Desde hace meses, EEUU vive las movilizaciones antibelicistas más potentes desde la Guerra de Vietnam, unas protestas contra el genocidio de Israel en Gaza en las que la juventud tiene un papel protagonista. Como en los años 70, los jóvenes han llevado su lucha a algunas de las Universidades más prestigiosas del país, levantando acampadas permanentes en más de 60 campus universitarios. Un movimiento que comienza a replicarse en algunas universidades europeas.
Desde los años 70, ni siquiera en las movilizaciones del «Black Live Matters», las Universidades norteamericanas habían vivido unas protestas remotamente semejantes.
En los campus tan prestigiosos como Columbia, Harvard, Yale, Brown, en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, en la del Sur de California, en la Northwestern de Chicago, en la de Austin (Texas), en Providence; en la de Michigan, en Ann Arbor, en Arizona… y así hasta más de treinta (y subiendo) universidades, los estudiantes han acampado en los jardines, y no asisten a clases. Les arropan banderas palestinas, pancartas y consignas, y no pocos profesores, muchos de los cuales han secundado varias jornadas de huelga en apoyo a sus alumnos… y a la causa de la Paz en Palestina.
Muchos miles de ciudadanos acuden a las acampadas a alentarlos. Figuras de Hollywood como Susan Sarandon, figuras de la izquierda norteamericana como Naomi Klein. Y también ancianas con números tatuados en la piel. «Soy una sobreviviente del Holocausto. Estoy aquí porque experimenté cuando era niña lo que que cada niño de Gaza experimenta hoy a diario, incluida la pérdida de mi familia, la guerra, los bombardeos…», les dice una señora de pelo cano, altavoz en mano, levantando aplausos. «Me alegra muchísimo ver que estáis aquí, me dais coraje e inspiración. Tengo 88 años y soy activista por los derechos civiles. Cuando llegué a Nueva York con 17 años descubrí el racismo en EEUU, y luego me convertí en activista contra la guerra. Necesitamos poner fin a esto, no podemos tolerar la matanza de 15.000 niños y de incontables inocentes más. ¡Estoy orgullosa de vosotros, estamos del lado de la justicia y la paz!”, afirma emocionada.
No les amedrenta la represión policial o de la Guardia Nacional, que -azuzados por los rectores o por los gobernadores- ha cargado en varios campus, golpeándoles con violencia desmedida, descargando en ellos las pistolas táser, deteniendo a cientos de estudiantes, pero también a varios de sus profesores.
No se arredran ante las amenazas de las autoridades académicas, que les amenazan con expulsarlos de sus prestigiosas universidades, arruinando las prometedoras carreras por las que tanto han estudiado, o por las que sus padres han ahorrado tanto para pagar.
Tampoco se achantan ante la siempre retorcida acusación de «antisemitas» que contra ellos lanzan los lobbies prosionistas y sus brazos armados de la prensa o la política, más ridícula aún comprobando la nutrida representación de jóvenes judíos norteamericanos, que -ataviados con la kufiya, o con kipás en forma de sandía (con los colores de Palestina, el símbolo pop de las protestas contra la guerra en Gaza- gritan «No en nuestro nombre».
Son jóvenes, están indignados y cargados de razones. Y están dispuestos -como lo hicieron sus padres o sus abuelos contra la guerra de Vietnam- a jugarse la carrera o la libertad para detener el más sangrante genocidio de nuestro tiempo: la brutal ofensiva de Israel contra Gaza.
Un holocausto que tiene lugar gracias a la protección política y diplomática de EEUU, gracias a los billones de dólares y miles de toneladas de bombas y armas que sistemáticamente, y desde el 7 de octubre, Washington ha enviado a Tel Aviv.
Por eso, las consignas van más allá de gritar «¡Cease Fire NOW!» (¡Alto el Fuego YA!), sino que exigen el fin inmediato del apoyo militar del gobierno de EEUU a Israel, incluyendo el cese del envío de armas y municiones. También instan a sus universidades a finalizar cualquier colaboración con centros académicos israelíes o a renunciar a financiación de empresas que participan en el conflicto.
Quizá los estudiantes lo sepan o quizá no, pero están cuestionando una de las líneas rojas del establishment político de Washington. Sean republicanos o demócratas, todos los presidentes norteamericanos saben perfectamente que Israel es una extensión del poder hegemonista de EEUU. Por eso, por sangrientos que sean sus crímenes y por incendiarias que sean sus acciones, nunca ningún inquilino de la Casa Blanca ha dejado de sostener al gendarme sionista, clave para los imperativos geopolíticos estadounidenses en Oriente Medio.
La avalancha de protestas estudiantiles comienza a propagarse al otro lado del Atlántico. Las acampadas florecen en el campus de La Sorbona, con cientos de estudiantes ocupando al grito de «todos somos palestinos» el edificio del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po). También protestas y tiendas de campaña en Bruselas, en Lisboa, en Milán… Un movimiento de lucha antibelicista contra la ignominia del genocidio en Gaza que no deja de crecer entre la opinión pública de todo el planeta, y muy especialmente entre la juventud universitaria.