Leonardo Padura, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2015, es hoy el escritor cubano más internacional y su personaje, Mario Conde, uno de los personajes más populares y queridos de la literatura cubana.
Corresponsal durante la guerra de Angola, Leonardo Padura, es la voz de una generación, cronista de los últimos treinta años de la historia de Cuba. Comenzó a trabajar en la revista el Caimán Barbudo y escribió sus primeros cuentos y su primera novela corta «Fiebre de caballos». Su trabajo como periodista le permitió conocer la historia no oficial de su país. A través de sus cuatro novelas: Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisajes de Otoño conocidas como Las Cuatro Estaciones retrata una Habana congelada en 1989 justo antes de la caída del muro.
El catalán Felix Viscarret (Bajo las estrellas) dirige «Vientos de la Habana», adaptación cinematográfica de la novela Vientos de Cuaresma, protagonizada por Jorge Perugorría en el papel de Mario Conde. Una película genuinamente cubana a pesar de la pátina de género negro que tiñe el film. Una historia llena de contrastes, que muestra desde un nuevo ángulo una Habana inquietante congelada en 1989.
Influenciado por la poesía de José María Heredia, de quien aprendió el verdadero significado de la patria, la literatura de Padura habla siempre de las raíces. De Guillermo Cabrera Infante aprendió a escribir en habanero y de las lecturas de Alejo Carpentier aprendió que la literatura debe tener un carácter universal y no encerrarse en lo local. Padura rompe los márgenes del género para contar con nuevos resortes una historia propia, desarrollando un nuevo lenguaje más allá del realismo mágico para contar la nueva realidad latinoamericana.
Mario Conde es un personaje muy atípico: es un policía que quiere ser escritor. Ese conflicto que define al personaje ¿define también a su generación?
El hecho de que Mario Conde sea atípico es un recurso literario para hablar de su tipicidad, que está construida en función de su representatividad como miembro de una determinada generación: mi generación de cubanos. Cuando creé al personaje necesitaba que tuviera determinadas características en función de su responsabilidad literaria de funcionar como mi propia mirada sobre una realidad, sus conflictos y peculiaridades.
Por eso, aunque tenía que ser policía (no era verosímil que no lo fuese), debía ser algo más y le fui complicando la existencia con formas de pensar y de ser, de entender el mundo y las relaciones que no suelen ser típicas de un policía. Todo ese juego se puede montar desde la literatura, en tanto que reflejo de una realidad y no una realidad en sí misma.
El resultado fue, desde aquella primera novela –Pasado perfecto, 1991-, que Conde asumiera un carácter representativo de su tiempo y circunstancia, desde esa mencionada perspectiva generacional. Sus conflictos y modo de pensar son los de muchos de nosotros, su suerte es la de muchos de nosotros, y en esa medida me identifico con sus conflictos, porque en general también son o pueden haber sido y ser míos en tanto cubano nacido y crecido en una época.
Usted pertenece a esa generación llamada a “forjar al hombre nuevo”. ¿Marcó esa política su trayectoria vital? ¿Los conflictos existenciales de sus personajes están determinados por ese periodo?
Creo que somos el resultado de muchísimas experiencias sociales, económicas, políticas, ideológicas en las que nos vimos envueltos como parte no ya de nuestra educación, sino de un contexto del que no podíamos escapar. En el proceso de forjar al hombre nuevo se nos educó de una determinada forma, se nos dio, entre otras, la posibilidad de estudiar, y la vez se nos limitó la posibilidad de elegir, incluso el modo en que llevábamos el pelo. Y todo eso fue dando forma a nuestro carácter y experiencia.
En general fue una generacion muy homogénea en su formación, aunque hoy haya distintas formas de pensar entre sus miembros. Y en buena medida esas experiencias de la formación de un individuo dentro de un país socialista que te da beneficios pero te prohibe movimientos y decisiones por supuesto que crearon muchos de nuestros conflictos y más aun, nuestra visión de la vida y el mundo, tanto, que creo que en la Cuba de hoy, donde varias cosas han cambiado, somos como dinosaurios amenzados por la extinción por la incapacidad de luchar en nuevas condiciones sociales que han cambiado mucho y tramas económicas que lentamente comienzan a cambiar.
A través de la novela policíaca describe los claroscuros de La Habana y sobre todo el desencanto de una generación a través de su personaje protagonista. ¿Cree que la realidad latinoamericana necesita de nuevos lenguajes para contarse en la actualidad?
Me costaría trabajo ser tan abarcador y profético. Creo que siempre una realidad en movimiento está generando nuevas necesidades evaluativas y comunicativas. Yo creo que hoy todo el mundo está sumergido en ese proceso, pues la revolución digital ha cambiado muchos paradigmas, canales de comunicación, formas de consumir el arte, entre otros efectos.
En la caso de la novela policial, desde el principio la asumí como una forma de novela social. Pero yo no he sido el unico en hacerlo, no soy el único que lo hace. Tal vez en mi caso resulte mucho más visible en la medida en que doy a la mirada social incluso más importancia que a códigos habituales de este género como el enigma o la violencia. Yo uso estas novelas para hablar de la sociedad cubana, especialmente del presente y del lugar que en él han venido a ocupar los miembros de una generación que ha sufrido muchos desencantos luego de albergar muchas esperanzas. No es un lenguaje nuevo, pero es mi lenguaje ante un ejercicio literario que pretende ser también una reflexión social desde la literatura.
