Cuba.

Dos enfoques, dos posiciones

Tras conocerse la noticia de la muerte de Fidel Castro, en los grandes medios nacionales e internacionales se han multiplicado las valoraciones sobre su figura polí­tica. A pesar de las enconadas diferencias, sorprende que buena parte de ellas, tanto desde la derecha como desde algunos sectores de la izquierda, coincidan en un punto.

El editorial de El Mundo concluye que “con la muerte de Fidel Castro se entierra definitivamente el siglo XX”. Mientras que El País señala que “lo importante ahora es poner fin a una anomalía histórica: la prolongación del catrismo, un régimen establecido en el cruce entre la Guerra Fría y los movimientos de descolonización de la segunda mitad del siglo pasado”.

Pero también Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos, nos dice que “ya nadie escribirá como hicieron Galeano o García Márquez con Fidel. Es una época que se está marchando”. Estableciendo que “las herramientas con las cuales interpretamos el siglo XX [el marxismo] no nos van a servir en el siglo XXI”.

Todas estas ideas pretenden difundir que las “utopías revolucionarias” pertenecen al pasado, que en un mundo globalizado revoluciones como la cubana son ya imposibles, y que debemos conformarnos con defender su legado en forma de conquistas sociales.

Curiosamente, este es también el clima de opinión al que se enfrentó la revolución cubana en 1959.

La revolución en Cuba ni debía ni podía pensarse. Era imposible. Con los EEUU en la cima de su poder hegemónico. Y la URSS defendiendo la “coexistencia pacífica” con Washington.

Pero la revolución triunfó, sin el apoyo de ningún centro de poder mundial. Y lo hizo porque señaló correctamente el blanco, uniendo la lucha contra la dictadura de Batista con la batalla frente a la intervención norteamericana. Movilizando en ella al conjunto del pueblo cubano.

Si la revolución cubana ha pervivido durante 57 años es porque conquistó una independencia nacional completa frente a EEUU. Washington no puede organizar “golpes blandos” en Cuba, como si ha conseguido en Brasil, Honduras, Paraguay… porque no puede intervenir en el corazón del Estado.

Esta es una enseñanza fundamental de la revolución cubana, de la que ahora quieren que prescindamos.

Fidel Castro forma parte de una gigantesca oleada revolucionaria (la revolución china, la creación del Tercer Mundo, con dirigentes antiimperialistas como Ho Chi Minh en Vietnam, Lumumba en el Congo, Nasser en Egipto…) sin la cual hoy el mundo no sería el mismo.

Su influencia no se limita al pasado, sino que sigue determinando el presente. Porque, tras casi sesenta años, lo que nos dice la realidad es que quien ha ganado y avanzado es la revolución y el pueblo cubano; y quien ha perdido y retrocedido es el hegemonismo norteamericano.

Cuando Obama anunció el fin del bloqueo y el deshielo de relaciones con Cuba, estaba reconociendo la derrota del imperio, incapaz de torcer la voluntad de independencia de un pueblo y un país de apenas 11 millones de habitantes.

El ejemplo de soberanía de la revolución cubana es la corriente principal que hoy avanza en todo el mundo hispano. Con el fortalecimiento de un frente antihegemonista que abarca todo el continente. Y con el debilitamiento del control norteamericano sobre lo que siguen considerando su “patio trasero”. Nada de esto hubiera ocurrido, o hubiera sido muy diferente, sin el triunfo de la revolución en Cuba.

Los contraataques de Washington en Argentina o Brasil, o el endurecimiento que pueda imponer la presidencia de Trump, no alteran una situación en la que, vista de conjunto, los pueblos avanzan y el imperialismo retrocede.

Esta es una batalla de una rabiosa actualidad. Quien la sitúa como el recuerdo de un pasado glorioso, aprovechando para arremeter también contra el marxismo, o limita su valor a los “avances sociales”, y no en primer lugar a la conquista de la independencia nacional frente a EEUU, está subvirtiendo el ejemplo de la revolución cubana.

¿Acaso no nos enfrentamos hoy a la intervención del hegemonismo norteamericano? ¿No es la conquista de la independencia nacional -en el mundo hispano, y en España-, la premisa para cualquier proyecto de progreso?

Nosotros, que denunciamos las desviaciones de la revolución, cuando en los años 70 se alineó con el imperialismo agresivo y expansionista de la URSS -a pesar de no entregar totalmente su independencia, como si ocurrió en Europa del Este-, podemos tomar hoy una tajante posición de apoyo a la lucha del pueblo cubano por su independencia frente a la superpotencia norteamericana.

La tenacidad, la dignidad, el orgullo, el patriotismo del pueblo cubano ha hecho que lo que casi todos presentaban como imposible ocurriera. Que David derrotara a Goliat.

Muy por encima de cualquier otra consideración, la voluntad de conquistar y mantener a toda costa la independencia política, es de lejos el mayor logro y la más valiosa enseñanza que la revolución cubana ofrece a todos los pueblos del mundo.

Frente a quienes nos llaman a admirar un pasado glorioso, a condición de renunciar a reproducirlo en el presente, lo que los hechos, y la propia historia de la revolución cubana, confirman es que, como afirma el marxismo, el futuro es de los pueblos y no del imperialismo.

3 comentarios sobre “Dos enfoques, dos posiciones”

  • Es la independencia lo que determina el carácter revolucionario de la lucha en Cuba. Es importante el grado de desarrollo social (medicina, educación…) pero la importancia de la revolución cubana para los pueblos oprimidos del mundo, es que se liberaron así­ mismos, fue una revolución del pueblo, sin injerencias externas, de ahí­ que sobrevivieran (con muchas dificultades por culpa del criminal bloqueo) a la caí­da del muro.

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