La fallida asonada militar del presidente Yoon Suk-yeol deja a Corea del Sur, pieza clave del dominio norteamericano sobre Asia-Pacífico, sumida en una profunda crisis política.
Todo ello en un panorama lleno de convulsiones e incertidumbres. Con un Donald Trump a pocas semanas de retornar a la Casa Blanca, y con Rusia y Corea del Norte exhibiendo una renovada alianza militar y política.
¿Qué ha pasado en Seúl y qué implicaciones tiene para la región y para los planes de Washington?
Nadie esperaba ni tan siquiera un poco lo que ha pasado en Corea del Sur. En la noche del 3 de diciembre, cuando los ciudadanos estaban en sus casas, el presidente conservador Yoon Suk-yeol, acusando a la oposición de controlar el Parlamento, ejercer actividades antiestatales y de simpatizar con Corea del Norte, decretó una ley marcial inédita desde 1980, dejando atónito al país y al resto del mundo.
El Ejército y la policía se dirigió al Parlamento, pero los diputados atrancaron las puertas e -incluídos los del partido de Yoon- revocaron en votación de urgencia la asonada presidencial. Las calles se llenaron de manifestantes. Todo acabó en cuestión de horas.
Aunque el presidente Yoon ha ofrecido como cabeza de turco a su ministro de Defensa, Kim Yong-hyun, quien parece que tuvo la idea de declarar la ley marcial, su futuro político es cadavérico. Una mayoría parlamentaria exige su dimisión, el último clavo en el ataúd de un mandatario con graves manchas de corrupción y extremadamente impopular, que apenas contaba con un 20% de respaldo en las encuestas.
Hubo un tiempo en el que los golpes de Estado, la brutal represión y la ley marcial eran el pan nuestro de cada día para los surcoreanos. Desde 1961 hasta 1979 el país vivió bajo el puño de hierro del presidente y dictador Park Chung-hee, con un largo y cruento historial de persecución a disidentes políticos, sindicalistas y de opresión a las clases trabajadoras. Pero desde la instauración de la Quinta República en el 80, el país parecía haber dejado atrás ese fantasma.
¿Qué ha pasado entonces para que de manera inesperada se produzca este «chapucero» autogolpe de Estado? Pongamos encima de la mesa algunos contornos, internos y externos, de esta convulsión.
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Una aguda crisis política
En mayo de 2022, el líder del líder del conservador Partido del Poder Popular (PDP) Yoon Suk-yeol, asumió la presidencia después de haber ganado por la mínima (menos de un punto de ventaja) a sus rivales, el Partido Democráta (PD) del anterior presidente Moon Jae-in.
Lo hizo sin mayoría parlamentaria y sin alianzas políticas, algo que prácticamente le ha imposibilitado llevar adelante su agenda. Una minoría legislativa que se acentuó aún más en abril de este año, cuando el PD se hizo con el 60% de los escaños.
El choque entre ambos partidos surcoreanos se ha hecho más y más antagónico. Mientras que Yoon ha utilizado el veto presidencial en 12 ocasiones en dos años, impidiendo que salieran adelante hasta 25 proyectos legislativos de una Asamblea Nacional que no controla, sus opositores del Partido Democráta han presentado 22 mociones de destitución de miembros de su Gobierno.
Muchos apuntan que el punto de no retorno de este tempestad política fue la aprobación por la Asamblea Nacional de una ley de presupuesto reducido que restringe la capacidad de maniobra del Ejecutivo y que abre el camino para destituir al fiscal general y al auditor jefe de las cuentas públicas, porque éstos se estaban negando a abrir una investigación contra la primera dama, la poderosa empresaria Kim Keon-heen, pillada in fraganti en una trama de manipulación de acciones bursátiles.
Tras esta maniobra, e instado por su ministro de Defensa Yoon decretó la ley marcial para «salvar al país contra las fuerzas antiestatales» y pronorcoreanas que intentan destruir «el orden constitucional de la democracia liberal».
Una acusación -la de complicidad con Pyonyang- ridícula en Corea del Sur, donde tal cosa no cuenta con eco social ni político alguno. A pesar de que apuesta por la desnuclearización de la Península de Corea, y por buscar cierta distensión con el régimen norcoreano para crear la base hacia una eventual reunificación, el Partido Democráta, de derecha liberal, siempre ha gozado del aval de Washington.
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El contexto regional
Si sus rivales del Partido Demócrata son proclives a la vía de la distensión, el Partido del Poder Popular (PDP) Yoon Suk-yeol es conocido justo por lo contrario. En sus dos años de mandato, el conservador ha puesto las relaciones con Pyonyang al límite.
Por eso, cuando hace poco Rusia tendió la mano al régimen norcoreano -ofreciéndo una salida política, económica y comercial a su aislamiento, a cambio de que Kim Jong-un enviara miles de sus mejores tropas a combatir a Ucrania y suministrara munición sin límite al Kremlin- el gobierno de Yoon respondió sugiriendo posibilidad de suministrar armamento surcoreano al ejército de Kiev para que en Ucrania combata a las tropas rusas y a las norcoreanas.
