Cuando en noviembre del año pasado, y tras un tumultuoso recuento, las elecciones norteamericanas dieron como ganador a Joe Biden, un suspiro de alivio pudo escucharse desde las cancillerías del otro lado del Atlántico. Pero después de las alabanzas, no pocos analistas europeos fueron enfriando las expectativas. Si bien el nuevo emperador de Washington iba a enterrar el trato vejatorio y bronco de Donald Trump, restaurando en cierto grado el tono moderado en el vínculo transatlántico, «los buenos viejos tiempos no van a volver», aseguraron. El mundo había cambiado mucho en los cuatros años de Trump, las necesidades del hegemón se habían agudizado, y EEUU necesitaba imponer a sus aliados y vasallos europeos mayores tributos de guerra, y someterles a un más férreo encuadramiento en sus planes geopolíticos contra sus principales rivales globales, en especial contra China.
Las noticias y declaraciones que llegan de esta primera gira europea de Biden, cuando está a punto de cumplirse su medio año de mandato, no han hecho sino confirmar esos pronósticos. Si bien en las distintas cumbres (G-7, UE, OTAN) hemos podido escuchar una música muy diferente a los himnos estridentes y marciales que tocaba Trump, la letra de la canción no es demasiado diferente.
Hay cambios tangibles, desde luego. Biden ha anunciado el fin de guerra comercial de Trump contra la UE, enterrando la disputa entre Boeing y Airbus, o acabando con los aranceles que encarecían productos como el vino, el queso, las aceitunas o el aceite de oliva español, que se vieron gravados durante un año y medio con un 25% adicional. Pero ése es el ungüento para hacer tragar a los europeos lo verdaderamente importante para Washington.
Porque acto seguido, Biden ha leído a sus aliados la agenda de los intereses de EEUU, y les ha dicho que hay que cumplirlos. Una agenda hegemonista de esta gira que tiene un hilo conductor y tema prioritario: Europa debe encuadrarse mucho más firmemente en la estrategia norteamericana, aumentando la presión, el cerco y la contención de China, elevada ya al rango de “enemigo estratégico”.
Europa debe pasar a cortar las amarras -económicas, comerciales o tecnológicas- que le unen al gigante asiático. Los europeos deben pasar a ser mucho más beligerantes con los enemigos de EEUU, con Moscú, pero sobre todo con Pekín. Y Europa y el resto de miembros de la OTAN deben asumir como propios los planes de guerra del Pentágono; deben sustituir a las tropas norteamericanas en los escenarios de tensión del Este de Europa, Oriente Medio o África, para que la superpotencia pueda concentrar el máximo de tropas en la decisiva área del Asia-Pacífico y el cerco militar a China.
Todo desde hostigar a China
Cada propuesta que Biden ha hecho a sus aliados está -en todo o en parte- guiada por el objetivo principal de combatir el ascenso de China, condición necesaria para salvaguardar la hegemonía norteamericana y el orden mundial unipolar.
Biden ha propuesto en a los socios del G7 una nueva fiscalidad corporativa global, que ponga un impuesto de sociedades mínimo del 15%. Una política que ha sido alabada, incluso desde la izquierda, como el no va más del progresismo, pero que está ideada en función de las necesidades de la superpotencia. En el plano doméstico, este aumento de la presión fiscal a los grandes monopolios busca financiar un ambicioso plan de modernización del modelo productivo y energético, cambiando un sinfín de infraestructuras obsoletas e ineficientes. Biden quiere que sea EEUU -y no China, ni tampoco la UE- la locomotora de la nueva «revolución industrial» vinculada a la transición ecológica. Algo que necesita de una ingente inversión pública.
Cada propuesta que Biden ha hecho a sus aliados está -en todo o en parte- guiada por el objetivo principal de combatir el ascenso de China y de salvaguardar la hegemonía norteamericana.
Pero EEUU necesita que sus aliados acepten un ambicioso plan económico post pandemia, hecho desde los intereses de sus monopolios. Que el resto de los países de su órbita de dominio, de donde extrae grandes ganancias, relancen sus economías y recuperen impulso. Porque de lo contrario, piensa Washington, el «viejo mundo» seguirá quedándose relegado ante el auge del área del Asia-Pacífico, capitaneada por China. Y seguirá siendo un jugoso objetivo para las potentes inversiones y la fortaleza comercial de Pekín.
Por esa razón, el presidente norteamericano ha pedido a sus aliados a que le ayuden a cerrar el paso a las inversiones chinas es cada vez más áreas del planeta, incluidas aquellas que hasta hace no mucho eran un coto privado de caza del gran capital norteamericano. Esgrimiendo la bandera de “la falta de transparencia en los contratos, los deficientes estándares ambientales y sociales y la coerción” de China, Biden ha animado a sus socios occidentales para que inviertan en un macro billonario proyecto de infraestructuras y energía en América Latina, África y el sudeste asiático, que sirvan como contrapeso de proyectos como el de “La ruta de la seda”.
En el plano comercial, Biden ha mostrado su dulce zanahoria -el fin de los aranceles a los europeos- pero deja entrever el garrote. Ha dejado muy claro que en ciertas cuestiones tecnológicas de carácter geoestratégico -comunicaciones 5G, inteligencia artificial, computación cuántica y criptografía- los productos «made in China» van a estar prohibidos no solo en EEUU, sino en todo Occidente. Está dispuesto a imponer sanciones a los vasallos que no le secunden en su veto.
En el plano político, Biden ha convertido su «América is Back» en una cruzada por unir a Occidente contra la amenaza del Este: principalmente contra China, pero también hay un gran interés en golpear a Rusia.
Pero es sobre todo en el decisivo plano militar donde Biden viene con el guante de hierro enfundado en seda. Los miembros de la OTAN deben de darse prisa en incrementar sus presupuestos militares hasta el 2% de sus PIB. Deben contribuir a forjar el cerco a China, pero también a incrementar la presión sobre Rusia.
«Europa necesita a Estados Unidos y Estados Unidos también a Europa», ha dicho una y otra vez el presidente norteamericano. Con formas suaves y amplias sonrisas, una superpotencia en declive ha decidido que es el momento de exigir a sus aliados y vasallos una mayor contribución en todos los terrenos -económico, político y militar- para salvaguardar su hegemonía. Esta es, más allá de los gestos, la esencia de la gira europea de Biden.