Toda la atención mediática se concentra en la difusión de las fotos y audios que acreditan la relación íntima de Juan Carlos I con Bárbara Rey.
Pero nadie se ha fijado en un extraño profesor de kárate que acompañó al Rey emérito durante la transición. ¿Qué importancia tiene un entrenador de artes marciales? La periodista Pilar Urbano nos sitúa sobre la pista: “No deja de ser sorprendente que sus entrenadores [de Juan Carlos I] de kárate y squash, de gimnasio a domicilio, fuesen mandos de la Inteligencia Militar de EEUU”.
Las conexiones del anterior monarca con EEUU, incluso en aspectos que corresponden a su vida privada, como un profesor de kárate, son profusas… Pero no ocupan titulares.
Se puede desnudar las miserias de la Corona. Pero el estriptis no puede ser integral. Las relaciones “peligrosas” del monarca español con una potencia extranjera, EEUU, que evidencian su capacidad de intervención sobre nuestro país, deben seguir en una zona de sombra.
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La pista del dinero
No hablamos solo de una de las relaciones extramatrimoniales de Juan Carlos I. Intervino el Estado y se comprometió dinero público.
El Centro Nacional de Inteligencia -los servicios secretos españoles- puso en marcha la “Operación Persa”, con un objetivo: evitar que se filtraran las fotos, audios y videos que evidenciaban la relación de Juan Carlos I con Bárbara Rey.
Durante diez años, de 1994 a 2004, durante los gobiernos de Felipe González y Aznar, el CNI pagó a la actriz 600 millones de pesetas (3,6 millones de euros) para garantizar su silencio.
Otra vez los escándalos de la Corona nos remiten al dinero. Conocemos las comisiones ilegales cobradas durante décadas por el Rey emérito, que le han permitido amasar una enorme fortuna.
Sin embargo, la “pista del dinero” se sigue solo a medias. Se limita la responsabilidad al monarca, exonerando a centros de poder nacionales y extranjeros que se beneficiaron de los “chanchullos” que enriquecían al monarca.
Se ha documentado que en 2003, el Rey emérito cobró 52 millones de euros por facilitar que uno de los grandes bancos británicos, Barclays, adquiriera el Banco Zaragozano.
Y existen pruebas de que una parte del dinero “desaparecido” de la filial española del grupo kuwaití KIO, llegó al anterior monarca para facilitar que la aviación norteamericana pudiera disponer a discreción de las bases españolas en la primera Guerra del Golfo.
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Lo que no debe ser público
Parece que la inmunidad del Rey emérito ha desparecido, y que ya está permitido airear todos sus escándalos, que durante mucho tiempo se conocían pero eran silenciados.
Muchos investigadores han documentado la estrecha relación de Juan Carlos I con EEUU, certificando que la Corona ha sido, y es, una vía de intervención de una potencia extranjera sobre nuestro país.
Joan E. Garcés, cofundador en 1966 de la Federación de Partidos Socialistas de España y asesor de Salvador Allende hasta el mismo día en que fue asesinado durante el golpe encabezado por Pinochet, certifica que uno de los pesos pesados de la CIA, Vernon Walters, se entrevistó con Franco para garantizar que nombraría sucesor a Juan Carlos I.
El historiador Paul Preston reconoce que hubo “discretas presiones de EEUU para convencer a Franco de que entregara los poderes a Juan Carlos”.
El también historiador Charles Powell nos desvela que “durante la Transición el embajador norteamericano Wells Stabler mandaba informes a la Zarzuela que no mandaba al presidente Suárez”.
El investigador Alfredo Grimaldos ha documentado cómo Juan Carlos I, a través de Manuel Prado y Colón de Carvajal, negoció con Kissinger la entrega del Sáhara a Marruecos.
