Cine

Avatar, con «A» de Afganistán

A estas alturas un gran número de lectores ya habrán acudido a los cines a ver la tan anunciada obra magna de James Cameron -especialista en superproducciones de alto presupuesto y escaso contenido-. Pero al margen de las cifras que se manejan, del gusto de cada espectador, y del tan promocionado ardid del 3D (que en nada perfecciona la riqueza de la plástica cinematográfica, sino que la limita), la cinta esta repleta de lecturas que, por un lado reflejan cuáles son las prioridades y las limitaciones de la mega-industria norteamericana, y cuál es su apuesta más evidente. Mientras que por el otro, se convierte en tótem explí­cito de la propaganda que nos acompañará durante la «Era Obama».

Avatar es un “bucle nostálgico”, orque esta es la primera sensación que tiene el aficionado al cine medio mientras ve la película. Un compendio de “remakes” -tan de moda en un Hollywood contemporáneo, falto de ideas, y en constante conflicto con los colectivos de guionistas-, que se entreteje a base de remiendos de los contenidos políticamente correctos de los que ahora ha tocado hacer difusión. Durante el metraje nos encontramos a Pocahontas (algo que a los sabuesos de Disney no se les ha pasado por alto), a una especie de anti-héroe que reproduce a la perfección el papel de Kevin Costner en Bailando con lobos, a una Sigourney Weaver que se auto-parodia reinterpretando a la Teniente Ripley, el personaje que le hizo famosa en Alien; y al malo de la película, que no es otro que el teniente “surfero” de Apocalipse Now, y que además llama Valquiria a su helicóptero. ¿Plagio u Homenaje? Da igual, porque toda la película es una sucesión de recurrentes y económicos “homenajes”. Cameron dejó claro que el reto en el que tantos años había estado trabajando era el de lograr construir un planeta entero para la ficción, en el que las experiencias de los antepasados estuvieran archivados en su propia naturaleza como en una base de datos. Esto hay que reconocer que lo ha conseguido a la perfección. Aunque también dejó claro que la trama en la que se fundamentara todo esto era mera anécdota, y no iba a invertir un gran esfuerzo en contar nada nuevo, o como él insinuó, “distraer la atención del espectador”. Así en esta película se concentra la línea que durante la última década ha dominado el cine comercial norteamericano, es decir, total supremacía del espectáculo visual –y generalmente digital-, sobre el contenido, la verosimilitud de la historia, la estructura narrativa o la construcción de complejos personajes; pilares estos sobre los que se asentó la “renovación” de los 70, con Coppola como principal exponente. Si teniendo en cuenta todo esto, decidimos adentrarnos de nuevo en la trama, podremos descifrar fácilmente una serie de consignas que se corresponden completamente con los principios básicos de la propaganda norteamericana más actual. Para sacar todo el provecho posible de un territorio ajeno, rico en recursos que gestionan empresas privadas, y en el que vive gente, existen dos vías: La primera es la clásica americana, arrasar con todo a base de cañonazos, destrozando tanto el bonito planeta como a sus simpáticos habitantes, encarnada esta posición en el oficial Marine, malvado a más no poder. Cabe señalar un sorprendente punto de lucidez en todo esto, y es que en la película queda evidenciado, y hasta ingeniosamente ridiculizado, el hecho de que los Marines trabajan orgánicamente al servicio del monopolio de turno. En el otro bando, los buenos de la película, son un selecto grupo de “científicos-ecologistas”, que pretenden, al fin y al cabo, explotar los mismos recursos del planeta. Intentando acercarse a los salvajes, tomando su mismo aspecto, para extraerles directamente todo su poder, disfrazados de aborígenes y mostrándose, tanto a los seres de la película como al propio espectador, como amables enfermeros de una ONG, que en última instancia, también esta financiada por la misma empresa que organiza todo el estropicio. Es evidente que al final los buenos, o sea, estos últimos, ganan la partida. Pandora, el planeta en cuestión, está muy lejos de ser un desierto, pero si el que escribe tuviera que ubicarla en el mapa lo haría muy cerca de Afganistán.

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