Se adopte la posición que se adopte ante las contradicciones de la Venezuela actual, los logros económicos y sociales de los 13 años de gobierno de Hugo Chávez son incontestables. La reducción de la pobreza y las desigualdades, el impulso de la sanidad y la educación, y la mejora de las condiciones de vida de las clases más empobrecidas rivalizan con los del Brasil de Lula. Así lo reconocieron en su momento diversas organizaciones internacionales como la ONU, la UNESCO o la FAO.
Los errores del gobierno de Maduro, pero sobre todo la guerra económica de EEUU y de la derecha pronorteamericana (el boicot empresarial y las tramas para crear deliberadamente desabastecimiento y corte de suministros), han creado una situación de grave carestía en Venezuela para amplias capas de la población.
Una situación que no tiene nada que ver con la que las clases populares ―en especial las que hasta ese momento habían sido las más desfavorecidas― pudieron disfrutar hasta hace pocos años, durante la década de gobierno de Hugo Chávez. Unos años en los que la inversión social aumentó en un 60% y en los que se produjo una espectacular reducción de la pobreza y una notable mejora de las condiciones de vida.
En 2013, hace apenas seis años, Venezuela cerraba la etapa de Chávez con el nivel más bajo de desigualdad de América Latina (según el coeficiente de Gini), habiendo reducido la desigualdad en un 54% y la pobreza en un 50%. De 1996 a 2010, la pobreza pasó del 71% de la población al 21%, y la extrema pobreza se redujo del 40% al 7,3%. Ello llevó al gobierno de Chávez a recibir en 2012 el reconocimiento de la FAO.
Cerca de 20 millones de venezolanos se beneficiaron de los programas gubernamentales contra la pobreza, las llamadas “misiones”. Fueron posibles por una audaz política de redistribución de la riqueza. “El gobierno retomó el control de la empresa petrolera nacional PDVSA, utilizando los ingresos petroleros no para beneficio de una pequeña clase de rentistas, como ocurrió con los gobiernos anteriores, sino para construir infraestructuras que hacían falta e invertir en servicios sociales que se necesitaban con urgencia”, dice Carles Muntaner, Profesor de Enfermería, Salud Pública y Psiquiatría en la Universidad de Toronto.
Hasta 1998, solo 387.000 venezolanos llegaban a recibir algún tipo de pensión en la vejez. El gobierno bolivariano quintuplicó esa cifra hasta los 2,1 millones (es decir, el 66% de la población).
El hambre fue combatida con firmeza. En 1998, el 21% de la población estaba desnutrida. Con el nuevo gobierno se creó una red de distribución de alimentos subsidiados, con tiendas de comestibles y supermercados. Cinco millones de personas (cuatro de los cuales eran niños en las escuelas) pasaron a recibir comida gratis en 6.000 comedores sociales. La desnutrición infantil se redujo del 7,7% al 2,9%.
En cuanto a salud pública, los datos son también demoledores. Se triplicó el número de médicos por habitante (de 18 facultativos por cada 10.000 habitantes en 1998 se pasó a 58 en 2013). Los gobiernos anteriores construyeron 5.081 clínicas a lo largo de cuatro décadas, mientras que en tan solo 13 años el gobierno bolivariano construyó 13.721 (un aumento del 169,6%).
La Misión Barrio Adentro, el programa de atención primaria que construía clínicas en los barrios más desfavorecidos, donde los pobres recibían la atención de más de 8.300 médicos cubanos, con sus 7.000 clínicas, llegó a salvar aproximadamente 1,4 millones de vidas. La mortalidad infantil se redujo a la mitad y el 96% de la población pasó a tener acceso a agua potable.
La Misión Milagro ofreció tratamiento oftalmológico especializado y gratuito a 1,5 millones de venezolanos. Una red de miles de farmacias estatales otorgó medicamentos gratuitos de alto costo a 67.000 personas para tratar enfermedades como el cáncer, la hepatitis, la osteoporosis o la esquizofrenia.
En educación se lograron hitos igualmente brillantes, destinando el gobierno de Chávez a ella más del 6% del PIB (la media mundial está en torno al 4%). Desde la guardería hasta la universidad, la educación pública pasó a ser enteramente gratuita. El 85% de los niños en edad escolar quedaron escolarizados, y se crearon 42 nuevas universidades. Antes de 1999, solo 700.000 estudiantes podían acceder a la educación superior. La revolución bolivariana los duplicó hasta los 2 millones, ubicando a Venezuela como el quinto país del mundo y el segundo de América Latina con el mayor número de matrículas, según la UNESCO. La misma organización que declaró en 2005 a Venezuela como “Territorio Libre de Analfabetismo”.
Durante el gobierno anterior solo se crearon 187.000 viviendas sociales. En la década de Chávez se entregaron un millón. Se atendieron las necesidades de los que hasta entonces habían quedado excluidos: los indígenas, los afrodescendientes, las comunidades inmigrantes. En apenas seis años, unas 20.000 personas que vivían sin hogar fueron atendidas por un programa al uso, y se redujo a niveles mínimos los niños que vivían en la calle (un dramático problema de muchas ciudades del continente).
Todo ello se hizo dando poder y capacidad de decisión a las clases populares sobre sus asuntos inmediatos, creando 30.000 consejos comunales ―organismos de poder popular directamente administrados por los vecinos― que solucionaban las necesidades de los barrios y las comunidades locales.
Al mismo tiempo que se creaban 50.000 cooperativas populares y que la tasa de desempleo bajaba del 11% al 7%, la economía venezolana creció un 47,4% en diez años, es decir, un 4,3% anual.
Los datos hablan por sí solos. ¿Es de extrañar entonces que ―a pesar de los errores y las dificultades― una gran parte de los venezolanos, sobre todo los de las clases populares más humildes, defiendan la herencia de Hugo Chávez?