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Cómo responderí­a al creciente poder de China

¿Deberí­a ser el siglo XXI un siglo estadounidense? Para responder, sólo es necesario contemplar las alternativas. Una muy pregonada en tiempos actuales es que se trata de un siglo chino. Con una población de más de 1.000 millones de habitantes, sus tasas de 10% de crecimiento anual en promedio y su creciente poder militar, pensar en una China que llega para dominar Asia y gran parte del mundo es algo que cabe cada vez más en el plano de lo posible. El carácter del gobierno chino «que relaciona el libre mercado con la supresión de libertad polí­tica y personal» se convertirí­a en una norma generalizada e inquietante. Sin embargo, el amanecer de un siglo chino, y el fin de uno estadounidense, no es inevitable. Estados Unidos posee fortalezas inherentes que nos proporcionan una ventaja competitiva sobre China y el resto del mundo. Debemos, sin embargo, restaurar esos puntos fuertes.

Eso significa apuntalar nuestra posición fiscal y económica, reconstruir nuestras fuerzas armadas y renovar la fe en nuestros valores. Debemos aplicar esas fortalezas en nuestra política hacia China para hacer su que su camino a la hegemonía regional sea algo mucho más costoso que la vía alternativa de convertirse en un socio responsable en el sistema internacional.

El presidente Barack Obama se está moviendo precisamente en la dirección equivocada. El brillante logro de las reuniones en Washington de esta semana con Xi Jinping —vicepresidente y probable futuro líder de China— resultó pura pompa y ceremonia sin contenido.

Obama asumió el cargo casi como un suplicante en su relación hacia Beijing, casi rogando que siguiera comprando deuda estadounidense a fin de financiar su excesivo gasto aquí en casa. Su gobierno puso reparos a plantear cuestiones de derechos humanos por temor a poner en peligro el compromiso sobre la crisis económica mundial o incluso «la crisis global sobre el cambio climático». Tal debilidad sólo ha alentado a la reafirmación china e hizo a nuestros aliados cuestionar nuestra fortaleza en Asia Oriental.

Ahora, tres años después de comienzo de su mandato, el presidente ha respondido tardíamente con un muy promocionado «giro» hacia Asia, una frase que podría que podría resultar tan efectista y vacua como su «reinicio» con Rusia. El supuesto giro ha sido tan sobrevendido y conlleva una consecuencia inesperada: ha dejado a nuestros aliados con la preocupante impresión de que hemos dejado la región y que podríamos volver a hacerlo.El giro se distingue además por sus insuficientes recursos. A pesar de su gran discurso acerca de reforzar nuestra posición militar en Asia, las acciones del presidente Obama inevitablemente lo debilitarán. Planea recortar la construcción naval, reducir nuestra Fuerza Aérea, al igual que nuestras fuerzas en tierra. Debido a sus políticas y el fallido liderazgo, nuestro ejército se enfrentará a recortes de casi US$1.000 millones en la próxima década.

Debemos cambiar el rumbo.

En el aspecto económico, debemos enfrentar directamente las abusivas prácticas chinas en las áreas de comercio, propiedad intelectual y valoración de la moneda. Aunque estoy preparado para trabajar con los líderes chinos para asegurar que ambos países se beneficien del comercio, no voy a continuar una relación económica que premia las trampas chinas y penaliza a las empresas y trabajadores estadounidenses.

A menos que China cambie su comportamiento, el primer día de mi presidencia la declararé manipulador de la moneda y tomaré las medidas apropiadas para contrarrestarla. Una guerra comercial con China es lo último que quiero, pero no puedo tolerar nuestra capitulación comercial actual.

También debemos mantener las fuerzas militares acordes al desafío de largo plazo planteado por el desarrollo chino. Durante más de una década, hemos sido testigos de los aumentos de dos dígitos en los gastos militares informados por el gobierno de China. E incluso eso no refleja el alcance total de su gasto en defensa. Tampoco los números brutos nos dicen nada acerca de los aspectos más preocupantes de la estrategia de China, que está diseñada para ejercer presión sobre sus vecinos y desafiar la capacidad de EE.UU. para proyectar su poder en el Pacífico y mantener la paz de la que China se ha beneficiado.

Para preservar nuestra presencia militar en Asia, estoy decidido a revertir los recortes en el área de defensa del gobierno de Obama y a mantener una fuerte presencia militar en el Pacífico. Esto no es una invitación al conflicto. En cambio, esta política es una garantía de que la región sigue abierta a la cooperación comercial, y que las oportunidades económicas y libertades democráticas siguen floreciendo en toda Asia Oriental.

También debemos enfrentar de frente el hecho de que el gobierno chino sigue negando a su pueblo las libertades políticas básicas y los derechos humanos. Si EE.UU. no puede apoyar a los disidentes por miedo a ofender al gobierno chino, si no somos capaces de hablar en contra de las prácticas bárbaras que conlleva la política obligatoria china de un hijo por familia, nos limitaremos a envalentonar a los líderes chinos a expensas de una mayor libertad.

En última instancia, una nación que reprime a su propio pueblo no puede ser un socio de confianza en un sistema internacional basado en la libertad económica y política. Aunque es obvio que ninguna reforma democrática en China no puede ser impuesta desde el exterior, es igualmente obvio que el pueblo chino en la actualidad no goza todavía de los derechos civiles y políticos necesarios para convertir la disidencia interna en una reforma efectiva.

No me temblará el pulso para asegurarme que nuestro país sea seguro. Y la seguridad en el Pacífico significa un mundo en el que nuestro poder económico y militar no se subordine al de nadie. También significa un mundo en el cual los valores estadounidenses —los valores de la libertad y la oportunidad— sigan prevaleciendo sobre los de la opresión y el autoritarismo.

La suma total de mi enfoque asegurará que este siglo sea estadounidense, y no chino. Tenemos mucho que ganar de una estrecha relación con una China que sea próspera y libre. Pero no debemos dejar de reconocer que una China que es una tiranía próspera planteará cada vez más problemas para nosotros, para sus vecinos y para el mundo entero.

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