Charlamos con el director Enrique Urbizu sobre el deseo de lo prohibido, Nosferatu, el expresionismo y las vanguardias en el cine
Iniciamos este año de las vanguardias con el pintor Rafael Canogar y una pinceladas de surrealismo español de los años 50, además de una interesante reflexión sobre el futuro del arte. En este número, en el que abordamos las vanguardias en el cine, contamos con el director de cine Enrique Urbizu, popularmente conocido por películas como ‘La caja 507’ y la premiada ‘No habrá paz para los malvados’. Uno de los mejores directores de nuestro cine. En el 2003 tuvimos la suerte de conocerle en persona, cuando estrenó ‘La vida mancha’ y pudimos contar con él en un debate en el Ateneo Madrid XXI.
Urbizu es, además de un director que estima sobremanera su independiencia, un extraordinario guionista que ha escrito, por ejemplo, para Roman Polanski, profesor de universidad y de la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid. Enrique Urbizu es, sin duda, uno de nuestros mejores ‘contrabandistas’ (Scorsese dixit).
Recuerdo que en la conferencia-debate que diste en el Ateneo Madrid XXI, allá por el 2003, afirmabas que ‘Amanecer’ de Murnau es la película que más te ha impactado, y Murnau es hijo de las vanguardias. ¿Cómo crees que han influenciado las vanguardias en el cine?
De manera determinante en los inicios, y de manera menos precisa de lo que se suele decir. Murnau, como Lang y otros de su generación, son gente con estudios y preparada. Lang ha viajado a Asia, conoce Japón, ha vivido en Florencia. Esto les da un bagaje estético y cultural de otra altura muy diferente al que podía tener Griffith o los cineastas norteamericanos que venían más de literatura y teatro popular, de un arte más llano.
Tras el desastre de la primera Gran Guerra, se produce una efervescencia que lo toca todo y todo se hace poroso. En el caso de Murnau, al que se le adjudica una de las obras cumbre del expresionismo que es Nosferatu, no creo que se le puede considerar expresionista en un sentido estricto, como él mismo decía. Hay en su cine una fundación de determinados rasgos de estilo de los que luego se apropia el expresionismo, pero no lo definiría como un cineasta expresionista.
Por otra parte, el cine mudo es un territorio apasionante porque es un campo de pruebas. Estos directores están permanentemente descubriendo e inventando. Y ahí no se cortan. Esto es lo que queda en el colador del llamado expresionismo, una influencia que llega hasta nuestros días.
¿Por ejemplo?
Una presencia y un poder expresivo per se de la imagen, no sentirse obligados por el realismo y el naturalismo, o crear unos mundos estéticos y audiovisuales propios, no dependientes del retrato de la realidad. De ahí queda la utilización de la sombra, el énfasis de los encuadres, y luego toda un cadencia que es parte constitutiva del cine negro.
Y si tiras del cine negro clásico americano de los 40 y 50, muchos de ellos son directores de serie B. El ayudante de Murnau dirige películas de serie B en EEUU, todas negras como un tizón en los años 50. Un tío con una gran inventiva y que no tenía ni un duro, lo que le hacía necesitar más la inventiva. Estoy hablando de Ulmer.«Las vanguardias aportan el espíritu de libertad y de osadía»
También está esa falta de prejuicios a la hora de asimilar las cosas, como el surrealismo de Buñuel. El surrealismo y el documental estaban muy cerca, como bien decía Buñuel. Ese absurdo es la frontera entre la realidad y lo surreal. Tiene que ver con el cine que hace en México, aunque sea de encargo. Y tiene que ver con las libertades que acaba tomándose en el cine de su etapa francesa.
Es un espíritu de libertad, de osadía a la hora de atreverse a probar recursos. Esa sería la gran influencia de las vanguardias. Un tema infinito en el que hay grandes expertos.
Normalmente se reduce la influencia del expresionismo a una iluminación llena de contrastes u otros aspectos formales, pero el expresionismo es un arte de oposición al principio de realidad burgués decimonónico, al naturalismo. ¿No inaugura el expresionismo una “nueva objetividad” al quebrar la realidad deformándola?
Sí, se trata de convertir las artes expresivas en artefactos independientes que provocan un conflicto con la realidad. A mi lo que me fascina de todo esto es lo que debía ser vivir en la República de Weimar y en Europa en la posguerra. Eso tuvo que ser clave.
Con el panorama que está perfilándose en Occidente en estas últimas décadas, por ejemplo, Fritz Lang se pasó más al cine y al contenido social de ‘M, el vampiro de Düsseldorf». Hay una vuelta de los recursos expresivos que pretende discutir o que entres en conflicto con el relato naturalista. Acabamos sacando todo el potencial de esa expresión y casi que nos inventamos el cine negro. Ahí tienes un película política, social y psicológica. Hay quien la llama expresionista visualmente, y aunque yo no estaría tan de acuerdo, está llena de rasgos. También esta la utilización del sonido, en algún caso altamente expresiva, aunque no sé si expresionista.«Nosferatu es el deseo de lo prohibido»
Por otra parte, se se podría reflexionar sobre qué parte de esas vanguardias, integra el relato oficial posterior, como siempre. Lo que es útil lo absorbe, lo recicla y se convierte en mainstream. Eso sucede.
