“La muerte no es más que esto: el dormitorio, / la luminosa tarde en la ventana, / y este radiocasete en la mesita / -tan apagado como tu corazón- / con todas tus canciones cantadas para siempre. / Tu último suspiro sigue dentro de mí / todavía en suspenso: no dejo que termine”. (“Joana”, de Joan Margarit)
“Creuant els temporals / s’aprèn a planejar / sobrevolant la vida. / A avançar fent servir / la violència del vent. / Com les gavines”. (“No era lluny ni difícil”, de Joan Margarit)
A los 82 años ha muerto en su casa de San Just Desvern, Joan Margarit, uno de los poetas más celebrados y populares de las últimas décadas, capaz de convertir algunos de sus libros, como “Joana” o “Casa de Misericordia”, en éxitos que parecen inalcanzables para la poesía.
La explicación es sencilla y compleja a la vez: la capacidad de conectar de las palabras cuando están llenas de verdad, como sucede en la poesía de Joan Margarit.
En su vida y en su obra dos lenguas se encuentran y conviven. Empezó a escribir en castellano, publicando a los 25 años “Cantos para la coral de un hombre solo”, prologado por Camilo José Cela, que le definió como un “surrealista metafísico”. Y saltó al catalán, su lengua materna e íntima, a partir de L´ombra d´altra mar, en 1981, impulsado por Miquel Martí i Pol, ese obrero de la fábrica textil Tecla Sala que se convirtió en uno de los más importantes poetas catalanes.
A partir de entonces, encadenará una obra bilingüe, sin posibilidad de exclusión, como él mismo planteó: “una es materna; la otra es adquirida y la quiero: no voy a renunciar a las dos lenguas, digan lo que digan los políticos”.
Cuando recibió el Premio Cervantes, en 2019, se abría paso la España plural, que reconoce como propias todas sus lenguas, y la Cataluña que hace propio el catalán y el castellano.
En la obra de Joan Margarit encontramos dos lenguas, pero una sola poesía, anclada en la emoción y en la memoria.
La memoria de la derrota, que nada tiene que ver con el derrotismo, de una madre maestra “humiliada i espantada”, que “al migdia s´havia de tancar a dintre de l´escola per fugir del setge d´aquest vil alcalde falangista de Rubí”.
Y la capacidad de captar la emoción, que exige sinceridad y valentía. Como en “Joana”, impulsado por la muerte de su hija, y escrito “en caliente, no, al rojo vivo lo hice: si en ese momento de dolor la poesía no me servía, sabía que no escribiría ya nunca más”.
Margarit sabía que “en poesía no puedes hallar nada fuera; todo está dentro de uno y ahí hay también mucha porquería: rencor, cosas fatuas… Hay que saber encontrar lo bueno y, en un segundo estadio, transformarlo en palabras”. Solo de esa manera, la poesía puede ser universal. Ha de servir “también a quien está a 5.000 kilómetros; y además ha de valerle para cuando tenga 18, 45, 60 y 80 años siendo como se es personas distintas; porque, si está bien hecho, en un poema hay mil poemas”.