A medida que avanza hacia no se sabe dónde, el denominado proceso no cesa de dejar damnificados a su paso. Como viene siendo habitual desde su inicio, la mayor parte de las tortas se las han llevado últimamente los socialistas, quienes, resignadamente acostumbrados a ello, han sobrellevado el trance lo mejor que han podido, optando por la acreditada táctica de la patada a seguir al trasladar a la comisión de garantías del partido el conflicto generado por los críticos, a la espera de que escampe y vengan tiempos mejores.
No vendrán. De hecho, la división del grupo parlamentario socialista en el pleno del Parlament hace un par de semanas fue un aviso para navegantes. Para navegantes de las aguas de la izquierda, más concretamente. Sencillamente, el PSC llegó al final del recorrido que permite el juego de las ambigüedades. Una de las características del proceso es que, en la medida que progresa, acaba con los grises, las medias tintas, las medias verdades y las medias mentiras, y el quedar bien con todo el mundo. Ya no es posible. Hay quien lo ve como una virtud de lo que está pasando.
Mientras el juego consiste en estar o no, genéricamente, a favor del derecho a decidir, puede estirarse la función teatral. Cuando hay que concretar esa posición, empiezan a saltar las chispas y afloran las contradicciones. Cuanto mayor es la importancia del partido en el tablero político catalán, antes aparecen las grietas y más rápidamente se expanden por el edificio. Por supuesto, no son solo los socialistas quienes padecen de ese mal, pero sí son quienes primero han tenido que recurrir a la cirugía para intentar atajarlo. A otros, de momento, les basta el maquillaje.
Sirve el maquillaje, pero no sin que se pague un precio por él. Es el caso de ICV. Monolíticamente del lado decisionista, la dirección del partido se esfuerza porque el momento de clarificar su posición se demore lo máximo posible. De ahí, por ejemplo, su apoyo a una pregunta para la consulta que ni los más entusiastas ecosocialistas creen de verdad que recoja nítidamente la opción federalista que corresponde, según se suele afirmar, a la mitad de sus militantes y simpatizantes. Una decisión que quizás contentó dentro de la formación a quienes priorizan lo nacional sobre lo social, pero que costó entender a quienes no veían razonable que se tragase con una pregunta que no recogía claramente la opción federal a cambio de nada, o peor, posibilitando con ello la aprobación de los presupuestos al abrir la puerta al apoyo a los mismos por parte de ERC.
No puede decirse, como hizo el portavoz de Ciutadans en un debate parlamentario reciente, que ICV sea por ello coautora del Presupuesto socialmente más regresivo en décadas, pero no puede ocultarse que sin su aval a la pregunta pactada estos Presupuestos no hubieran podido ser aprobados. La pregunta que sigue sin respuesta es: ¿Qué obtuvo la izquierda a cambio de aquel balón de oxígeno al presidente Mas? Sólo faltó oír a Dolors Camats en la pasada fiesta de los Tres Tombs decir que ICV vería con buenos ojos el pacto con CiU i ERC de un punto programático común para las elecciones europeas en torno a la cuestión del autogobierno. Es el juego de la ambigüedad al que antes me refería. ICV no apoya las políticas del Gobierno, evidentemente, pero sus electores contemplan cómo en la cuestión nacional sus dirigentes no dejan de hacerse arrumacos con la derecha más dura que ha gobernado la Generalitat en sus casi 35 años de historia reciente. ¿Es imaginable pensar en Cayo Lara afirmando que de cara a las elecciones europeas su coalición y el PP podrían llevar algún punto común en sus respectivos programas? No lo es. Aquí, sin embargo, parece que nada impide que quienes se presentan como la alternativa de izquierdas al gobierno neoliberal puedan pactar con este un mismo proyecto sobre el futuro nacional con el que luego pasearse juntos por el Parlamento Europeo. Quizás eso explique que, mientras todas las encuestas auguran un gran crecimiento electoral de Izquierda Unida, las expectativas de la coalición de izquierdas catalana apunten más bien al virgencita que me quede como estoy.
El mismo efecto tiene la falta de claridad sobre la opción que la coalición tomará cuando, ganado el derecho a decidir (Herrera dixit), toque explicar en qué sentido se piensa hacerlo. Ese es el punto en el que los ecosocialistas se verán en parecida tesitura a la que vienen trampeando los socialistas. Por eso hay que demorar ese momento cuanto más mejor, pero tarde o temprano, ya sea por la consulta, ya sea para definir el programa en unas hipotéticas elecciones plebiscitarias, habrá que decidir en qué sentido se quiere decidir. No parece difícil vaticinar qué pasará a continuación. Que les pregunten a los dirigentes del PSC. En fin, a estas alturas no sabemos si al final habrá o no independencia. Lo que parece meridianamente claro es que no va a haber izquierda para una larga temporada.