que esa derrota no marque de alguna forma la actuación de la superpotencia, al tiempo que pone a la luz de forma clamorosa sus puntos débiles y su creciente dificultad para ejercer la hegemonía mundial. Máxime cuando a la derrota afgana hay que sumar sus crecientes dificultades para mantener un cierto control de Irak (otra invasión fracasada) y la resolución de la guerra siria, que ha supuesto un triunfo sin paliativos de una Rusia que ha regresado victoriosa a Oriente Medio tras 25 años de ausencia.
¿Objetivos cumplidos?
En el discurso en el que anunciaba la “retirada” definitiva de las tropas de EEUU de Afganistán, Joe Biden intentó puerilmente razonar que, de alguna manera, EEUU podía considerar que, tras veinte años de guerra, su ejército había cumplido los objetivos por los que invadió el país en 2001. Algo así como cuando Bush, a bordo de un portaviones, saludó la victoria definitiva en Irak, en realidad el prólogo a una guerra sangrienta que ha causado decenas de miles de muertos.
De todos los objetivos que supuestamente pretendía alcanzar Washington invadiendo Afganistán, en realidad solo uno puede darse como logrado: dar caza al líder de Al Qaeda, Bin Laden, que además fue abatido en suelo pakistaní, más de diez años después de la invasión. Todo lo demás ha sido un desastre, una tragedia y un crimen. La idea de borrar de la tierra el régimen de los talibanes (calificado de protector del terrorismo, tiránico, oscurantista, feudal…) e instaurar la democracia y le libertad en Afganistán, es un fracaso total: informes de la inteligencia de EEUU aseguran que en menos de seis meses los talibanes habrán retomado el control de Afganistán, De hecho, ya controlan casi el 80% del país, y su avance estos días parece imparable.
El 95% de las víctimas de la guerra las ha puesto el pueblo afgano, que no conoce la paz desde hace más de 40 años
Si se pretendía construir un país nuevo, democrático, moderno, viable, etc., el resultado también está en las antípodas: el país está sumido totalmente en el caos, la camarilla gobernante (apoyada por EEUU) naufraga en la corrupción más absoluta, y el esperpento de ejército y estado creado por EEUU durante 20 años se desmorona como un castillo de naipes. Tampoco la prosperidad ha llegado al país, pese a las promesas de EEUU: si en algo Afganistán continúa a la cabeza del mundo es en el tráfico de heroína. Y los pequeños logros que se han conseguido en garantizar los derechos de las mujeres y las minorías se ven próximos a un abrupto final con el inminente retorno de los talibanes al poder, después de que EEUU haya salido literalmente huyendo del país, dejando en la estacada a las decenas de miles de personas que han colaborado con ellos en alcanzar tan magros objetivos, y que ahora ven peligrar sus vidas, acusados de “colaboracionistas”.
Y “todo” esto se ha conseguido al precio de 150.000 vidas, decenas de miles de heridos y mutilados y cerca de dos billones de dólares gastados. Naturalmente, el 95% de las víctimas las ha puesto el pueblo afgano, que no conoce la paz desde hace más de 40 años. EEUU ha sufrido unas 2.500 bajas y miles de heridos, y sus aliados de la OTAN, compañeros de armas en esta desdichada aventura, han puesto asimismo varios miles de muertos (España, un centenar). Por Afganistán han pasado en 20 años más de un millón de soldados de EEUU y de sus aliados de la OTAN, con todas las ventajas del más moderno armamento y múltiples tácticas y estrategias militares: pero eso no ha bastado para controlar y dominar un país montañoso y pobre, que ha sido la tumba de varios imperios.
Y si citamos el último de los objetivos “encubiertos” de EEUU (tener un puñal amenazante sobre la espalda de China: recordemos que Afganistán tiene una mínima frontera con China, en la conflictiva región de Xinkiang, donde reside la minoría musulmana de los uigures), así como poderosas bases militares en el centro de Asia, para mantener a raya a Pakistán, su vergonzosa y acelerada fuga deja todos esos planes en la más pura nada.
El ejército norteamericano se ha revelado incapaz de ganar una guerra sobre el terreno, lo que limita sus opciones
Una huida en toda regla
Aunque EEUU negoció ya en la era Trump un acuerdo con los talibanes para abandonar Afganistán en 2021 (un acuerdo de “retirada” que se basaba solo en dos puntos: que Afganistán no serviría ya nunca de plataforma para el terrorismo internacional y que entablarían negociaciones con el gobierno “legítimo” de Kabul), acuerdo que ha sido validado punto por punto por Biden, al final las cosas no están ocurriendo, ni mucho menos, tal y como EEUU había previsto: nada de retirada ordenada, nada de control por parte del ejército afgano, nada de alto el fuego, nada de negociaciones con Kabul… En un ejercicio de fuga descontrolada, que recuerda mucho a su salida de Vietnam, las tropas de EEUU están abandonando el país a toda mecha, viendo como los talibanes ganan día a día territorio, el ejército afgano (levantado por ellos con miles de millones de dólares y miles de asesores) se desmorona y hasta se da a la fuga y los talibanes emprenden una ofensiva internacional (visitando Rusia, Irán, Siria, etc.) que prepara su reconocimiento internacional si finalmente alcanzan el poder.
En el colmo del disparate, las tropas de EEUU abandonaron de noche y sin avisar al ejército afgano la estratégica base de Bagram, principal centro operativo de EEUU en el país. La base fue saqueada y medio destruida antes de que llegara el ejército afgano. Otro sinsentido de un Imperio que siembra el caos y la destrucción por donde pasa, y nunca mira hacia atrás a ver los desastres que llevan sus huellas.
Pero esta huida no deja al Imperio indemne. Tras el fracaso y la derrota en Irak y Afganistán, EEUU pierde la baza de ocupar países como instrumento de dominio, lo que limita su poder de acción. El ejército norteamericano se ha revelado incapaz de ganar una guerra sobre el terreno, lo que limita sus opciones. Pierde el control del centro de Asia. Y deja una bomba sin control en Afganistán, una bomba que no va a poder dominar, y que marca un jalón importante en su declive.