Solo desde dos citas de Goya puede comprenderse la magnitud de la exposición con la que el Prado ha reunido por primera vez una visión completa de los cuadernos de dibujos realizados por el genial pintor aragonés.
En 1825, físicamente impedido y cercano a la muerte, Goya escribe en una carta dirigida a Joaquín María Ferrer: “Agradézcame usted mucho estas malas letras, porque ni vista, ni pulso, ni pluma, ni tintero, todo me falta, solo la voluntad me sobra”.
Goya jamás admitió límite alguno, ni en su vida ni en su obra. Y esa voluntad que se desborda, esa libertad que avanza cuando los demás se detienen y retroceden espantados, explica un huracán creativo, revolucionario en las formas y en el fondo, que está presente en cada una de sus pinturas o dibujos.
Pero para llegar a Goya hay que pasar también por Velázquez. Al admirar la obra velazqueña, Goya no solo elogiaba su “naturalismo, ajeno a la belleza ideal de los antiguos”, sino también su capacidad de “pintar hasta lo que no se ve”.
Goya mantiene la insobornable mirada de Velázquez, y a pesar de las enormes diferencia entre ambos, el genio de Fuendetodos también querrá ser capaz de pintar o dibujar aquello que la mirada habitual no ve o no quiere ver.
Quien se acerque a ver esta imprescindible exposición debe abandonar la concepción del dibujo como una obra menor, como un boceto preparatorio de la pintura o como un divertimento sin ambiciones.
En Goya los dibujos son obras mayores, comparables a sus más célebres cuadros. Y en ellos se expresa, sin filtros ni limitaciones, la poderosa mirada sobre la realidad que convierten a Goya en una referencia imprescindible en la historia de la pintura. En ellos Goya, sin atender a encargos, sin contentar a clientes o sin miedo alguno ni esconder nada, da rienda suelta a una libérrima voluntad por abarcarlo todo y por volverlo todo del revés.
En sus dibujos Goya arremete contra todo lo establecido, contra todos los poderes. Disparando contra la iglesia como nadie se atrevía a hacer. Como en “Sueños de unos hombres que se nos comían”, con frailes glotones que devoran a la sociedad, dibujados como personajes grotescos, a uno de los cuales se le presenta con una enorme nariz fálica.
Pero también presentándonos aquellos estamentos marginales, desde prostitutas y viejas a mendigos o ancianos, despreciados y ocultados por la visión oficial pero que, como en la mejor y más elevada cultura española, para Goya poseen una fuerza que merece ser representada.
Dibujándonos a “las multitudes”, ese protagonista colectivo que, aún sin conciencia propia se revelaba ya en la época de Goya como una fuerza incontrolable cuya expresión desafiaba los límites del poder. El pintor aragonés las mira y las dibuja, no como víctimas pasivas sino como un huracán de acción, observándolas de frente, sin condescendencia, retratando lo heroico y lo grosero o terrible.
Denunciando, con una modernidad que podía utilizarse para un reportaje de actualidad, la conversión de la mujer en una mercancía dentro del matrimonio.
O presentándonos como nadie había hecho antes la realidad de la guerra. Siempre se había mirado hacia arriba, a los reyes y generales. En “Los desastres de la guerra”, Goya mira hacia abajo, y nos presenta un panorama demasiado real, donde lo sublime y lo criminal se mezclan.
Esa nueva forma de mirar el mundo exigía una nueva forma de pintar y dibujar. Y Goya coge el toro por los cuernos. Deformando los rostros para convertirlos en arquetipos o retratos que sacan a la luz pliegues del alma escondidos. Esquematizando las figuras para convertir un dibujo costumbrista en algo más difuso, que nos permite mirar más allá. O completando muchos dibujos con un texto que no pretende ser explicativo sino actuar como un bisturí que nos haga ver la composición desde una perspectiva que no habríamos contemplado.
Goya es un ilustrado revolucionario, que utiliza su pincel o su lápiz para disparar contra las miserias del Antiguo Régimen. Pero también se rebela contra los estrechos límites del mundo burgués que se está abriendo paso.
Uno de sus grabados más conocidos, destinado a ser frontispicio de “Los caprichos”, es “El sueño de la razón produce monstruos”. Se flagela los vicios de los monjes y la estupidez de la aristocracia. Pero la “Divina Razón”, ese nuevo Dios que la burguesía presenta como cartesiano motor de la historia, es también triturado.
Frente al plácido y racional mundo que los pintores burgueses deben retratar, como expresión de un mundo que ya no debe ser transformado, Goya nos presenta lo grotesco, lo onírico, lo irracional. Porque en ese mundo existe una energía, una fuerza, mucho más fascinante. Prefigurando la explosión que supondrá el romanticismo, y siguiendo un hilo que llevará a las vanguardias.
La exposición “Goya. Dibujos. Solo la voluntad me sobra” es una experiencia única -jamás se había reunido una colección tan completa de unos dibujos dispersos por museos de todo el planeta-, que nos impacta, nos conmueve y nos inquieta. Los ingredientes que debe tener el arte para ser grande.