Mientras varios millones de personas, refugiados de las guerras de Oriente Medio, se hacinan ateridos de frío en los campos de Europa o de Turquía o se juegan la vida tratando de cruzar el Mediterráneo, las plutocracias europeas hacen sus helados cálculos: cuanta mano de obra necesitan, cuán barata puede ser, cuanta plusvalía se le puede sacar. Cuántos no necesitan y deben quedar a la interperie del invierno europeo, o devueltos a sus países y a los horrores de la guerra, o ahogados en el mar. Dinamarca o Suiza aprueban leyes para despojar de objetos de valor a los refugiados que lleguen a sus puertas y Alemania o Suecia echan atrás en sus políticas de asilo disponiendose a expulsar a cientos de miles de miles de seres. Esta es la naturaleza despiadada y maquinal de las burguesías monopolistas europeas y de sus ‘Estados del Bienestar’, precisamente aquellos que una parte de la izquierda y del progresismo se empeña en poner como ‘modelo a alcanzar’.
No es que la crisis de los refugiados – la mayor tragedia humanitaria desde el fin de la II Guerra Mundial- haya enseñado las vergüenzas de la Unión Europea, es que ésto es la UE. Este es el carácter criminal y despiadado de las oligarquías financieras más poderosas del continente y la de sus élites políticas. Frente a toda la papanatería europeísta -tan cacareada en los altares progresistas y socialdemócratas- de presentar a la Unión como una comunidad de países forjada en el respeto a los derechos humanos, a las libertades o al bienestar social… desde que se fundó, nunca ha dejado de ser un club imperialista, una estructura creada para que las burguesías del viejo mundo, especialmente la alemana, puedan imponer sus intereses de explotación y dominio.
Dinamarca y Suiza, ambos países con un altísimo nivel de vida, han aprobado leyes para confiscar los pocos objetos de valor que aún posean los refugiados que llegan a sus puertas pidiendo asilo. Además deberán pagar el 10% de sus salarios durante años, hasta abonar lo que estos países estiman que “cuesta su solidaridad”. Esta es la Dinamarca que algunos -como Pablo Iglesias o Albert Rivera- miran como “un modelo a seguir en lo social”. Nunca, en ningún país del mundo, los refugiados de guerra habían sido sometidos a un trato semejante, a un balance contable tan franco como desalmado. «Esta es la naturaleza despiadada y maquinal de las burguesías monopolistas europeas y de sus ‘Estados del Bienestar'»
La Alemania de Merkel se dispone a dar marcha atrás en su política de “puertas abiertas” y a aprobar leyes mucho más restrictivas para conceder asilo. La civilizada Suecia -donde gobierna un ‘progresista’ gobierno de socialdemócratas y verdes- ha hecho sus humanitarios cálculos, y ha concluído “dolorosamente” que “ya no somos capaces de recibir más refugiados”, anunciando la expulsión de cerca de 80.000 personas a las que se les deniegue el asilo. Austria hará lo propio con 50.000 refugiados de guerra. También David Cameron, primer ministro británico, se ha negado a acoger a 3000 menores que solicitaban asilo, a pesar de que su esposa… es embajadora de Save the Children. Cosas de los filántropos de la alta sociedad.
Los países más prósperos de Europa están dispuestos a enterrar el mismísimo Tratado de Schengen, el acuerdo que permite la libre circulación de personas dentro de las fronteras de la UE. Y pretenden empezar por Grecia, un país que ya vive su propio drama social por las imposiciones de la troika, y que se ha convertido en la puerta de entrada a la próspera -y mezquina- Europa.
La Hélade convertida en un nuevo y gigantesco campo de concentración -y polvorín social bajo los pies de Syriza- y el Mar Egeo transformado en un gran horno crematorio acuático en el que las oligarquías europeas inmolan a cientos de desharrapados cada mes, mientras muchos millones más aguardan desesperados en suelo turco. Sólo queda coserles una estrella amarilla en la solapa para que la sombra de la cruz gamada se agite de nuevo, satisfecha y hambrienta de muerte. Esta es su criatura, ésta es su Europa. Escúpanle a la cara.