No es crispación, es actividad planificada.
Lo que pasa en las calles, en barrios o en las plazas de algunos ayuntamientos no es, si nos atenemos a la definición del Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, fruto de una crispación repentina o una irritación momentánea. Lo que pasa es otra cosa muy diferente.
Hay dos realidades. La primera es que cuando baja la pandemia sube la supuesta crispación.
Y la segunda que cuando se manifiestan de la forma más brutal los efectos de la crisis sobre los sectores más desfavorecidos de la población (en el mismo periodo en que las 23 mayores fortunas de nuestro país han aumentado su patrimonio accionarial en 14.000 millones de euros, según Forbes) y se intentan tomar medidas paliativas que aminoren sus consecuencias, sube la irritación.
Pero cuando aparecen como elemento de la crispación “la disputa sobre el número de muertos” o sobre la responsabilidad de los muertos. Cuando hay más de 150 denuncias por las muertes en las Residencias de Mayores. Cuando se acusa a los responsables políticos de las comunidades autónomas de las muertes…, o a las manifestaciones feministas. Cuando se revuelven los números de los fallecimientos que dan las funerarias con los del Registro Civil para cuestionar las cifras de Sanidad sobre la pandemia, esto no es crispación, es algo programado, planificado.
Cuando se recuperan las imágenes “robadas” de la ministra de Igualdad, Irene Montero, y esas imágenes se guardan, etiquetan y vuelven a aparecer meses después. Esto no es crispación, es planificación.
Cuando se quiere juzgar al máximo responsable en la lucha contra el coronavirus, al doctor Fernando Simón; y los déficit de conocimiento sobre la pandemia, incluso los posibles errores se convierten en denuncias ante un juzgado, esto no es crispación, es planificación.
Cuando las asociaciones de cabos, de sargentos, de suboficiales de la guardia Civil hacen denuncias corporativas con el mismo hilo conductor y un objetivo común, pedir la dimisión del ministro del Interior Grande-Marlaska -uno de los adalides reconocidos de la lucha contra ETA-, esto no es crispación, es planificación..
Cuando a una pandemia o alerta máxima sanitaria se le suma una “pandemia económica”, de tal envergadura que ha exigido que a 850.000 familias se les de un “ingreso mínimo vital” para que subsistan y no aparezca el hambre en las calles de España, y en torno a esta medida no se han podido poner de acuerdo todas y cada una de las organizaciones de este país ni en cinco, seis…, o diez puntos básicos, esto no es crispación, es planificación.
Se ha elegido la palabra crispación para ocultar que lo que hay es una confrontación de intereses de clase, un abismo social que la pandemia lo que ha hecho es ensanchar aún más.
Solo interesa que exista y después se extienda y se popularice la palabra crispación a los que, si no se lo impedimos, van a sacar tajada de esta crisis.