Un grito contra el genocidio, el apartheid y el terror

Cultura desde Palestina

“Aquí moriremos. Aquí, en el último pasaje. Aquí o ahí... nuestra sangre plantará sus olivos”. (Mahmud Darwish, poeta nacional palestino).

Palestina está sembrada de muerte, pero también llena de vida. La resistencia de todo un pueblo se expresa en sus poetas, cineastas, en multitud de creadores cuya voz se eleva hasta el cielo y se hunde en la tierra.

El mundo de la cultura se ha movilizado en todo el planeta contra la barbarie. En nuestro país han encabezado los manifiestos “Hay que parar la guerra. Alto el fuego. Ni terrorismo ni genocidio”. Pero desde Foros queremos poner en primer plano a los creadores que hoy nos siguen presentando una cultura palestina rica, plural, avanzada, no diferente sino enfrentada al terrorismo de Hamás, y que está llena de fuerza de lucha, en muchos casos de la mano de creadores israelíes que se movilizan contra la ocupación.

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Quiero estar despierto cuando muera”, de Atef Abu Sif

Atef Abu Saif se bañaba en las playas de Gaza cuando el infierno en forma de bombardeos llegó desde el cielo. Llegó desde Cisjordania con su hijo para visitar a su familia, y quedó atrapado bajo el genocida ataque israelí.

De esta tragedia nació un libro escrito a golpe de mensajes enviados desde el móvil a su editor. En él se viven y se cuentan en primera persona los primeros 90 días de un genocidio. Las colas eternas para conseguir agua o comida. Las noches donde es preciso dormir en las escaleras del edificio, porque es la zona más segura frente a los bombardeos. El recuerdo del misil que casi le alcanza cuanto estaba en la puerta del hospital de Al-Shifa: “Era cerca del atardecer cuando vi de cerca a la muerte. Vino a abrazarme y llevarme en un viaje de ida”.

La vida de Atef Abu Saif es la de muchos palestinos. Sus abuelos fueron obligados a abandonar su casa en Jaffa durante la Nakba, en 1948. Él nació en Gaza, y conserva en su cuerpo parte de la bala que un soldado israelí incrustó en su cuerpo durante la primera intifada.

Vive un momento de dolor: “Como la vida es solo una pausa entre dos muertes, Palestina es un tiempo suspendido en la mitad de muchas guerras”. Pero le mueve un deseo de vida, que hace crecer rosas entre los cascotes: “Hay otra Gaza que no sale en las noticias, y de la que nadie quiere hablar. Gaza tenía cafeterías, restaurantes, bibliotecas y librerías, museos, teatros y bonitas playas, hermosos edificios, casco antiguo y arquitectura moderna. La gente en Gaza ama la vida, quiere vivir más”.

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También Cisjordania

Dos películas palestinas han sido premiadas en dos festivales muy diferentes, pero están unidas por un mismo hilo.

“No Other Land” (Ninguna otra tierra) ha recibido el premio al mejor documental en el Festival de Cine de Berlín. Narra la destrucción de aldeas cisjordanas por el ejército israelí, y la violencia desplegada por los colonos ultras contra los palestinos.

Y esa denuncia está encabezada por dos directores, uno palestino, Basel Adra, y otro israelí, Yuval Abraham.

Al recibir el premio en Berlín, la intervención de Yuval fue una sonora denuncia de la ocupación: “yo soy israelí y Basel es palestino, y en dos días volveremos a una tierra en la que no somos iguales. Yo vivo en un régimen civil y Basel en un régimen militar. Vivimos a 30 minutos el uno del otro, pero yo tengo derecho a voto y Basel no lo tiene. Yo puedo moverme libremente por el país, pero Basel, como millones de palestinos, está atrapado en Cisjordania. Esta situación de apartheid entre los dos, esta desigualdad tiene que terminar”.

A miles de kilómetros de distancia, el Festival Internacional de Cine del Sáhara Occidental, ha otorgado su máximo galardón, la “Camella Blanca”, a otra película palestina, “A 200 metros”, de Ameen Nayfeh.

Bucea en las vicisitudes de un padre palestino para sortear el muro levantado por Israel para reunirse con su familia. Ameen conoce esa realidad de primera mano. Su casa está a 150 metros del muro, y su familia ha sido forzosamente separada.

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La fuerza de las mujeres palestinas

Dos directoras palestinas, dos miradas donde se proyecta la energía de las mujeres palestinas, protagonistas nada pasivas de la lucha de su pueblo.

Lina Soualem acaba de ganar el premio al mejor largometraje en el Festival de Cine Africano de Tarifa-Tanger con “Bye Bye Tibériade”.

Argelina de raíces palestinas, Soualem narra los viajes que hizo de niña con su madre a la casa de su abuela en Deir Hanna, al norte de Israel. Llegaron allí tras ser expulsados de Tiberiades durante la Nakba de 1948.

Un retrato íntimo del exilio y la pérdida. Y el dibujo de tres generaciones de mujeres palestinas, que Soualem eleva a la categoría de gigantes: “aprecian las tradiciones y valores culturales, pero son muy modernas y han logrado hacer realidad muchas de sus aspiraciones”.

Y compartiendo los mismos anhelos otra mujer palestina cineasta, Mira Sidawi. Sus películas transcurren en los campos de refugiados donde nació. Con un propósito claro: “crear belleza en una película a partir de lo que es la vida en un campo de refugiados ayuda a que sus habitantes vean y sientan esa belleza. Y esa transformación del lugar en el que vivimos nos da poder y dignidad. Somos una historia, no somos números”.

Con una obra recorrida otra vez por la admiración hacia las mujeres palestinas: “La sociedad palestina se apoya en las mujeres, que sostienen y defienden a sus familias. Son mujeres poderosas, lleven o no lleven velo, sean o no musulmanas. Yo quiero ser una de ellas”.

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Un día en la vida de Abed Salama”, de Nathan Thrall

El 16 de febrero de 2012 un autobús escolar sufre un accidente. Mueren seis niños y un profesor. Eran palestinos, y el accidente sucedió en una carretera próxima a Jerusalén.

A partir de este hecho, Nathan Thrall, periodista norteamericano afincado en Jerusalén, traza una radiografía de la ocupación que sufre Palestina, que ha sido premiada con el Pulitzer en la categoría de no ficción.

Vivimos el nunca mejor dicho kafkiano viaje de Abed Salama, padre de uno de los niños fallecidos, para saber si su hijo está vivo o muerto, y posteriormente poder recuperar su cadáver.

Conocemos la barbarie de la ocupación israelí, que Thrall define como “un universo oculto de sufrimiento que afecta prácticamente a todos los hogares palestinos”.

Descubrimos lo que significa ser palestino: la miseria de los campos de refugiados, la cárcel que han sufrido la mayoría de jóvenes, el nulo derecho a recibir información, los permanentes controles del ejército, la pesadilla de que para moverte dependas de un permiso de circulación…

Esta es solo una pequeña muestra de la cultura palestina, de su enorme caudal. En ella está la fuerza de un pueblo que sin duda va a conquistar su futuro.

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