¿Desastre natural? Si usted es vecino de una ciudad como Los Ángeles, San Francisco o Tokio, un terremoto de grado 7 en la escala abierta de Richter es seguro que causará graves destrozos materiales, algunos centenares de heridos y, en el peor de los casos, un pequeño número de muertos. Pero si, por el contrario, usted habita en la ciudad de Puerto Príncipe, capital de Haití, ese mismo terremoto, de igual intensidad, acabará con la vida de decenas de miles de sus vecinos.
Lo llaman desastre natural. Pero en realidad es ara no hablar de las miserables condiciones de existencia al que están condenadas una gran parte de la humanidad, ni de quiénes son los responsables de una situación de pobreza y precariedad extremas que son las que convierten las calamidades naturales en verdaderas hecatombes sociales Miseria al límite… Haití está unánimemente considerado desde hace décadas como el país más pobre del hemisferio occidental, ocupando el puesto 150 (de 177 países) en el Índice de Desarrollo Humano que elabora la ONU. La esperanza de vida media de un haitiano es de 52 años. De sus 10 millones de habitantes, sólo 180.000 –uno de cada 55, un 1,8% de la población– vive de un salario. Cuatro quintas partes de sus habitantes sobrevive con menos de dos dólares diarios. El país debe importar hasta el 80% de los alimentos que come. La mortalidad infantil es la más alta del continente El monocultivo de azúcar, unido a la inevitable deforestación propiciada por la extrema pobreza de una población que no puede permitirse otro combustible en sus hogares, ha arrasado el 98% de los bosques y creado un serio problema nacional de abastecimiento por el que el 75% de sus habitantes carece de agua potable. En los años 60, Haití producía el 80% del arroz que consumía. Cuatro décadas después, debido a las imposiciones norteamericanas a través del FMI, tiene que importar el 80% del arroz que consume. Y cientos de miles de pequeños campesinos que vivían de su cultivo tuvieron que dejar sus tierras, aglutinándose en los barrios miseria de la capital, Puerto Príncipe, que concentra cerca del 40% de la población del país. Los escasos ingresos por sus exportaciones de manufacturas textiles, café, aceites y mango apenas si son el chocolate del loro de una deuda externa que supera los mil doscientos millones de dólares. …Que viene de lejos A raíz del terremoto y sus devastadoras consecuencias, los grandes medios de comunicación occidentales repiten machaconamente una misma idea: la desgracia de una nación “descalabrada por los déspotas, la corrupción, los fracasos, la deforestación, el analfabetismo y enfermedades casi bíblicas”. Desgracia por cualquier causa, por todas las causas. Déspotas, corrupción, analfabetismo,… el listado que se nos ofrece de elementos nefastos que azotan Haití desde tiempos inmemoriales parece tan completo como interminable… Si no fuera porque falta uno de ellos, que además resulta ser el principal: la intervención de las grandes potencias imperialistas, primero Francia, después EEUU, saqueando las riquezas de la isla y arrasando a sangre y fuego la oposición de sus habitantes. Haití fue el primer país independiente de Iberoamérica, cuando los esclavos negros alzados en armas vencieron a Francia y conquistaron la independencia del país y su liberación como esclavos en 1804.Heredaron una tierra devastada por las inmensas plantaciones de caña de azúcar y un país abrasado (recordad ‘Queimada’) por una feroz guerra. Pero no sólo eso. También “heredaron” la llamada deuda francesa. París cobró caro, muy caro, la humillante derrota militar provocada por unos harapientos esclavos negros a quien estaba a punto de convertirse en el dominador de Europa: Napoleón Bonaparte. Nada más nacer a su independencia y para poder subsistir, Haití tuvo que asumir el pago de una indemnización gigantesca de150 millones de francos oro por “gastos de guerra”. Más de 130 años le costó al pueblo haitiano pagar a la codiciosa burguesía francesa una fortuna que se calcula que actualmente equivaldría a 21.700 millones de dólares, casi 20 veces más de la deuda externa que tiene el país hoy en día. No fue sino hasta1938 que Haití pudo liquidar su deuda con Francia. Pero para esa fecha, el dominio de la isla había cambiado de manos y era ya propiedad de los grandes bancos norteamericanos. En 1915, los marines habían desembarcado en sus playas. Y se quedarían durante dos décadas. Una de las primeras cosas que hicieron fue retenerel salario del presidente haitiano hasta que éste firmó la liquidación del Banco de la Nación, convertido desde entonces en sucursal del Citibank. La “misión civilizadora” del hombre blanco anglosajón concluyó en 1934, cuando Washington pudo dejar en la isla, al igual que en otros lugares de Centroamérica y el Caribe, una Guardia Nacional creada y dirigida por ellos mismos, con el objetivo de tener una fuerza armada interna capaz de asegurar su dominio y sus intereses en la isla sin necesidad de su presencia militar. Desde entonces, la sucesión de dictadores amamantados por EEUU –‘Papá Doc’ Duvalier, su hijo ‘Nené Doc’, Henry Namphy, Prosper Avril, Raoul Cedras,…– ha sido la constante del país, cada vez que su habitantes han pretendido levantarse sobre la miseria y conquistar otro futuro. ¿Desastres naturales? Los pecados de Haití Eduardo Galeano La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, (…) Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, (….) que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto. Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90% de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera (…) Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene "una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización" (…) Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: "El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción (…) Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro". En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino (…) En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca (…) La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia (…) Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía. Ni siquiera Simón Bolívar (…) tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro (…) cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra. (…) Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.