«Arguyen los convergentes que no han encontrado predisposición para el acuerdo presupuestario con otras formaciones, como el PSC o Esquerra. Tampoco han hecho muchos esfuerzos para buscarlo porque tenían ante sí un camino trazado mucho más claro. Es más cómodo un acercamiento al PP, que sin apenas contrapartidas recupera su pulso político en Cataluña, en una operación que además allana el camino para el momento, probablemente muy próximo, en que los populares puedan exhibir una victoria en las elecciones generales»
CiU además cedió ayer los fuegos de artificio de la resentación del pacto al PP, que regresa por la puerta grande a la vida política catalana. Los populares han dejado su condición de apestados. Crecidos por los resultados de las municipales que les han dado -gracias a CiU- alcaldías como la de Badalona o parte del pastel de la Diputación de Barcelona, culmina así el sueño de los populares catalanes. El acuerdo entre PP y CiU, más allá de las cifras, abre horizontes de futuro en dirección a las Cortes Generales y al Gobierno. (EL PAÍS) ABC.- Desde que en España se declarase la crisis económica, empezó a proclamarse, a modo de mantra o ensalmo, que había que «flexibilizar el mercado laboral», que la contratación «exigía reformas estructurales», que la competitividad laboral exigía «quitar rigideces». Poco a poco fuimos descubriendo que «flexibilizar el mercado laboral» significaba abaratar el despido, que las «reformas estructurales» consistían en recortar salarios, que «quitar rigideces» se resumía en vulnerar las garantías de los trabajadores. Se abarató el despido, se recortaron los salarios y se vulneraron las garantías de los trabajadores, como si tal cosa; y cuando ya parecía que los mantras o ensalmos habían cumplido su tarea de reducir al trabajador a un guiñapo, los artífices del desmán lanzaron otra consigna, para reducir el guiñapo a fosfatina: «Hay que ligar salarios y productividad». Creo que fue la teutona Merkel quien la puso de moda; pero de inmediato la empezaron a corear los plutócratas, los periodistas de pesebre, los politiquillos de diestra y siniestra: así hasta que la consigna se convirtió en una suerte de dogma económico inatacable. Editorial. El País Un pacto con futuro Convergència i Unió y el Partido Popular cerraron ayer en Cataluña un pacto de gran calado político que formalmente es un acuerdo para aprobar los presupuestos de 2011. A dos días de que se cumpla el primer aniversario de la masiva manifestación contra la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto, la realidad se ha encargado de mostrar la fragilidad de los grandes principios cuando se ponen al servicio de la aritmética parlamentaria. El Partido Popular, autor del recurso contra el texto estatutario y promotor de una campaña en la que utilizó toda la munición de tópicos anticatalanistas, va ahora del brazo de quienes defienden el derecho a decidir y un pacto fiscal similar al vasco o al navarro. El actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, llegó a firmar ante notario, en septiembre de 2006, que nunca pactaría con este partido, algo de lo que ya se arrepintió en apenas el plazo de una legislatura. Arguyen los convergentes que no han encontrado predisposición para el acuerdo presupuestario con otras formaciones, como el PSC o Esquerra. Tampoco han hecho muchos esfuerzos para buscarlo porque tenían ante sí un camino trazado mucho más claro. Es más cómodo un acercamiento al PP, que sin apenas contrapartidas recupera su pulso político en Cataluña, en una operación que además allana el camino para el momento, probablemente muy próximo, en que los populares puedan exhibir una victoria en las elecciones generales. En eso sí que la CiU de Mas se parece como una gota de agua a la de Pujol: hay que primar para los pactos a quien gobierne o vaya a hacerlo en Madrid. El PP puede presentarse con esta política de pactos en todas direcciones (CiU en Cataluña, PSOE en el País Vasco, IU en Extremadura) como el partido vertebrador capaz de establecer alianzas con todos. Y, en cambio, detrás del pacto hay poco más que una enorme voluntad de pacto. La presentación del acuerdo por parte de la líder popular catalana Alicia Sánchez Camacho fue un monumento a la vaguedad. Lo más vistoso es una