Ser mujer y acudir a una consulta médica no debería ser una desventaja. Pero lo es. Lo he vivido en carne propia y lo escucho una y otra vez: mujeres a quienes no se les cree, cuyos síntomas se minimizan, que reciben diagnósticos erróneos o tardíos. El problema no es individual, sino sistémico. La sanidad, como muchas otras estructuras sociales, también arrastra un sesgo de género que nos pone en riesgo.
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Nos escuchan menos, nos creen menos
Numerosos estudios lo confirman: las mujeres tendemos a recibir menos atención y medicación para el dolor, incluso ante los mismos síntomas que un hombre. Según el Instituto de Salud de la Mujer (2023), enfrentamos mayores tiempos de espera en urgencias y nuestras dolencias se atribuyen más fácilmente a factores emocionales.
“Es ansiedad”, “es el estrés”, “estás exagerando”… son frases que muchas hemos oído antes de recibir, tarde, un diagnóstico serio. Como en el caso de Laura, de 34 años, a quien le diagnosticaron endometriosis meses después de haber sido tratada como una paciente hipocondríaca.
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Un infarto que no duele igual
Uno de los ejemplos más alarmantes es el infarto de miocardio. Los protocolos médicos se han basado históricamente en los síntomas masculinos —dolor en el pecho, en el brazo izquierdo—, pero nosotras solemos experimentar otros: fatiga, náuseas, dolor en mandíbula o espalda. Y cuando nuestros síntomas no encajan con ese “modelo masculino”, el resultado es diagnóstico tardío o inexistente. Las consecuencias son letales.
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Medicina hecha para cuerpos que no son el nuestro
Aquí entra el corazón del problema: la medicina moderna se ha construido, probado y validado principalmente en cuerpos masculinos. Durante décadas, las mujeres fuimos excluidas sistemáticamente de los ensayos clínicos. ¿La razón? Nuestro ciclo hormonal, el posible embarazo, nuestra «complejidad biológica». Así de simple. Así de peligroso.
Aunque se han hecho avances, solo el 41 % de los participantes en ensayos clínicos son mujeres en promedio. En fases más avanzadas (2 a 4), la cifra mejora a un 51 %, pero en fases iniciales, que definen la seguridad de los fármacos, apenas alcanzamos el 43 %.
En áreas críticas como la cardiología preventiva, las mujeres representan solo el 30,6 % de las personas estudiadas, a pesar de que las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte femenina.
Y hay más: entre 2019 y 2023, en el Reino Unido, solo un 3,7 % de los ensayos clínicos se centraron exclusivamente en mujeres, frente a un 6,1 % que se realizó exclusivamente en hombres. Una disparidad que revela qué cuerpos siguen siendo prioritarios en la investigación médica.
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Cuando la menstruación y el embarazo no importan
Dolor menstrual, endometriosis, trastornos hormonales… siguen siendo mal investigados, poco comprendidos y muchas veces tratados con desdén. La menstruación aún es tabú, incluso en la consulta médica. Las mujeres menstruales seguimos siendo excluidas de estudios por ser “complicadas”, lo que deja lagunas enormes en tratamientos y diagnósticos.
El embarazo y el parto, por su parte, son experiencias profundamente medicalizadas, pero no siempre con perspectiva de género. Se prioriza el control del proceso sobre la autonomía de la mujer. Muchas no se sienten escuchadas ni respetadas durante el parto. Y el malestar emocional en el embarazo o el posparto sigue siendo invisibilizado.
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¿Cómo se revierte este sesgo?
Necesitamos una sanidad que nos vea y nos escuche. Que forme a sus profesionales desde una perspectiva de género, que exija paridad real en los ensayos clínicos y que invierta en investigación específica sobre enfermedades femeninas.
Organismos como la OMS y ONU Mujeres ya han hecho este llamado. Y algunos países están dando pasos: modificando currículos en medicina, actualizando protocolos, promoviendo estudios diferenciados por sexo. Pero aún estamos lejos.
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Mi esperanza
Escribo esto porque creo que hablar —y no callar— es también parte de la transformación. Porque quiero que ninguna mujer vuelva a salir de una consulta sintiendo que no la tomaron en serio. Porque el cuerpo femenino no puede seguir siendo invisible en una ciencia que se dice neutral.
El sesgo de género en la sanidad no es solo una injusticia: es una amenaza directa a nuestra salud. Corregirlo no es opcional, es urgente.