El Gabinete del Doctor Caligari, Nosferatu, las películas de Pasbts, Friz Lang o Murnau, ¿no hablan de contradicciones y deseos prohibidos que luchan por liberarse?
Sí. El ejemplo más nítido es Nosferatu, que es lo prohibido. Una de las historias de amor y sacrificio más arrebatadoras. Una sublimación del amor y de la muerte, bajo la capa de una historia de terror.
Luego, el cine de Pasbts es barriobajero, es de prostíbulo, interclasista, desde lo más bajo a los salones de la aristocracia. Tiene un recorrido por el melodrama de terror con un erotismo que hoy en día te preguntas cómo se atrevían a hacer esas cosas. Scorsese usa una palabra estupenda que es el “contrabandeo”. Somos contrabandistas.
Y, por supuesto, Lang a partir de ‘M, el vampiro de Düsseldorf’, cuando se da la vuelta, mira hacia su sociedad y hace una película contemporánea, a dos años de que Hitler gane las elecciones. Es una película con un contenido extrañamente subversivo para la época. No me sorprende que la prohibieran, por ejemplo, por equiparar el trabajo de las fuerzas de seguridad del estado con una reunión de los jefes del hampa. Está retratando una sociedad asustada que favorece la delación y necesita los uniformes en la calle para sentirse segura. Es una radiografía de la sociedad que engendra la segunda Gran Guerra poco después.
Quería volver a Nosferatu, el drácula que es un monstruo y no un conde. ¿Dónde reside la fascinación que produce?
Aquí, a parte de Murnau y las vanguardias, está la figura del productor, Albin Grau, que era un ocultista, algo que estaba muy de moda entre la burguesía de la época, las sociedades secretas, alquímicas, la escritura críptica… la película está llena de eso.
Primero hay que tener en cuenta el propio misterio de un actor protagonista que siempre ha sido leyenda, desconocido y que nadie sabe nada de él, Max Schreck, que se dice que era el propio Murnau. También, que nunca ha sido obvio de dónde sale el diseño de Nosferatu, si de un trabajo en equipo, de algunos dibujos de Albin Grau, de un famoso cuadro que se parece mucho… la verdad es que hasta cómo se mueve, no se sabe si es artritis o los gestos o la edad. Se mueve con torpeza, con pasito corto, con poca movilidad, como anquilosado. Tiene algo de insecto.
Y, desde luego, está la presentación que hace Murnau de Nosferatu, con una serie de encuadres en los que sale directamente de la oscuridad y está directamente encuadrado con toda la arquitectura del castillo. La sensación no es que viva ahí, sino que pertenece, que es, el castillo y él.
Entre ese movimiento ortopédico como de insecto, ese cráneo… creo que es la primera, que no la última vez, en la que estás deseando que este hombrecillo llegue a la meta y triunfe. Acabas poniéndote del lado del enamorado. Es una película que dialoga con el expresionismo, con el gótico, y tiene esa insistencia en el lado humano de Orlok, ‘el enamorado’. Claro, acabas entendiendo lo que hace y el riesgo que corre de desaparecer.
Precisamente muchas de las buenas películas, sobre todo del cine negro, son capaces de conseguir que el espectador se ponga de parte de un personaje protagonista, de alguna forma despreciable, ¿tiene que ver con el cine del que hablamos?
Yo creo que sí. Las películas deben acabar, o al menos eso es lo que ha generado el negocio, con una visión reconfortante del mundo. La restitución del orden, normalmente significa la anulación del que crea desorden, y en este caso le llamamos ‘el malo’. Pero resulta que el orden es muy aburrido y que los buenos suele ser gente que lo que buscan es la paz, de ahí que vayan de blanco. Por eso el mal es tan atractivo, y es tan peligroso que triunfe, porque es lo que nos gusta. Además en el cine nos liberamos del ejercicio práctico de nuestras acciones. El malo se salta las normas y eso es excitante, mucho más que el que las observa, que es el que siempre se lleva a la chica.
También en el cine hemos aprendido a darle la vuelta a esto. Hay determinado cine de acción de los 70 que ¡joder con el bueno!, como el maravilloso Harry el Sucio con la pipa, que mata a más gente para parar el atraco que si se van los pobres negros con los 20 dólares. «El malo se salta las normas y eso es excitante»
En definitiva, ese es el mecanismo que, de paso, nos ayuda a tener sueños eróticos con saltarnos las normas. Es una válvula muy sana. Por eso, esto de que en los cuentos de los niños no haya malos, que en las películas de Pixar tampoco haya malos, es un problema. Porque el mal y el miedo generan defensas, mecanismos de imaginación, de identificación, de empatía… un montón de cosas fundamentales para la educación. Por lo visto el malo está de capa caída, mientras nuestros héroes siguen siendo personajes góticos, como batman. Muy curioso…
No puedo dejar de pensar en ‘No habrá paz para los malvados’…
Esa era la idea precisamente. Es el protagonista y es el bueno, pero ¿qué pasa si es un auténtico hijo de puta? Y resulta que los espectadores están más a favor de Santos Trinidad que de la jueza. Es curiosísimo.