A caballo entre el siglo VI y V antes de Cristo, Heráclito, uno de los padres de la filosofía, planteaba que la realidad está definida por “el movimiento y cambio constante”. Para ejemplificarlo afirmaba que, puesto que el agua fluye, “no es posible bañarse dos veces en el mismo río”.
Podríamos aplicarlo al juicio del procés. Se viene desarrollando desde hace ya casi dos meses. Peo cada semana es diferente. Tanto dentro como fuera de la sala segunda del Tribunal Supremo la realidad política se mueve, nunca permanece quieta.
Esta semana hemos asistido a la insólita imagen de una manifestación independentista en el centro de Madrid, exigiendo la libertad de los presos del procés y por el “derecho a decidir”.
Los organizadores dieron la cifra de 120.000 asistentes, la policía nacional lo redujo a 18.000. Un medio como El País daba la cifra, más realista, de 55.000. Una cifra que no llega a la mitad de los catalanes que viven y trabajan en Madrid.
En una España que se quiere presentar como franquista y dictatorial quien defiende la independencia de Cataluña tiene todo el derecho a manifestarse públicamente. Y lo puede ejercer sin problema alguno.
En la Cataluña independiente que quieren imponer los Puigdemont y Torra no sería posible el caso contrario. Estos días hemos sabido que la constitución catalana que el procés pretendía imponer declaraba ilegales los partidos e ideas contrarios a la independencia. E incluso creaba unidades policiales especializadas en perseguir y reprimir al “españolismo”.
Son dos países muy diferentes. Usted, lector, habrá ya optado por en cual de los dos prefiere vivir.
Dentro de la sala de juicios también han sucedido cosas destacables. El major Trapero, cabeza de los Mossos d´Esquadra, la policía autonómica, el 1-O ha arremetido contra el govern de Puigdemont. Afirmando que advirtió a la Generalitat de la ilegalidad y el riesgo de violencia si se celebraba el referéndum del 1 de octubre. Y explicando que había preparado un dispositivo para detener al govern catalán tras la declaración unilateral de independencia.
Algunos independentistas lo celebran afirmando que, si los Mossos acataban la constitución, y la DUI no tenía “fuerza armada” a su servicio, será más difícil probar el delito de rebelión. Pírrica victoria la que, para intentar “salvar los muebles”, obliga a triturar a un publicitado icono del independentismo como Trapero.
Mientras tanto, Torra insiste en negarse a obedecer la orden de la Junta Electoral Central, con sede en Madrid, que le obliga a retirar los lazos amarillos de la fachada de los edificios públicos, al considerarlos un símbolo partidista que no debe influir en la campaña de los comicios del 28-A.
Si lo que suceda en las elecciones en Barcelona se decide en Madrid es porque Cataluña es la única comunidad que no dispone de ley electoral propia. Las élites independentistas se han negado reiteradamente a aprobarla. Prefieren la ley “española”, que les permite dar mayor peso a los votos de la Cataluña rural, feudo nacionalista, y minusvalorar el de las ciudades, donde se concentra la clase obrera y el pueblo trabajador.
Este es el concepto de democracia que defienden las élites del procés. Si lo hacen ahora… ¿qué no harían en una Cataluña independiente?
Luis Ratia dice:
Poco a poco y gracias sobre todo al desarrollo del juicio a los golpistas, unos y otros, cada uno a su manera, percibimos con claridad que su supuesto proyecto tramutó de intento de golpe en proceso (pruses que dicen muchos), de proceso en drama y de drama en farsa. Esto sería una buena noticia si paralelamente, y de forma inevitable diría yo, este recorrido no se hubiera embadurnado de una insostenible e insolente carga emocional que impide e impedirá durante mucho tiempo cualquier atisbo de propuesta política para recuperar cauces de convivencia democrática razonables.Y qué decir de la izquierda catalana parlamentaria: desnortada, dividida, fracturada en el interior de sus partidos y ajena a cualquier iniciativa que retome respuestas políticas a los formidables recortes y destrozos que la derecha catalana ha propiciado entre la ciudadanía y muy especialmente entre los trabajadores desde hace ya más de una década. Cuando el juicio concluya y haya sentencia enotonaremos los «vae victis» de rigor pero me temo que los «victis» seremos todos.