mención de las célebres embajadas catalanas en el exterior, que hay que reducir, aunque nada se concrete ni enumere. Lo más concreto, una mención a la viabilidad de una serie de centros sanitarios y de enseñanza que queda sujeta a un impreciso estudio futuro. Los populares introducen su cuña política, obligando al Gobierno de Mas a presentar una ley de estabilidad presupuestaria, tal como recomienda el líder del PP, Mariano Rajoy. CiU además cedió ayer los fuegos de artificio de la presentación del pacto al PP, que regresa por la puerta grande a la vida política catalana. Los populares han dejado su condición de apestados. Crecidos por los resultados de las municipales que les han dado -gracias a CiU- alcaldías como la de Badalona o parte del pastel de la Diputación de Barcelona, culmina así el sueño de los populares catalanes. El acuerdo entre PP y CiU, más allá de las cifras, abre horizontes de futuro en dirección a las Cortes Generales y al Gobierno. ******************************* Economía España reduce su presencia en la lista de las 500 empresas más grandes del mundo España sigue perdiendo peso entre las empresas más grandes del mundo, según la clasificación que cada año realiza la revista Fortune. La presencia de las compañías españolas se reduce tanto en número, ya que tal y como ocurrió el pasado año ha desparecido una, con lo que su representación baja de las 10 que había en 2010 a nueve; al mismo tiempo que las que se mantienen en la lista retroceden posiciones. Así, en esta ocasión hay que bajar hasta el puesto 51 para encontrar a la primera empresa con denominación de origen española, que vuelve a ser el Santander con una facturación de 100.350 millones de dólares, cuando el año pasado se encontraba en el 37. En segunda posición repite Telefónica, con 80.444 millones, aunque pierde 10 puestos hasta el 78. Quien sí mejora es la petrolera Repsol YPF, que animada por el encarecimiento del crudo registra una facturación de 70.456 millones y vuelve a estar entre las 100 más grandes. En concreto, pasa del 114 de 2010 al 94. La presencia española continúa con BBVA, que baja al puesto 196 frente al 149 de hace un año con 43.465 millones, e Iberdrola, que también avanza en cinco posiciones al 212 y 40.305 millones de facturación. Sin salir del sector de las energéticas y petroleras Cepsa, por su parte, se pierde el avance de Repsol o Iberdrola y baja ligeramente del número 324 al 328 (26.150 millones) mientras Gas Natural Fenosa es la que más mejora al subir del 425 al 372 gracias a una facturación que ha alcanzado los 25.999 millones. La presencia española entre las 500 empresas más grandes del mundo concluye con la aseguradora Mapfre, que con 24.387 millones de facturación cede 37 puestos hasta el 394, y la constructora ACS con 21.558 millones. La constructora presidida por Florentino Pérez es la que más posiciones pierde, ya que cae en 104 de golpe hasta el puesto 450. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria y el persistente ajuste del sector constructor en España explican este retroceso, así como la salida de FCC de la lista, que sí estaba en la de 2010 en la posición 480. De hecho, desde 2009 hasta este año, las tres empresas que han abandonado la clasificación de Fortune son todas constructoras, ya que antes de FCC las que dejaron la clasificación de hace dos años fueron Acciona y Ferrovial. La pérdida de peso de España en la lista no es un fenómeno único entre los países occidentales, ya que esta tendencia es extensible a las grandes potencias europeas y, sobre todo, a Estados Unidos. En concreto, la primera economía mundial, aunque sigue dominando la lista con 133 representantes, mantiene su paulatino retroceso ya que hace una década tenía 185 empresas. En el lado contrario, China ha pasado de tener 12 empresas en 2001 a 61 en la actualidad. Lo que no cambia es que la cadena estadounidense de supermercados Walmart vuelve a colgarse, un año más, la medalla de oro por delante de las petroleras Royal Dutch Shell y Exxon Mobil. Walmart, que había conseguido recuperar el primer puesto en la lista Global 500 del año pasado, se encaramó a lo más alto de la clasificación tras anotarse una facturación de 421.849 millones de dólares y registrar beneficios de 16.389 millones durante