En la próxima reunión que los ministros de Turismo celebrarán antes de la cumbre de Canadá parece que España está dispuesta a hacer valer su peso en el mercado turístico mundial (ya que es el tercer destino) para poder hacerse un hueco en el G-20. El G-20 es el grupo que aglutina a los países tradicionalmente más ricos y a las nuevas potencias emergentes que quieren un protagonismo merecido tras la crisis económica mundial que estalló en el verano de 2007. ¡Pues vamos bien! Si el problema para que nos acepten en el G-20 es que seamos la Florida europea, España ha perdido totalmente el norte de su política exterior.
El elemental norte que, históricamente y en la actualidad, nos ha enseñado que un aís es valorado internacionalmente en función de su capital, de su fuerza económica y de su peso político y militar. ¿Qué atributos va España a exhibir ante la comunidad internacional, los atributos del eunuco? ¿Va a mostrar su estado de emasculación (capazón, castración, extirpación, cercenamiento, inutilización…) como país que no tiene una fuerte economía propia, que no controla la creación de patentes nuevas; como país que no tiene una política exterior independiente, sino que se supedita a los intereses de una u otras potencias? Curiosamente, es este gobierno de Zapatero el responsable y continuador, en estos últimos años, de un modelo de desarrollo económico y social que está basado, lo que se oculta, en un altísimo nivel de dependencia del exterior. Modelo que se caracteriza por cuatro graves dependencias: la financiera, la energética, la de las cuotas y limitaciones impuestas por Bruselas y la de la exportación a unos pocos mercados europeos. Dependencias que lastran nuestro desarrollo económico y hacen aún más difícil el cambio de modelo de crecimiento y la salida de la crisis. De hecho, la venta progresiva al capital extranjero, especialmente a partir de la entrada en la Unión Europea con el gobierno de Felipe González, de las grandes empresas en los sectores más avanzados tecnológicamente en aquel momento, automovilístico, químico, farmacéutico y un largo etcétera, acabó con la capacidad de las empresas de capital nacional. El problema principal, de fondo, es qué proyecto de país tiene la oligarquía financiera, Botín y compañía, y sus representantes políticos, para España; y qué proyecto, con ambición de país, necesitamos la inmensa mayoría de la población española. Un paradigmático Botín que ha apostado por elevarse a los primeros puestos mundiales sin poner en cuestión la posición dependiente y débil de su país; que ha hecho de Zapatero su presidente para la bonanza y para la crisis sin importar que haya fragmentado España y la haya dejado, inerme e inerte, en manos de una u otras potencias; que ha hipotecado el futuro de la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles para garantizar sus beneficios pasados, presentes y futuros. Basta ya. Cambiemos de rumbo.