Moción de censura de Vox

Degradar la política para llamar a los tiburones

Bastardear los mecanismos democráticos para degradar la democracia, allanando el camino a un nuevo salto en el saqueo financiero y monopolista contra el 90%. Este es el objetivo de una moción de censura de opereta que sigue el libreto del trumpismo.

Una moción de censura contra el gobierno de coalición -la segunda lanzada por Vox en esta legislatura, y como aquella, condenada al más irremediable fracaso- se debate en el Congreso de los Diputados. El objetivo, según el texto filtrado por la prensa que va a leer Ramón Tamames, es «poner fin a un gobierno que se ha convertido en una autocracia absorbente». Pero el propósito real de este sainete estéril y ruidoso, que usa espúriamente un instrumento democrático hasta convertirlo en una espectáculo grotesco, no es otro que degradar la democracia.

Mientras vivimos una crisis inflacionaria que está devorando las rentas de las clases populares, una escalada de precios que esconde un auténtico atraco monopolista y financiero contra el 90%-una crisis que puede ser aún más amenazadora para España y sus trabajadores si siguen avanzando los nubarrones de crisis financiera mundial que Wall Street anuncia tras la caída del Silicon Valley Bank- la ultraderecha de Vox se dedica, día sí y día también, a degradar y llenar de fango y griterío el debate político. No son dos hechos inconexos.

Degradación y saqueo son dos patas de un mismo proyecto. Para lanzarse al saqueo contra el 90% de la población, la oligarquía financiera y sobre todo los centros de poder hegemonistas necesitan degradar políticamente al país y a sus instituciones, mantenerlo en un estado permanente de crispación, de tensión y de sacudidas. Esta es la auténtica función que para las clases dominantes tiene un partido, el de Santiago Abascal, que nació impulsado, financiado y auspiciado por los círculos más tenebrosos y reaccionarios del establishment norteamericano. Una ultraderecha made in USA, el ariete para introducir en el debate político cuestiones tan impopulares como la privatización de las pensiones, de la sanidad o de la educación, además de los ataques a los derechos y libertades ciudadanas.

Quieren degradar la democracia para llamar a los tiburones financieros y monopolistas, para abrirle las puertas a un gobierno de los recortes sin complejos.

El libreto de la opereta

La extrema derecha ha decidido presentar como candidato a presidir España en sustitución del actual jefe de gobierno a un vetusto aunque respetado economista, una figura histórica de la Transición y del PCE, donde fue junto a Santiago Carrillo uno de los principales muñidores de los Pactos de la Moncloa: Ramón Tamames. Algún día los historiadores sudarán tinta para explicar este giro berlanguiano de la política española, a caballo entre lo surrealista y lo esperpéntico.

Iván Espinosa de los Monteros, Santiago Abascal y Hermann Terstch en Washington, en la reunión anual de la CPAC en 2020

Pero si alguien quiere encontrar en la cabeza de Santiago Abascal o en la de sus de sus consiglieri -incluida la de Fernando Sánchez Dragó, muy próximo a Vox, amigo personal de Tamames y quién sugirió la idea de presentar a este «candidato independiente»- las razones de una maniobra política condenada a la nada- seguramente fracasará.

Es necesario mirar a la auténtica fuente del pensamiento político de la ultraderecha española para hallar los libretos con los que está escrita esta moción de censura de opereta.

Y esa fuente no es otra que el trumpismo y la Conservative Political Action Conference (CPAC, la Conferencia de Acción Política Conservadora), uno de los círculos más ultrareaccionarios del Partido Republicano y de la oligarquía norteamericana.

Un nódulo de poder de la ultraderecha estadounidense en torno a la cual orbitan gran parte de los partidos y candidatos de extrema derecha europea o latinoamericana: desde Giorgia Meloni en Italia a Viktor Orbán en Hungría, desde Nigel Farage en Reino Unido a Mateusz Morawiecki en Polonia; desde Jair Bolsonaro en Brasil a Kast en Chile; desde Keiko Fujimori en Perú a Milei en Argentina.

Es necesario mirar a la auténtica fuente del pensamiento político de la ultraderecha española para hallar los libretos con los que está escrita esta moción de censura de opereta. Y esa fuente no es otra que el trumpismo y la Conservative Political Action Conference norteamericana

Desde estos sectores de la burguesía monopolista norteamericana -el que apuesta por la línea Trump- se difunde una ofensiva contra los pueblos -y contra la democracia si permite sus avances-, que imponen un clima violento, de bronca e incertidumbre. Un clima que puede hacer parecer como que las fuerzas más reaccionarias están a la ofensiva, pero que en realidad no expresa otra cosa que los pueblos avanzan y que el imperio y sus esbirros retroceden.

Una ofensiva reaccionaria basada en el principio de que “aceptamos la democracia cuando nos beneficia, y la atacamos cuando nos perjudica”. No es la opción principal del hegemonismo pero está en el corazón de la superpotencia, y desde ahí se irradia por todo el planeta a sus múltiples «repetidores» ultraderechistas.

Se toma el Capitolio en EEUU o se asaltan las tres principales instituciones en Brasil, negándose a aceptar los resultados electorales. En España se asalta el ayuntamiento en Lorca y se habla de gobierno ilegítimo o dictatorial.

Es desde aquí que podemos entender a Tamames cuando habla de que España puede convertirse en una «autocracia absorbente».

.

