En un giro diplomático sin precedentes en Oriente Medio, un país árabe -Emiratos Árabes Unidos (EAU)- ha firmado un acuerdo con Israel para sellar la paz y establecer relaciones diplomáticas. Con este tratado, alentado por Washington, Israel acepta suspender temporalmente la anexión parcial de Cisjordania prevista en el plan de paz de Trump presentado en Washington el pasado enero.
El pacto diplomático, llamado «Abraham», ha sido conseguido a base de conversaciones telefónicas entre Trump, Netanyahu, y el príncipe heredero de Abu Dhabi, Mohamed Bin Zayed. EEUU lo ha saludado como un «acuerdo histórico de paz entre dos grandes amigos de EEUU”.
A cambio de que EAU establezca relaciones diplomáticas plenas con Israel, que pueda hacer cuantiosas inversiones que alivien la economía hebrea y consiga un puente aéreo desde Abu Dhabi para que los musulmanes de todo el mundo puedan peregrinar a la mezquita de Al Aqsa (el tercer lugar más sagrado del islam, situado en la Ciudad Vieja de Jerusalén), Israel acepta poner en suspenso la anexión de un 30% del territorio de Cisjordania que estaba previsto según el «plan de paz» firmado entre Trump y Netanyahu hace meses.
Sin embargo, el compromiso no hace mención alguna a la solución de los dos Estados avalada por la comunidad internacional, ni ofrece garantías sobre la creación de un Estado palestino dentro de las fronteras anteriores a 1967 y con capital en Jerusalén Este.
El acuerdo ha causado una furiosa indignación, tanto en la Autoridad Nacional Palestina de Cisjordania como en el gobierno de Hamás en Gaza, tachando a los emiratíes de «traidores». EUA se convierte en el tercer país árabe –después de Egipto (1977) y Jordania (1994)- que establece acuerdos con Israel y que rompe el consenso árabe vigente durante décadas: no habrá relaciones con Israel sin un acuerdo de paz previo con los palestinos.
De esa manera Abu Dhabi avala a un gobierno Netanyahu que ha perpetrado sucesivas masacres bélicas contra la población de Gaza, que ha practicado la política de «hechos consumados» promoviendo sin cesar nuevos asentamientos ilegales israelíes en Cisjordania.
Tras la estela de EUA, otros países árabes. Bahréin, Kuwait, Omán e incluso Qatar se van preparando para reconocer el Estado de Israel. El caso de Arabia Saudí es más complicado, pero se espera que cuando muera el Rey Salman (furibundamente antiisraelí), su hijo Mohammed Bin Salman dé el mismo paso.
La petromonarquía emiratí se precia de haber dado un «golpe mortal” a la amenaza de la anexión de parte de Cisjordania, pero es una impostura: el propio Netanyahu aseguró que se trata sólo de una “suspensión temporal” de un proyecto, que de todas maneras no cuenta con el respaldo del otro socio de gobierno israelí (Benny Gantz) y que está supeditado a la continuidad de Trump en la Casa Blanca.
¿Qué saca Washington?
Algunos plantean que Israel y EUA no hacen más que formalizar una intensa relación económica que -de forma soterrada y vergonzante por parte de los emiratíes- ya llevaba casi dos décadas produciéndose. Y sobre todo, que Tel Aviv y Abu Dhabi se han dado la mano porque comparten un enemigo común: Irán.
Pero eso no es lo que más une al régimen sionista y a la petrosatrapía emiratí. No solo tienen un mismo blanco, sino que también comparten amo. Ambos están férreamente alineados con el hegemonismo norteamericano.
Con este movimiento, Washington da un paso más para conseguir una alianza política «contranatura» entre sus principales gendarmes militares en la zona: Israel y los países árabes sunníes, una especie de «OTAN de Oriente Medio» que combata el avance de los enemigos y rivales de EEUU en la zona: no solo la creciente influencia de Irán, sino también la de Rusia o Turquía.
Una alianza militar que permite al Pentágono concentrar sus efectivos militares en la región de Asia-Pacífico y en la contención de China, su principal dolor de cabeza estratégico.