La coincidencia en un mismo día de la pasada semana de dos acontecimientos como la caída de un 6% de la bolsa española por la retirada masiva de fondos extranjeros y el ninguneo de Obama hacia Zapatero, haciéndole recorrer 14.000 kilómetros para no dedicarle ni un solo minuto de su tiempo, son algo más que una simple casualidad. Quien crea que no son más que sucesos normales que entran en la lógica de la crisis económica y del juego diplomático, o está ciego o no quiere ver. Lo que uno y otro hecho, y su simultaneidad en el tiempo, han puesto de manifiesto es cómo la crisis económica en España ha dado un salto cualitativo para transformarse en una crisis política, una crisis de línea y de liderazgo (y ya veremos si de gobernación, o incluso de modelo) de una dimensión y una profundidad que recuerda -en cuanto a su contenido, no en cuanto a sus formas- a la de los turbulentos meses que precedieron al 23-F. Lo que en esta crisis se está poniendo en juego es la dirección de la vida política, económica y social que a lo largo de estos últimos años ha ejercido el tándem Botín-Zapatero, y con ella la correlación de fuerzas y el sistema de pactos y alianzas que han presidido las relaciones en el seno de la clase dominante española en la pasada década. Y cuyo telón de fondo lo constituye el reajuste de fuerzas en el seno del bloque de países occidentales encabezado por EEUU y la expulsión de España hacia una especie de «tercera división» mundial, dejándola caer hasta donde determine su verdadero peso económico, político y militar.
Tras el articular jueves negro sufrido por la bolsa española, el gobierno y sus portavoces se han apresurado a disparar una batería de acusaciones que apuntan, en la versión más suave, a los grandes especuladores de las finanzas mundiales o, en su versión más dura, a una conspiración de los mercados financieros anglosajones que se oponen a la regulación propuesta por la UE. Devolver a España a su realidad Pero ambas versiones adolecen de los mismos puntos débiles: si por un lado el móvil es demasiado inconsistente para explicar un ataque de tal envergadura contra la cuarta mayor economía de la zona euro, por el otro no explica la activa participación de los grandes bancos franco-alemanes y sus medios de comunicación en la creación del clima de opinión contra las finanzas públicas españolas que propició al ataque bursátil.Lo que esta semana ha emergido, saliendo a la luz con una ferocidad inusitada, es el proyecto de las grandes potencias imperialistas de degradar a España, anunciando el fin definitivo de la financiación exterior que hasta ahora había permitido mantener la ilusión virtual de que éramos la novena potencia económica del mundo, y dejándola caer hasta el lugar que le corresponde por su peso económico real.Desde la entrada de España en el euro en el año 2000, el llamado “milagro económico español”, la expansión internacional de unos pocos grandes bancos y monopolios españoles o la elevación nominal de nuestro PIB hasta colocarnos entre las 10 primeras economías del mundo, ha sido posible gracias a la financiación exterior, al gigantesco proceso de endeudamiento con la gran banca internacional –en particular con la alemana y francesa– que nos ha llevado a convertirnos, en apenas un lustro, en el país más endeudado del mundo per cápita.En ese momento, el bloque de países occidentales capitaneado por EEUU disfrutaba de una posición de práctico monopolio en la distribución del poder económico y la riqueza mundial, lo que daba un relativamente amplio margen de reparto y permitía, en determinadas condiciones y a determinados países, ocupar un papel muy por encima de su peso real.Diez años más tarde, la fulgurante irrupción de las potencias emergentes en el mercado mundial unido a la profundidad de la crisis estallada en las entrañas de los países desarrollados, ha provocado que la porción de la tarta a la que tiene acceso este bloque se haya reducido considerablemente.Esta nueva realidad mundial es la que ha impuesto de forma ineludible una redistribución interna de fuerzas en el campo imperialista, una recategorización de los países que forman parte de él, una nueva colocación de acuerdo a la jerarquía que cada uno tiene según su fuerza económica, política y militarPues bien, a esto es a lo que se refería la revista británica The Economist –una de las “Biblias” de los mercados financieros del continente– con el expresivo titular de “España: la fiesta se ha terminado”. Durante una década a España se le ha permitido vivir el espejismo de ser la novena potencia económica del mundo, pero las nuevas condiciones exigen devolverla a la realidad. Y ésta no es precisamente agradable. Degradación y crisis La aplicación a la Unión Europea de este reajuste de fuerzas interno en el sistema de alianzas norteamericano ha dado paso, junto a un nuevo proyecto de revitalización del eje franco-alemán (al que seguramente deberíamos pasar a denominar germano-francés, se imponen las jerarquías), al proyecto de degradación de España a una tercera división, donde deberá compartir categoría con países que, como Irlanda, Grecia o Portugal, ni por población, territorio o volumen de su economía tendrían que ser comparables a España. Es como si al Real Madrid se le degradara a jugar en la misma división que el Alcorcón o el Alcoyano. Y los costes de esta degradación vamos a tener que pagarlos la población española en forma de rebajas salariales, recortes de pensiones, paro, despido libre o subida de impuestos. Este es el resultado del diseño impuesto por Botín y ejecutado por Zapatero: un país sin ninguna otra presencia ni proyecto económico, político o militar en el mundo que lo dictado por las necesidades de su banco (y de un reducido grupo de monopolios) de expandirse internacionalmente y alcanzar un lugar de privilegio en la jerarquía mundial. Aunque fuera a costa de endeudar al país a unos niveles insostenibles y de vaciar todos sus recursos poniéndolos al servicio exclusivo de ese proyecto.Ahora, cuando las arcas están vacías y las grandes potencias nos condenan al pozo sin fondo de la tercera división mundial, pretenden aplicar un drástico plan de ajuste para que seamos nosotros los que paguemos los costes de su aventura (y de su astronómica deuda), mientras ellos, previsiblemente, buscarán a cualquier precio mantener en todo lo que puedan la posición alcanzada.La degradación de España dictada por las grandes potencias mundiales (¿a quién cree si no el señor Blanco que pertenecen esos gigantescos fondos especuladores y esos bancos de inversión?), además de agudizar hasta extremos insospechados las consecuencias de la crisis económica, ha desatado una crisis política que ha empezado por el cuestionamiento de la línea y el liderazgo del Zapatero (incluso en el seno del propio PSOE), pero cuya magnitud, desarrollo y consecuencias son todavía impredecibles.