Hay algo entrañable en sus personajes, que además Jorge Perugorría transmite extraordinariamente: la bondad. Frente a la sordidez del género, incluso los “villanos” lo son en cuanto a sus actos y no en esencia. ¿Qué cree que diferencia y caracteriza su literatura o la novela negra cubana de las convenciones o clichés del género?
Como escritor cubano de novelas policiacas soy más atípico que el Conde. Esta navegación la he hecho casi en solitario, desde una perspectiva muy personal, y me satisface mucho que escribiendo desde un género acusado de ser menor, popular, haber podido hacer una literatura que haya escapado de una percepción escatológica y haya tenido una repercusión cultural. Como novelista policial pertenezco a una tendencia en la que puedes encontrar nombres como los de Manuel Vázquez Montalbán, Paco Ignacio Taibo II, Petros Márkaris, entre otros, que escriben desde experiencias y culturas diferentes, pero que buscan lo mismo que yo: hacer una literatura en la que lo policial sea una convención cuyos principios pueden ser violados en función de una perspectiva más literaria, social, incluso política.
En dos palabras: hacemos novela policial, pero, ante todo, hacemos novelas y esa es la gran apuesta para irnos por encima de las convenciones, que, como todas las convenciones, pueden ser superficiales y repetitivas.
Y uno de mis recursos para conseguir ese objetivo es la entidad de los personajes. Mi policía casi no lo es en esencia; mis criminales muchas veces lo son por una coyuntura específica, pero no son propiamente delincuentes… y hablo en las novelas también de otros policías y delincuentes que al parecer no lo son y lo son mucho más que los “sospechosos habituales”. Y en el caso específico de Conde, creo que Perugorría supo captar sus esencias y darle una vida cinematográfica convincente: reflejarlo en su humanidad siempre atormentada.
La trama o la acción es sus novelas no es tan importante como la pintura de personajes. ¿Cómo definiría su estilo narrativo?
Hace años llamo a mis novelas “falsos policiacos”, y creo que ahí está una posible definición no solo estilística, sino también estética. Introduzco al lector en una trama policial y, a la vez, en un mundo mucho más complicado por sus connotaciones culturales y sociales, a la larga políticas. Me preocupo siempre por la densidad de los personajes, por su carácter de prototipos pero sin restarles vitalidad, verosimilitud.
Cuido mucho el lenguaje, trato siempre de que sea lo más elaborado y funcional posible, todo a la vez. Me obsesionan las estructuras, los cambios de tiempo, las rupturas de la lógica narrativa convencional. Por eso digo que soy un escritor de novelas que, además, pueden leerse como policiacos.
¿Fue fácil la adaptación de la novela al guión cinematográfico?
Por supuesto que no. Convertir en soporte de una obra audiovisual un material tan literario, tan verbal, no es sencillo. Por suerte Lucía López Coll, coguionista, hizo un gran trabajo en ese tránsito, pues lo asumió como se debía: preservó la esencia de las novelas pero las transformó en un texto dramático capaz de ser representado. Y ese es un salto enorme. Además, debimos sintetizar determinados elementos literarios y a la vez enriquecer la trama activa, la acción, para que la historia tuviera intensidad y movimiento. No, no fue fácil… sobre todo para Lucía.
Utiliza usted un lenguaje muy diverso y seductor a la par que sencillo. ¿Cómo ha influenciado el periodismo en su literatura, tanto en el estilo como en su temática?
El periodismo que hice en los años 80 me convirtió en el escritor que soy en la medida en que me enseñó a cuidar de la comunicación sin renunciar a la elaboración literaria del texto. Esa experiencia me cambió como escritor, porque además me permitió un aprendizaje de las esencias de la cultura y la historia cubana que no suelen verse o leerse en los libros de texto. Fue un periodismo tan diferente y literario que aun hoy mis selecciones del trabajo de aquella época se reeditan y se leen, son referenciales. Entre el periodismo y la literatura he hecho toda mi carrera, desde los primeros intentos a finales de los años 1970 hasta hoy, en que escribo novelas sin dejar de hacer periodismo.
¿Qué perspectivas se abren para las nuevas voces de la literatura cubana con la apertura del país?
Pues no lo sé, porque no sé cómo va a evolucionar el proceso. Pero, en cualquier caso, no debemos intentar ver (y mucho menos crear) la literatura en función de los cambios sociales. Cada cosa tiene su carácter, sus leyes propias, y debe tener sus caminos de realización y evolución. Por eso no siempre un período de gran efervescencia social es un momento de grandes realizaciones culturales.
Pero te puedo decir que hoy el escritor en Cuba tiene mayores libertades expresivas pero también menos posibilidades de trasmitir esa expresión pues se publican menos libros y menos ejemplares, no hay un sistema orgánico de promoción de la literatura ni unas recompensas justas por ese trabajo. No se escribe en Cuba en las mejores condiciones económicas. Entoces muchos escriben pensando en hallar un editor fuera de Cuba y… muchas veces no lo encuentran, y nos quedamos en las mismas. Pero, en cualquier caso creo que esa ganancia de libertad y espacios ha sido beneficiosa para una literatura, sobre todo una novelística que ha optado por la visión crítica de su entorno, por la develación de los conflictos de su época, aunque en ciertas ocasiones lo local, que es tan fuerte y peculiar, haya terminado por devorar lo universal, que es indispensable para un arte cualquiera, pero sobre todo para la literatura.