Y Pilar Urbano desentraña hasta que punto EEUU, a través del Rey, fue el “director de orquesta” de la transición: “Antes de empezar a reinar al Rey le dan una falsilla – yo le llamo el catecismo de Wells Stabler, el embajador de EEUU – donde se le dice el ritmo ralentizado al que tiene que hacer la apertura, y con quién tiene que bailar ese ritmo. (…) Que el Rey se está moviendo durante esos años bajo la tutela norteamericana es evidente, no digo nada que no sepa todo el mundo. Es una tutela militar, política y económica, por supuesto”.
Pero todo esto, que fue y continúa siendo decisivo en la política española, debe quedar sepultado bajo las toneladas de lodo que solo relacionan al ex monarca con Bárbara Rey.
Incluso ahora algunos medios relevantes declaran que “los audios grabados hace tres décadas por la vedette a Juan Carlos I alimentan las dudas sobre qué sabía el entonces monarca del golpe del 23-F”. Apoyándose en una de las conversaciones, donde Juan Carlos I alaba el silencio mantenido por el general Armada tras ser sentenciado por su participación en el golpe.
Se ensucia la figura del Rey emérito… para que no aparezca de ninguna manera el verdadero centro rector detrás del 23-F.
Juan Carlos I sí sabía, y participó en el auténtico golpe que se ejecutó, con éxito, en 1981, y que no era el chusco espectáculo encabezado por Tejero en el Congreso, sino una operación para acabar con un Suárez que desde la presidencia del gobierno se negaba a acatar el mandato norteamericano de integrar a España de forma inmediata en la OTAN.
Se deben investigar hasta el final todos los escándalos relacionados con la monarquía. Pero que no los utilicen para tergiversar nuestro pasado reciente, escondiendo bajo siete llaves una intervención norteamericana que antes y ahora determina lo que sucede en España.
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50 años del congreso que encumbró a Felipe González
Lo que realmente pasó en Suresnes
El 50 aniversario del congreso del PSOE que en 1974, en la ciudad francesa de Suresnes, dio lugar a una nueva dirección encabezada por Felipe González, ha sido celebrado como uno de los hitos que permitieron el retorno de la democracia.
Nos repiten que todo se explica por un relevo generacional natural, donde la energía de una nueva generación, la de González y Guerra, que barrió a la vieja dirección anclada en el exilio y el pasado.
La realidad es otra. Y la “versión oficial” una vez más persigue el objetivo de ocultar la intervención norteamericana, también en los partidos de “la izquierda”.
Desde finales de los sesenta Washington opera en España para crear una fuerza, troquelada por ellos, que pueda combatir la hegemonía del PCE en la izquierda.
Desde finales de los sesenta, y especialmente en los primeros años setenta, Washington opera en España para crear una fuerza, troquelada por ellos, que pueda combatir la hegemonía del PCE en la izquierda, esté dispuesta a ejecutar fielmente sus mandatos y juegue un papel clave en el futuro régimen democrático.
Esta es la operación política de envergadura que culmina en Suresnes.
Se sigue el guion ya aplicado en Portugal, donde la CIA creó de la nada un Partido Socialista que jugó un papel clave. En España se elige al PSOE, con una gloriosa historia pero que había prácticamente desaparecido. Había que deshacerse de la dirección histórica en el exilio, encabezada por Rodolfo Llopis, que acusaba a la socialdemocracia alemana de inmiscuirse en los asuntos internos del partido y se negaban a seguir su orientación atlantista y proyanqui. Para encumbrar a un nuevo núcleo dirigente, el representado por Felipe González y Alfonso Guerra, vistosos en lo externo y manejables en lo interno, capaces como el tiempo confirmará de seguir a pies juntillas las exigencias de Washington o la gran banca española.
Se utilizaron las fundaciones alemanas, como la Ebert, para canalizar dinero al PSOE, impulsando desde la irrelevancia al protagonismo político al grupo encabezado por González.
Los hechos posteriores, con un González gestionando nuestra integración en la OTAN, certifican el calado de la “operación Suresnes”.