El verdadero programa de Vox

Julio Cebrián

(artículo publicado en De Verdad del 24 noviembre de 2019)

Vox, una ultraderecha creada y financiada desde EEUU

Mucho se habla del discurso xenófobo, racista, machista u homófobo de Vox. Sin embargo, poner exclusivamente la atención en estas ultrarreaccionarias banderas ideológicas no permite conocer el verdadero propósito de este partido, su verdadera función y utilidad para las clases dominantes y centros de poder. La ultraderecha es el ariete para introducir -crudamente y sin anestesia- en el debate político cuestiones tan impopulares como la privatización de las pensiones, de la sanidad o de la educación.

Desde hace mucho, la ultraderecha llena portadas, columnas y minutos en informativos, tertulias y debates. Unos se dedican a blanquear su mensaje y a homologar sus discursos. Otros denuncian con vehemencia sus declaraciones antidemocráticas, misóginas u homófobas, su demagogia ultra o sus provocaciones fascistoides. Pero pocos profundizan.

Las ultratóxicas banderas ideológicas de Vox, así como sus bulos demagógicos y reaccionarios, deben ser contestadas, rebatidas y desmontadas. Una a una, con argumentos y datos. Levantando un cordón sanitario a la extrema derecha y a su ideario, y generando defensas y anticuerpos en la conciencia de la mayoría.

Pero es preciso no embestir exclusivamente contra este capote, ni dedicarle todas nuestras energías, si no queremos ser burlados.

Porque esos trapos malolientes no son más que la punta del iceberg de Vox, debajo de la cual se halla el verdadero grueso de su programa político, económico y social. Centrarse en esos harapos no permite comprender el porqué de que importantes centros de poder -nacionales pero sobre todo extranjeros- hayan decidido “potenciar” y alentar el avance de la ultraderecha, en las urnas, en el Parlamento y en los altavoces mediáticos.

Solo hay que dejar que el propio gurú económico de Vox, Rubén Manso, nos desgrane el verdadero objetivo del partido de ultraderecha.

«No es función del Estado proveer de ningún bien ni de ningún servicio. Salvo tres o cuatro, como justicia criminal, policía y Ejército. Todo lo demás, otros servicios que ustedes quieran pensar como sanidad, educación… puede ser el asegurador, pero eso es todo. Todo esos servicios -asegurar la vejez, dar educación a los hijos, gozar de ahorros suficientes o de un sistema de protección que nos asegure la sanidad- deben ser decisiones de consumo». Mando, dice, en román paladino, que hay que privatizar esos servicios.

Son un ariete, un escuadrón de choque para el Ibex35, la patronal… y para Wall Street. Este -y no solo sus miserias ideológicas- es el verdadero “servicio a España” que Vox ofrece a la oligarquía financiera española y a los grandes capitales extranjeros.

Vox es la primera fuerza política que se ha atrevido a poner encima de la mesa la necesidad de desmantelar el actual sistema público de pensiones, basado en un solidario sistema de reparto, donde los trabajadores del presente sostienen las pensiones de los actuales pensionistas, sus padres o abuelos. Contribuyendo a una caja única de la Seguridad Social para todo el país, que significa un elemento de cohesión social y nacional.

El partido de Abascal habla de «avalancha de pensionistas» y de un sistema público de pensiones que es «un lastre para el crecimiento económico de España». Y proponen abiertamente su sustitución por un sistema de capitalización, donde la mitad o más (entre un 50% o 60%) de las cotizaciones vayan a parar a fondos privados en manos de bancos o fondos de inversión, generando un plan de pensiones que se percibe al jubilarse.

Lo que abre las puertas a que los grandes capitales -nacionales y extranjeros- pasen a poder gestionar el gigantesco botín de los 130.000 millones de euros que las pensiones mueven cada año en España. Y lo que eventualmente significaría la instauración del modelo norteamericano y el fin de la Seguridad Social tal y como la conocemos, y su conversión en un sistema sanitario-jubilatorio meramente caritativo y «asistencial».

Pero hay más, mucho más.

Vox pide revisar el sistema de protección al desempleo por ser «uno de los más generosos» y «de los más prolongados de los países de la UE». Plantean que los convenios colectivos dejen de existir para pasar a negociaciones empresa a empresa. Y exigen limitar el derecho de huelga o que los tribunales no puedan rechazar la validez de los ERE, aunque sean contrarios a la ley.

Abogan por una «liberalización total» del transporte ferroviario -o sea, la privatización de Renfe- y del mercado de alquileres. Es decir, carta blanca para que los bancos, inmobiliarias y fondos buitre -la mayoría norteamericanos- puedan seguir inflando sin tasa los precios de los alquileres en las grandes ciudades, una de las mayores causas de precariedad y empobrecimiento de la mayoría.

En política fiscal, Vox exige una reforma que beneficia claramente a las rentas más altas, con la eliminación de numerosos impuestos dejando solo dos tramos de IRPF y un tipo único del 22% para Sociedades, pretende utilizar el IVA para sustituir a las cotizaciones sociales.

Además, la ultraderecha plantea eliminar el gravamen a los dividendos, el decir, por los beneficios que las empresas distribuyen a sus accionistas y grandes ejecutivos.

La política fiscal de Vox es, en palabras de Ricardo Rodríguez, técnico de Hacienda, «buena para las ricos, y mala para el resto», «comporta un grave riesgo para las pensiones futuras» y “se llega más lejos de lo que nadie lo había hecho antes en la apertura a la privatización en educación y sanidad”.

Esta es la “función” de Vox en el debate político. Poner encima de la mesa cuestiones e intereses oligárquico-imperialistas que ni el Partido Popular se atreve a plantear. O al menos tan cruda y descarnadamente. Son un ariete, un escuadrón de choque para el Ibex35, la patronal… y para Wall Street.

Este -y no solo sus miserias ideológicas- es el verdadero “servicio a España” que Vox ofrece a la oligarquía financiera española y a los grandes capitales extranjeros. Estas son sus auténticas banderas.