60 años de pintura y 67 obras de dimensiones monumentales. La exposición que la sala Centrocentro dedica al pintor y escultor colombiano Fernando Botero, la más extensa sobre su obra realizada en España, es una oportunidad para acercarse a un artista capaz, como pocos, de haber creado un universo propio, con una fuerza visual que atrapa miradas en los cinco continentes.
En una época dada a convertir las obras de arte en “postales”, en productos de consumo rápido y comercio rentable, suele abordarse a Botero a través de una espantosa superficialidad. Convirtiendo los esféricos contornos de los voluptuosos cuerpos de mujeres y hombres que pueblan sus cuadros y esculturas en poco más que una pose. La realidad es que detrás de las singulares formas del “boterismo” hay toda una forma de ver y entender el mundo.
Que gira en torno a una de las cuestiones claves en la historia de la pintura: el volumen. Como plasmar, en un lienzo de dos dimensiones, una realidad tridimensional. La forma en que Botero lo resuelve nos da la llave de su obra: “el concepto de la exageración del volumen”.
En Botero la “exageración del volumen” es la forma de retratar una realidad rotunda y poderosa
En Botero la realidad es siempre exagerada, se desborda, se expresa en toda su plenitud, sea en un cuadro o en una escultura, retrate una mujer, un hombre o un objeto. Es una pintura tridimensional, que parece salirse del cuadro, y llena de “valores táctiles”, donde entran en juego varios sentidos.
Esa exaltación del volumen, esa realidad que solo puede expresarse de forma rotunda, lleva una carga de fuerza, exuberancia y sensualidad. Porque, como el mismo Botero afirma, “la sensualidad es la fuente principal de placer y constituye la contribución del artista a la realidad”.
En esa mirada de Botero está muy presente Colombia y una América del Sur donde la realidad se expresa rotunda, sin mesura, en todos los planos, el climático, el carnal, el social…
Es curioso cómo llegó Botero a ese universo personal. Tal y como él mismo relata, “lo primero que hice verdaderamente boteriano fue una mandolina. Me atrajo la amplitud y la generosidad del trazo exterior de su cuerpo y la pequeñez del detalle. Ese boceto fue mi punto de partida”. Adquirir toda una forma de comprender y plasmar la realidad a partir del dibujo de algo tan aparentemente insignificante como es una mandolina. Es la pintura de Botero, que la exposición de Centrocentro define acertadamente como”una maquinación terrible que trueca en monumentos los objetos más precarios”.
No pretende reflejar la realidad, con todos sus límites, condicionantes y reglas, sino recrearla, captarla en toda su expresión, para lo que muchas veces es necesario deformarla. Por eso, el pintor colombiano afirma que “nunca he trabajado con modelos ni he puesto una naturaleza muerta encima de la mesa para pintarla. Todo me viene de la imaginación, nunca he querido ser prisionero de la realidad. Yo no quiero copiar una fruta, tengo una idea de esa fruta y me es suficiente para crear un mundo irreal, que me interesa más que el real”.
“No quiero copiar una fruta, tengo una idea de esa fruta y me es suficiente para crear un mundo irreal, que me interesa más que el real”
Ese aire de irrealidad, remarcado por la expresión siempre hierática de sus figuras humanas, que es una forma de acercarse a la realidad.
La pintura o la escultura de Fernando Botero es una ventana al mundo, al de su infancia -“una especie de nostalgia u obsesión que he convertido en el tema central de mi trabajo”-, pero también a la más rabiosa actualidad. Como cuando, poseído por un arrebato de furia compartido por millones en todo el planeta, retrató en 78 cuadros los horrores de la tortura practicada por las tropas norteamericanas en la prisión iraquí de Abu Ghraib.
Es el universo de Botero, capaz de abarcarlo todo, con un exceso reflejado en una obra de 3.000 óleos, algo más de 200 esculturas y alrededor de 12.000 dibujos. Que todos reconocemos casi al instante, desde el más afamado crítico hasta un niño.