Ucrania, Siria, Irak, Estado Islámico, atentados de París, Nigeria, República Centroafricana, la OTAN de patrulla por el Báltico, ofensiva talibán en Afganistán, hundimiento del precio del petróleo, caída de las bolsas chinas, crisis de refugiados en Europa,… Si hubiera que caracterizar de una forma breve el año 2015, la palabra sería inestabilidad.
Inestabilidad en el norte de Europa, donde la ocupación rusa de Crimea y el levantamiento de las milicias prorrusas del este de Ucrania han creado una situación que pese a las apariencias de distensión mantiene de fondo una carga potencialmente explosiva de alta intensidad. «El panorama que hemos vivido a lo largo del 2015, nos aboca a un 2016 donde a la inestabilidad habrá que sumar la incertidumbre»
Inestabilidad en Oriente Medio, donde a la expansión del Estado Islámico y la lucha por detenerlo, se suman las múltiples contradicciones e intereses tanto de las potencias regionales como mundiales. En torno a la guerra de Siria, Irán, Arabia Saudí y Turquía juegan sus cartas económicas, políticas y militares bien para alcanzar la hegemonía regional, bien para impedir que sus rivales lo hagan.
Al mismo tiempo, las grandes potencias mundiales tratan de utilizar la guerra en Siria para afianzar sus posiciones en el tablero global. La Rusia de Putin, al tomar la audaz decisión de intervenir militarmente de forma directa en el conflicto parece haber cobrado ventaja sobre unos Estados Unidos que, presos todavía del síndrome de su fracaso en Irak, son incapaces de intervenir directamente sobre el terreno, pero también de crear una coalición en condiciones de enfrentarse con éxito al Estado Islámico.
La mayor implicación de Francia y Gran Bretaña en los ataques aéreos de la coalición no están consiguiendo, en absoluto, despejar la idea de que es Putin quien dirige de forma efectiva la lucha contra el ISIS, lo que a su vez repercute directamente en el fortalecimiento del régimen sirio de Bashar al Assad e, indirectamente, en sus aliados chíis libaneses de Hezbollah y de la guardia nacional iraní.
La intervención rusa, su determinación y eficacia ha hecho estallar así nuevas contradicciones que estaban latentes en el conflicto sirio. Arabia Saudita trata por todos los medios de controlar la expansión del arco de influencia chií que se extiende desde Irán hasta Líbano, pasando por Irak y Siria y, por el sur, hacia Yemen, donde ni siquiera la intervención militar saudí es capaz de sostener en el gobierno a sus aliados. Turquía, por su parte, ha reaccionado con furia a la intervención de Moscú, llegando a derribar un avión de combate ruso con la descarada intención de provocar un choque abierto de Putin con la OTAN, que cierra las puertas al objetivo estratégico de Ankara de crear una zona de exclusión en la frontera turco-siria que permitiera masacrar silenciosamente a los combatientes kurdos.
Mientras tanto, la inestabilidad se extiende por todo el Sahel y el centro de África, fruto no tanto -como quieren hacernos ver los medios occidentales- de la expansión del yihaddismo como de la rebelión de los pueblos contra el sistema de opresión y explotación de sus riquezas de las viejas potencias coloniales, especialmente Francia.
Y si en el terreno político y militar, la inestabilidad es el rasgo que caracteriza la situación, otro tanto puede decirse en el terreno económico. La crisis estallada en Wall Street en septiembre de 2008 y extendida desde allí al resto del mundo está lejos de haber acabado. Con unas economías europea y japonesa estancadas, y una débil recuperación norteamericana, basada más en su hegemonía sobre el sistema financiero y monetario internacional que en sus propias fortalezas internas, la crisis se ha trasladado al terreno de la materias primas, provocando un importante choque en muchas de las economías emergentes y de países en desarrollo. La economía china, que durante 7 años ha sido capaz de tomar el relevo a la estadounidense como locomotora del crecimiento mundial, se enfrenta ahora a las dificultades del tránsito desde una economía basada exclusivamente en la exportación a una basada en el consumo interno.
Todo este panorama que hemos vivido a lo largo del 2015, nos aboca a un año 2016 donde a la inestabilidad habrá que sumar la incertidumbre.
Incertidumbre determinada, en primer lugar, por la celebración de las elecciones presidenciales en el imperio y el fin de la era Obama. La ventaja de Donald Trump en la carrera por la nominación republicana pone de manifiesto el relativo desconcierto en que se halla la superpotencia norteamericana acerca de como gestionar el declive de su hegemonía. Los 8 años del mandato de Obama -al igual que los de su antecesor en el cargo George W. Bush- han visto como China aumentaba de un forma progresivamente acelerada su papel y su peso en el mundo. Las últimas iniciativas de Pekín, como el proyecto de la nueva Ruta de la Seda, el Banco Asiático de Infraestructuras o el Banco de Inversiones de los BRICS, son un auténtico torpedo en la línea de flotación de la hegemonía financiera y monetaria de EEUU. ¿Hasta dónde puede consentir Washington este avance sin desatar una confrontación que trate de contener la emergencia del poderío chino?
Esta es una de las muchas incógnitas que 2016 deberá empezar a despejar.