A pocos días de las decisivas elecciones legistivas en EEUU, consideradas un plebiscito para la presidencia de Trump y en las que las encuestas muestran una ligera pero menguante ventaja de los demócratas,las turbulencias zarandean un país polarizado.
Por un lado el envío de bombas a ex-presidentes y líderes demócratas por parte de un seguidor de Trump podría dar más ventaja a los rivales del presidente. Por otro lado escándalos como el del juez Brett Kavanaugh, y la eventual llegada a la frontera de miles de migrantes centroamericanos está sirviendo a los propagandistas republicanos para movilizar a sus votantes.
Los comicios de mitad de mandato del 6 de noviembre serán una importante prueba para Trump. Se eligen la totalidad de los escaños de la Cámara de Representantes y un tercio de los del Senado, así como los gobernadores de 36 de los 50 Estados. Hasta ahora Trump ha disfrutado de una cómoda mayoría tanto en el Congreso como en el Senado que le ha permitido desplegar sin demasiados problemas el grueso de sus políticas. La pérdida deuna de las dos a manos de la «ola azul» (el color de los demócratas) le crearía problemas y limitaciones a manos de la fracción de la clase dominante norteamericana opuesta a su gestión.
En este contexto de lucha aguda y enconada entre dos sectores de las élites políticas y financieras de la superpotencia, era de esperar que la campaña electoral fuera agria y convulsa, como lo fue la disputa entre Hillary Clinton y Trump que acabó -contra los pronósticos- con el magnate neoyorquino en la Casa Blanca. Pero esta vez (al menos de momento) no está siendo la injerencia rusa la que está irrumpiendo en la carrera al Capitolio.
Por un lado esta el ‘caso Khashoggi’, en la que los demócratas critican el tibio tono -cuando no condescendiente- que utiliza la Casa Blanca para criticar al régimen de Riad. Donald Trump ha tenido que declarar que el crimen es «una chapuza», pero está claro que no tiene intención de echar más leña al fuego contra un aliado clave en Oriente Medio.
Por otra parte está los intentos de atentado de César Sayoc, ferviente seguidor de Trump y fanático ‘hater’ anti-demócrata. Detenido por el FBI, ha confesado ser el autor del envío de más de una docena de paquetes bomba a políticos demócratas y otras figuras críticas con su idolatrado presidente. Entre ellas a los expresidentes Obama o Bill Clinton, a la candidata presidencial Hillary Clinton, al exvicepresidente Joe Biden, al actor Robert de Niro o al magnate y oligarca -y tradicional financiador de las campañas demócratas- George Soros. La imagen de un fanático de ultraderecha atentando contra sus líderes es una valiosa publicidad gratuíta para la campaña azul.
Pero Trump también tiene ascuas para arrimarlas al fuego. La polémica confirmación al Tribunal Supremo de Brett Kavanaugh, acusado de abuso sexual no solo sacó a la calle a miles de manifestantes feministas contra Trump, sino que también ha movilizado a otros tantos miles de votantes republicanos, convencidos de que los demócratas quieren recuperar el poder por cualquier medio. Y por último, la caravana de 7.000 centroamericanos que avanza por México rumbo a la frontera de EEUU también está sirviendo al Trump más reaccionario para agitar las consignas xenófobas tipo «Build the Wall» (¡Construyan el Muro!) que tan buen resultado le dieron en la anterior campaña.
Las encuestas ofrecen una predicción muy ajustada. Los demócratas tienen algo de ventaja (50% de intención de voto frente al 47% republicana) pero esa distancia se acorta conforme pasan los días. Y si algo ha demostrado Donald Trump es su capacidad de darle la vuelta a los vaticinios demoscópicos.