El calendario político y económico de la eurozona le está jugando una mala pasada al Gobierno español. Seguramente, las aparatosas dos últimas semanas, las de la nacionalización de Bankia y el segundo decreto de nuevas dotaciones bancarias de Luis de Guindos, habrían sido más tranquilas si no se hubiesen solapado con el culebrón griego.El Ejecutivo de Mariano Rajoy calculaba que tras aplicarse en la ejecución del saneamiento financiero, siguiendo entre otros los postulados del BCE, el jefe de este último, Mario Draghi, saldría en apoyo de la deuda pública española con más compras para rebajar el tipo de interés que tiene que pagar el Reino de España. Pero quiso el destino que la marcha de Rodrigo Rato de Bankia y la nacionalización se produjera al día siguiente de las elecciones griegas. Justo cuando los mercados comenzaban el análisis de esos comicios. Desde entonces, la eurozona se ha instalado de nuevo en la montaña rusa.Y Draghi, como el resto de los líderes europeos, se concentró plenamente en la nueva campaña electoral griega. Específicamente, en conseguir que los sufragios del 17 de junio próximo arrojen una mayoría parlamentaria que ratifique las grandes líneas de los acuerdos de austeridad con la troika (BCE, FMI y Comisión Europea) firmados por el anterior gobierno. Y, para ese objetivo, no es de mucha ayuda relajar la tensión de la deuda pública de los estados del sur de Europa. De hecho, incluso puede ser conveniente que los díscolos griegos se asomen un poco más al abismo.