Una oferta sugerida por el ahora dimitido ministro de Defensa Kim Yong-hyun, muy cercano a EEUU y partidario de encuadrar (aún más) a Corea del Sur, junto a Japón, en los planes para fortalecer el cerco militar norteamericano a China. Una oferta que podría haber proporcionado pingües ingresos a la próspera industria de armas surcoreana. Pero una oferta que se enfrentaba a serias trabas legales, porque en Corea del Sur está prohibido exportar armas a países en guerra. Unas barreras que, de haber prosperado la declaración de ley marcial… habrían decaído.
Por eso, la fracasada asonada de Yoon y su más que segura caída del gobierno ha sido celebrada con sorna en Moscú y Pyonyang. En cambio China observa con suma atención y cara de póker. «Es un asunto interno surcoreano, sin comentarios», dicen los responsables diplomáticos de Pekín.
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Un país clave en el diseño geopolítico de Washington
Pero vayamos a la gran pregunta. ¿Qué opina de todo lo que ha pasado el gran aliado y respaldo internacional de Corea del Sur, es decir, EEUU?
Corea del Sur, con más de 24.000 militares estadounidenses estacionados en su territorio, es -por encima incluso de Japón, donde hay otros 30.000 efectivos de EEUU- la principal plaza fuerte del poder norteamericano en el Lejano Oriente. Tanto es así que estos dos países son considerados como «los portaaviones del Pentágono en el este de Asia».
Para Washington, los asuntos de Corea del Sur tienen casi tanta importancia como los de Israel en Oriente Medio. «Cualquier inestabilidad en Seúl tiene importantes ramificaciones para nuestras políticas en el Indo-Pacífico. Cuanto menos estabilidad haya en Corea del Sur, peor podrá EEUU cumplir sus objetivos políticos», declaró a la CNN el coronel estadounidense retirado Cedric Leighton.
Siendo así, la pregunta que muchos se hacen es que conocimiento tenían en Washington de la aventurera maniobra que Yoon y su ministro de Defensa -ambos muy cercanos a EEUU- iban a acometer declarando la ley marcial y sacando el ejército a la calle, comprometiendo además al hacerlo al propio contingente militar estadounidense estacionado en Corea del Sur.
La primera reacción de la Casa Blanca, nada más conocerse el anuncio de ley marcial, fue llamar a la calma. Pero poco después apoyó el rechazo de la Asamblea Nacional de rechazo a la asonada.
Todo esto ocurre a su vez a pocas semanas de que Trump asuma el poder el 20 de enero de 2025. Hay que recordar que en su primer mandato, Trump realizó un inédito acercamiento a Corea del Norte, celebrando hasta tres cumbres e incluso un encuentro personal con Kim Jong-un. ¿Ha tenido esta inminencia algo que ver en la arriesgada maniobra -de tipo «todo o nada»- que ha llevado adelante el presidente surcoreano?
¿Ha tenido algo que ver el inminente retorno de Trump a la Casa Blanca en la arriesgada maniobra -de tipo «todo o nada»- que ha llevado adelante el presidente surcoreano?
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Corea del Sur: un pivote geopolítico
El ancla norteamericana en el Lejano Oriente
Así definía Zbigniew Brzezinski -consejero de Seguridad Nacional con Carter y uno de los mayores expertos en geopolítica de EEUU- la importancia que tiene Corea del Sur en el diseño global de la superpotencia norteamericana
«Corea del Sur es un pivote geopolítico del Lejano Oriente. Sus estrechos vínculos con los EEUU permiten a éstos proteger a Japón, y por lo tanto impedir que se convierta en una gran potencia militar sin necesidad de una abrumadora presencia estadounidense en el propio Japón. Cualquier cambio significativo en la situación de Corea del Sur, ya sea mediante la unificación y/o mediante un desplazamiento hacia la esfera de influencia china en expansión, alteraría necesariamente de manera crucial el papel de los EEUU en el Lejano Oriente, modificando por lo tanto también el de Japón. Además, el creciente poder económico de Corea del Sur la convierte en un «espacio» cada vez más importante por derecho propio, por lo que controlarla es cada vez más vital»
«Una Corea reunificada sin tropas estadounidenses en su suelo sería muy probablemente arrastrada primero hacia alguna forma de neutralidad entre China y Japón, y luego, gradualmente -empujada en parte por sus sentimientos antijaponeses, residuales pero todavía importantes-, hacia una esfera de influencia china políticamente más activa, o hacia una esfera de deferencia china más delicada. La cuestión que se suscitaría entonces sería la de si Japón aún aceptaría ser la única base del poder estadounidense en Asia. Como mínimo, la cuestión provocaría importantes divisiones en la política interior japonesa. Cualquier retracción resultante del ámbito de la presencia militar estadounidense en el Lejano Oriente haría, a su vez, más difícil el mantenimiento de un equilibrio de poder estable en Eurasia (…)»
«El ancla en el Lejano Oriente». El Gran Tablero Mundial, de Zbigniew Brzezinski