Recientemente un grupo de trabajo del Parlamento andaluz, creado por PSOE, PP e IU sobre la formación del profesorado, presentó un documento con 92 medidas sobre la formación del profesorado. Seguramente éste será debatido buscando mejorar la preparación de los profesionales de la enseñanza en Secundaria, durante el periodo que pasan por los cursos de formación en la Universidad, imprescindibles para acceder a una oposición. Las 92 medidas piden más. ¿Seguro que el camino ha de ser pedir más?, ¿y si el problema es lo que se ofrece?, ¿también más?
Todos los esecialistas colocan la formación de buenos profesores como la clave fundamental del éxito de cualquier sistema educativo, y de la erradicación de cargas sociales como el fracaso escolar. Las medidas estrellas se basan en apuntalar los criterios prácticos en la formación, convirtiéndolos en parte determinante de la nota, en los cursos de formación y en la selección de los futuros funcionarios; en reducir el número de alumnos los masters y postgrados. Según el grupo de trabajo la evaluación de la fase de prácticas "permitirá comprobar la competencia profesional del aspirante". Algo que comparte el Ministerio, que ya ha propuesto a los sindicatos que para acceder a una plaza los aspirantes pasen cuatro meses de prácticas que tengan el valor selectivo que hoy en día no cumplen. Por último se aboga por "incrementar el presupuesto destinado a la formación del profesorado" y también por revisar el actual "sistema de licencias por estudios, favoreciendo aquellas actividades que tengan un mayor impacto en la práctica docente". En sí misma esta exigencia parece coherente y buena: aumentar las horas y la exigencia de la formación práctica, pegada al terreno y a la experiencia directa, contra una formación burocratizada o alejada de la realidad que no ofrece formación ninguna. El problema es que si aumentan las horas prácticas sobre la base de la misma orientación teórica el único resultado será la ley de la selva; un sistema educativo con menos formación teórica para los docentes en el que se mezcle el empirismo descerebrado con la buena transmisión de la experiencia de los más veteranos. En un artículo sobre la pedagogía Ricardo Moreno Castillo, el autor del Panfleto Antipedagógico, incluye el testimonio de un profesor participante de un curso de formación: “Empecé como profesor el pasado curso. Ingenuo de mí, asistí a un curso sobre «resolución de conflictos». Al inicio del curso, nuestra «guía espiritual» nos prometió enseñarnos una serie de «herramientas» para resolver o al menos canalizar los conflictos que aparecieran en el aula. A lo largo de 30 insufribles horas, tuve que jugar al corro, danzar en fila india, hacer equilibrios sobre una silla, finngir en un juego de rol que era un padre borracho, y otras chorradas que no solo me hicieron perder tiempo, sino que cuestionaron gravemente mi dignidad. Al final del curso la «guía espiritual» preguntó qué nos había parecido todo, si nos había sido útil, etc. Cuando me llegó el turno de opinar, simplemente pregunté que dónde estaban esas «herramientas» que se nos prometieron al principio. La «guía espiritual» me contestó que la herramienta más grande que tenía era yo mismo e ilustró su propuesta con un cuento zen. Me fui a casa frustrado, ¿qué había pasado? ¿Es que yo no había jugado bien a la sillita de la reina? ¿Es que no fingí adecuadamente estar borracho? ¿Acaso me salté algún paso de baile? Mi frustración fue mayor cuando pensé que tras 30 horas de ejercicios espirituales todavía no sabía qué hacer con los conflictos.“ La mayoría de profesionales que lean estas líneas sabrán que este ejemplo es tan solo un botón de muestra, y que lo que es necesario no solo es aumentar el peso de la formación práctica, sino cuestionar la orientación de todo el proceso formativo, su contenido.