La primera cumbre de alto nivel entre China y EEUU tras el relevo en la Casa Blanca, celebrada en Alaska, ha marcado el tono de las relaciones entre la superpotencia y el gigante asiático. Sin las formas histriónicas de su predecesor, Biden ha reafirmado públicamente que no abandonará la agresividad contra Pekín que caracterizó la actuación de Trump.
La en principio protocolaria y breve rueda de prensa inaugural de la cumbre se transformó en una larga y agria escenificación de la dureza que la Casa Blanca esgrimirá contra Pekín en los próximos cuatro años.
Rompiendo todas las normas de la diplomacia, el anfitrión, el secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken acusó a China de “amenazar el orden mundial basado en leyes que mantienen la estabilidad global”, afirmó que Pekín “practica la coerción económica a nuestros aliados”, y declaró que Xinjiang, Hong Kong o Taiwan “no son asuntos internos chinos y nos sentimos obligados a actuar”.
Tras la respuesta del delegado chino, y cuando parecía que la rueda de prensa había terminado, Blinken reclamó la presencia de todos los medios para que recogieran sus amenazantes declaraciones: “nunca es buena idea apostar contra EEUU”.
Estos hechos suponen algo más que la escenificación de la disputa entre Washington y Pekín.
Desde que llegó a la Casa Blanca, Biden ha calificado a China como “la gran amenaza geopolítica del siglo XXI”, anunciando la necesidad de “prepararse para una competición estratégica a largo plazo con Pekín”.
Y las palabras han sido acompañadas con hechos. Negándose a revisar la catarata de aranceles impuestos por Trump contra Pekín, o anunciando una serie de nombramientos en el Pentágono y el Departamento de Estado de personajes que han sido calificados de “halcones para las relaciones con China”.
Las formas de Biden van a ser diferentes de las empleadas por Trump, pero es ya evidente su decisión de mantener los raíles fundamentales del enfrentamiento con Pekín.
Antes de la cumbre, los secretarios de Estado y de Defensa norteamericanos realizaron una gira por Asia, visitando Japón y Corea del Sur, para reforzar su encuadramiento en un “frente antichino” en la región.
Biden ha calificado a China como “la gran amenaza geopolítica del siglo XXI”, anunciando la necesidad de “prepararse para una competición estratégica a largo plazo con Pekín”.
Y Biden ha reactivado, con una reunión telemática al más alto nivel, el llamado “Quad”, la alianza militar con Japón, Australia e India, que Washington pretende transformar en una especie de “OTAN asiática” que se enfrente a Pekín.
Provocaciones norteamericanas… y respuestas chinas
Tras la andanada de Blinken en la apertura de la cumbre, los representantes chinos, el jefe de la diplomacia, Yang Jiechi y el ministro de Exteriores, Wang Yi, no se quedaron callados.
Declararon que “EEUU no representa al mundo, solo representa al gobierno de EEUU”. Denunciaron que “EEUU utiliza su fuerza militar y hegemonía financiera para ejercer su jurisdicción a larga distancia y reprimir a otros países”. Y afirmaron: “nosotros no creemos en las invasiones con el uso de la fuerza, el derrocamiento de regímenes y las masacres”.
Tras afirmar que “Oriente está en avance y Occidente en declive”, los representantes de Pekín expresaron tajantemente que “China se opone firmemente a la injerencia de Estados Unidos en nuestros asuntos internos. Hemos expresado nuestra firme oposición a tal injerencia, y tomaremos medidas firmes como respuesta”.
La réplica de China a los ataques norteamericanos fue incluso más contundente en las páginas del Global Times, revista que el gobierno de Pekín utiliza para expresar, de forma no oficial, sus posiciones.
Allí se afirma que “EEUU ha sido demasiado agresivo y arrogante en los últimos años. Cree que es todopoderoso, y hace todo lo posible por reprimirnos”. Y defiende públicamente la tajante respuesta de los dirigentes chinos a Blinken en Alaska: “Yang y Wang han dado una buena lección a los políticos estadounidenses (…) estas personas creen que China colapsará tan pronto como sea presionada o coaccionada, y claman que la política estadounidense no es lo suficientemente dura (…) Es mejor que hagan coincidir sus deseos con su fuerza. Y deberían ver claramente que la fuerza de China es más que suficiente para apoyar nuestra actitud independiente hacia EEUU”.
Límites y riesgos
Quienes esperaban que la llegada de Biden a la Casa Blanca iba a reconducir el enfrentamiento con China, agudizado durante la “era Trump” se han dado de bruces contra la realidad. La emergencia de China, que la pandemia no solo no ha detenido, sino que ha multiplicado, es una “cuestión de Estado” que amenaza los cimientos de la hegemonía norteamericana, y tanto republicanos como demócratas coinciden en la necesidad de atajarla a cualquier precio.
¿Pero hasta dónde puede llevar Washington el conflicto con Pekín? ¿Y qué consecuencias puede tener para el resto del mundo el mantenimiento de la línea dura de la superpotencia hacia China?
En primer lugar, EEUU enfrenta severos límites en su enfrentamiento con Pekín.
El llamado “desacoplamiento económico”, iniciado por Trump y que Biden pretende continuar en aspectos claves, como la alta tecnología, atenta también contra intereses de grandes monopolios norteamericanos, que no pueden prescindir del mercado chino.
Y Washington tiene serias dificultades para encuadrar a sus aliados en una política agresiva contra China.
No ha podido evitar que la UE firme un gran acuerdo comercial con Pekín, a pesar que el propio Biden se empeñó en boicotearlo. Y en la reciente gira por Asia, solo Japón ha aceptado firmar una declaración conjunta con EEUU que coloca a China en el punto de mira. Tanto India como Corea del Sur se han negado. No están dispuestas a poner en peligro una relación con Pekín de la que sacan enormes beneficios.
La emergencia china amenaza los cimientos de la hegemonía norteamericana, y tanto republicanos como demócratas coinciden en la necesidad de atajarla a cualquier precio
Y el fortalecimiento de China en la escena global dificulta las maniobras norteamericanas. China exporta un modelo de éxito para contener la pandemia, es la única gran potencia que ha sido capaz de crecer el pasado año, la voz de China gana terreno en todos los organismos internacionales, desde la OMS a la ONU o la Organización Mundial del Comercio, y las vacunas chinas son hoy recibidas con las manos abiertas por muchos países del Tercer Mundo.
Pekín ha tomado además medidas para blindarse ante los ataques norteamericanos. Impulsando una “Estrategia 2035” que busca garantizar su crecimiento, protegiéndose de turbulencias externas. Multiplicando el consumo interno como motor económico, y anunciando una enorme inversión para garantizar la “autosuficiencia tecnológica”, especialmente en terrenos claves, como los semiconductores, tradicionalmente controlados por EEUU.
Pero la política de Biden, confirmando que la agresividad hacia China va a mantenerse por encima de quien sea el inquilino de la Casa Blanca, son también un riesgo y una amenaza.
Poner palos en la rueda del progreso de China, principal motor del crecimiento global, pone en peligro la economía global, seriamente dañada por los efectos de la pandemia. Lo que perjudicará al conjunto de países que no disponen de las defensas que sí posee la superpotencia para protegerse de los daños causados por ellos mismos.
Introducir un conflicto permanente entre EEUU y China, como Washington pretende, atenta también contra la estabilidad mundial. E impone a los países dependientes de Washington, entre ellos España, un mayor encuadramiento en el “frente antichino” que nada tiene que ver con nuestros intereses.
Con Biden, como con Trump, las maniobras norteamericanas para contener la emergencia de China van a marcar la agenda global.