Cicerón: la democracia contra el imperio

El asesinato por parte de dos sicarios enviados por Marco Antonio – su rival político- y la exposición pública de la cabeza y las manos con las que Marco Tulio Cicerón pensaba, escribía y decía sus discursos, es un símbolo brutal de la instauración de la Dictadura. Un hecho pensado para crear el terror entre los ciudadanos romanos y que pone de manifiesto el valor de la palabra.

Cicerón nació en el año 106 a.C. en Arpino, a 110 kilómetros de Roma. Es hijo de una familia plebeya, pero con una serie de privilegios. No pertenecía a los patricios, las grandes familias nobles fundadoras de la República. Desde niño lo envían a Roma para estudiar derecho, filosofía… A los 30 años, la edad mínima para poder hacerlo, inicia su carrera política, empezará como cuestor (el cargo más bajo) y llegará a ser cónsul, el magistrado de más alto rango, cuyo cometido era la dirección del Estado.

En su larga trayectoria fue un gran abogado y azote de políticos corruptos y enemigos de la República Romana, como Catilina. Posiblemente habréis oído hablar de “Las Catilinarias”, los discursos que hizo Cicerón en el Senado con los que consiguió denunciar, aislarle y derrocarle cuando preparaba un “golpe de estado” y el incendio de la ciudad.

Cicerón utiliza el arma de la palabra contra los enemigos de la República.

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¿Qué es la retórica?

El arma de Cicerón era la palabra y su arte la retórica. Hoy, cuando decimos que una intervención es retórica, entendemos que es recargada, redundante… pero este no es su significado real. La retórica, es un término que procede del griego y quiere decir “arte del orador político”. El desarrollo de la retórica va de la mano de los regímenes democráticos.

Su nacimiento se sitúa en Sicilia en el 476 a.C. cuando los tiranos de Siracusa llevaron a cabo expropiaciones masivas de terrenos a favor de soldados mercenarios. Los habitantes de la zona, se alzaron y les arrebataron el poder. Se estableció una forma de democracia y se iniciaron múltiples procesos para devolver las propiedades confiscadas durante el régimen despótico. Fue en ese proceso cuando se advirtió la necesidad de un “manual” que ofreciera de forma clara y sistematizada, unas técnicas sencillas de argumentación y unos métodos prácticos de debate. Córax- un reconocido orador griego- escribió una “guía” para ayudar a los ciudadanos a defender sus demandas en los tribunales. Este escrito se considera como el nacimiento de la retórica, “el arte” de convencer.

Cicerón es un orador romano que vive con pasión la lucha política.

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La política y los “idiotas”

Los fundamentos de la retórica se desarrollan en los períodos más democráticos de Grecia y Roma. La raíz de la palabra política proviene del término griego “polis” que significa ciudad-estado y de ahí deriva el término latino “politicus”, que hace referencia a los asuntos de los ciudadanos.

En la antigua Grecia se consideraba un valor la participación ciudadana en la vida pública, en la “política” y eran acusados de “idiotas” quienes no expresan interés por la gobernanza, tratándoles de ignorantes e individualistas. Este es el origen de la palabra “idiota”, aunque hoy no tenga el mismo significado.

Cicerón es uno de los grandes fundadores de la retórica y es ante todo un político. No es tanto, como se le define a veces, un filósofo. No busquemos en él tesis o categorías filosóficas. Es un político romano que vive con pasión la vida pública y usa sus nociones de filosofía y retórica como armas.

Marco Tulio defiende la República Romana y sus instituciones frente a la tendencia a que el “imperio” fuera devorando a la democracia. En concreto, a generales, como Julio César, que se basaban en el éxito de sus conquistas y en la fuerza de sus ejércitos, para centralizar todo el poder.

El Imperio Romano acaba con Cicerón, un símbolo de su democracia.

Para ello escribió “El Orador”, una obra que tenía como objetivo dar todos los elementos necesarios para ser el mejor orador. Dedicó este libro a Brutus, quien sería luego la cabeza de la conspiración que acabó con la vida de César. Cicerón no estuvo implicado ni informado de esta conjura, pero Brutus al levantar el puñal que había clavado en el cuerpo del dictador gritó su nombre como invocación a la libertad recuperada.

El gran orador quedó señalado, y después de varios sucesos fue ordenado asesinar por Marco Antonio, que formaba parte del triunvirato que sucedió a Cesar.

Con el asesinato de Cicerón y el fortalecimiento del Imperio, el arte de la retórica decaerá, ya no hace falta convencer a nadie, basta con la fuerza del terror y el poder de las armas.

Conocer hoy a Cicerón nos sirve para asomarnos a las apasionantes civilizaciones de Grecia y Roma, a sus idiomas, cultura y sociedades, que están en el origen de la mayoría de nuestras palabras, conceptos e instituciones. Y nos sirve para entender el valor de la palabra como arma y la importancia de su buen uso, en un momento en el que la cabeza del “Imperio” norteamericano quiere “devorar la democracia” e imponer una dictadura hegemonista mundial.