Con motivo del fallecimiento de Mijail Gorbachov, el último presidente de la URSS, un destacado dirigente de izquierdas publicó un artículo en la revista Ctxt, en el que afirmaba:
“La URSS no era un régimen defendible, pero que su desaparición alejó a la humanidad de un futuro humanamente viable es también una evidencia”.
Quien firma el artículo es Pablo Iglesias, ex secretario general de Podemos, encabezándolo con el título de “Que vuelva la URSS… aunque sea para provocar”.
En el mismo, reafirma la idea de que con la URSS era posible “un futuro más humano” afirmando que “decirlo hoy supone saltarse los infames consensos mediáticos y políticos, pero no es más que decir la verdad, la puñetera verdad, frente a los necios”.
En este punto -que trasciende la valoración que se hace sobre la figura de Mijail Gorbachov y se adentra en la valoración que se hace de la superpotencia soviética y su desaparición, una de las grandes líneas de demarcación en la izquierda- no podemos estar más en desacuerdo con Pablo Iglesias.
Porque lo que desapareció en 1991 con la URSS no tiene nada que ver con el comunismo ni con el socialismo, ni con el marxismo-leninismo ni con la revolución.
Lo que desapareció con la implosión soviética fue una superpotencia imperialista, que -como EEUU- perpetraba crímenes y agresiones contra diferentes países y pueblos del mundo, usando la bandera roja para infiltrarse, subvertir y controlar a los movimientos revolucionarios, en su empeño por conquistar la hegemonía mundial.
Lo que desapareció con la URSS fue un régimen fascista, un régimen de dominación terrorista del capital monopolista, donde una clase dominante explotadora y opresora, una burguesía burocrática de nuevo tipo gestada en el interior del que fue el partido bolchevique, usurpó el poder revolucionario para imponer su dominación por el miedo y la fuerza, fomentando el culto servil a la autoridad, la persecución policiaca y la delación a toda disidencia. Transformando la economía socialista, al servicio del pueblo soviético, en un capitalismo burocrático que sólo sirvió para crear escasez, miseria y carestía para la mayoría, mientras que los jerarcas del politburó disfrutaban de lujos y dachas.
¿Un “futuro humanamente viable” bajo el fascismo soviético?
¿Al calor de los gulags, los campos de concentración soviéticos? ¿O gracias a la fuerza de los tanques que invadieron Checoslovaquia y Afganistán? ¿O aceptando el fascismo impuesto por el KGB, que llegaba al extremo de lobotomizar a disidentes políticos? ¿O añorando un dominio soviético que en Polonia asesino a los huelguistas mineros ahogándolos en un pozo?
Si alguien nos dijera que “el nazismo no era defendible, pero con él era posible enfrentarse al imperio británico y a EEUU”, no tendríamos dudas sobre cómo calificarlo. Lo mismo sucede con la posición de Pablo Iglesias.
Su defensa del fascismo soviético es abierta. Afirmando que no es fácil contestar afirmativamente a la pregunta de si el fin de la URSS “mejoró la vida de sus ciudadanos y la de los ciudadanos del resto del planeta”. ¿Quién puede tener alguna duda de que se vive mejor sin el fascismo?
No es la primera vez que Pablo Iglesias defiende abiertamente a la URSS. Sus palabras expresan de forma concentrada la naturaleza de una izquierda que colaboró y cerró filas con el fascismo disfrazado de rojo, con el imperialismo y las agresiones a los pueblos y países del mundo que, bajo la bandera de la hoz y el martillo, impuso durante décadas la superpotencia soviética.
Cuando el hegemonismo norteamericano y sus voceros difunden que con la desaparición de la URSS “cayó el comunismo”, cuentan con la inestimable colaboración de aquellos que defienden el fascismo soviético como si fuera revolución, desde la misma base de principios tóxica con la que hoy justifican la invasión imperialista rusa de Ucrania.
Desde estas posiciones, solo es posible enfrentarse a EEUU con la ayuda de otra potencia, como la URSS. Por eso afirman que tras su desaparición los pueblos han retrocedido, a pesar de que los hechos nos dicen exactamente lo contrario.
Libres de la intervención y subversión de Moscú, libres de su envenenada “ayuda desinteresada”, los países y pueblos del mundo -por ejemplo, en Hispanoamérica, pero también en Asia o África- han disfrutado de muchas mejores condiciones para avanzar en un camino de soberanía y desarrollo propios, para librar batallas y conquistar victorias contra las potencias imperialistas, colocando a EEUU primero a la defensiva y luego en su ocaso imperial.
Otros muchos revolucionarios alrededor del mundo -que hemos nacido denunciando a la URSS en los 60, y que celebramos y seguimos celebrando el fin del fascismo y el imperialismo soviético- afirmamos que hoy no se puede ser comunista sin denunciar los crímenes de Moscú como lo más ajeno a la revolución.
Tenemos, ante este asunto fundamental, exactamente la posición contraria a la de Pablo Iglesias. Y los hechos demuestran que esta cuestión de principios, lejos de ser un problema historicista, sigue de rabiosa actualidad. Y que ha sido y es una de las principales líneas de demarcación para la izquierda española y mundial.