el año fiscal que acabó el pasado 31 de enero. Desde que Fortune empezó a elaborar esta clasificación en 1990, la cadena de supermercados que nació en Bentonville (Arkansas) en 1969 ha sido la primera en ocho ocasiones. Además, los responsables de esta publicación destacan que tres firmas chinas aparecen en los diez primeros puestos de la lista (Sinopec, China National Petroleum y State Grid) y la presencia cada vez mayor de empresas procedentes de India, Rusia o Brasil y otras economías emergentes. Brasil, con siete empresas en el ránking, vuelve a ser el país latinoaericano con mayor representación en la lista. EL PAÍS. 9-7-2011 Opinión. ABC Salarios y productividad Juan Manuel de Prada Desde que en España se declarase la crisis económica, empezó a proclamarse, a modo de mantra o ensalmo, que había que «flexibilizar el mercado laboral», que la contratación «exigía reformas estructurales», que la competitividad laboral exigía «quitar rigideces». Poco a poco fuimos descubriendo que «flexibilizar el mercado laboral» significaba abaratar el despido, que las «reformas estructurales» consistían en recortar salarios, que «quitar rigideces» se resumía en vulnerar las garantías de los trabajadores. Se abarató el despido, se recortaron los salarios y se vulneraron las garantías de los trabajadores, como si tal cosa; y cuando ya parecía que los mantras o ensalmos habían cumplido su tarea de reducir al trabajador a un guiñapo, los artífices del desmán lanzaron otra consigna, para reducir el guiñapo a fosfatina: «Hay que ligar salarios y productividad». Creo que fue la teutona Merkel quien la puso de moda; pero de inmediato la empezaron a corear los plutócratas, los periodistas de pesebre, los politiquillos de diestra y siniestra: así hasta que la consigna se convirtió en una suerte de dogma económico inatacable. Varios lectores me preguntan si, conforme a la doctrina de la Iglesia, es lícito ligar salarios y productividad. Como nos recordaba León XIII en su encíclica Rerum Novarum, es una injusticia crasa que atenta contra la dignidad de los trabajadores, por abusar de ellos «como de cosas de lucro y no estimarlas en más que cuanto sus nervios y músculos puedan dar de sí». Y como Pío XI, cuarenta años más tarde, establecía explícitamente: «Se equivocan de medio a medio quienes no vacilan en divulgar el principio según el cual el valor del trabajo y su remuneración debe fijarse en lo que se tase el valor del fruto por él producido» (Quadragesimo Anno, 68). Para que el trabajo pueda ser valorado justamente y remunerado equitativamente, es preciso, afirmaba Pío XI, que el salario «alcance a cubrir el sustento del obrero y el de su familia, ajustándose a las cargas familiares, de modo que, aumentando éstas, aumente también aquél». También es preciso, por supuesto, tener en consideración «las condiciones de la empresa y del empresario, pues sería injusto exigir unos salarios tan elevados que la empresa no los podría soportar, sin la ruina propia y la consiguiente de todos los obreros»; y aquí Pío XI añadía una observación actualísima, que incumbe a los gobiernos y a los mercados: «Y cuando los ingresos no son lo suficientemente elevados para poder atender a la equitativa remuneración de los obreros, porque las empresas se ven gravadas por cargas injustas o forzadas a vender los productos del trabajo a un precio no remunerador, quienes de tal modo las agobian son reos de un grave delito, ya que privan de su justo salario a los obreros, que, obligados por la necesidad, se ven compelidos a aceptar otro menor que el justo». Y es preciso, concluía Pío XI, que la cuantía del salario se acomode al «bien común», de tal modo que exista «una justa proporción entre los salarios y los precios a los que se venden los diversos productos agrícolas, industriales, etcétera. Si tales proporciones se guardan de una manera conveniente, los diversos ramos de la producción se complementarán y ensamblarán, aportándose, a manera de miembros, ayuda y perfección mutua». Esta es la doctrina de la Iglesia sobre el salario justo y debido. Ligar salarios y productividad es, pues, radicalmente anticristiano. «Y defraudar a alguien en el salario debido —nos recuerda León XIII— es un gran crimen y un fraude que clama al cielo». ABC. 9-7-2011