Casi todo el mundo en Cataluña coincide en señalar que la deriva soberanista en que se ha embarcado Artur Mas es consecuencia directa del fracaso de su gestión política, que le ha llevado a perder 10 diputados en las pasadas elecciones autonómicas o gobernar una Cataluña quebrada que necesita recurrir a la financiación del Estado para subsistir. Una especie de huida hacia adelante con la que tratar de recuperar con una nueva bandera «la del independentismo» los apoyos que su implacable política de recortes, copagos y privatizaciones le ha hecho perder.
Esta explicación, sin embargo, se derrumba a cada día que pasa. Según las últimas encuestas publicadas en Cataluña recientemente, si hoy hubiera elecciones CiU volvería a perder otros 10 o 12 diputados. Quedándose con la mitad de escaños que llegó a sacar Pujol en los años 90. ¿Es pensable, con estos datos, que todo obedezca a una estrategia electoral? Difícilmente, a no ser que se quiera llegar a la conclusión de que Artur Mas es un “tapado”, una especie de kamikaze con el objetivo oculto de destruir su propia formación.Pero entonces, ¿por qué esa obstinación en elevar constantemente el desafío soberanista a pesar de su coste político y electoral? El tercer escenarioHace unos pocos meses, el corresponsal de La Vanguardia en Berlín, Rafael Poch de Feliu, sacaba a la luz la existencia de un concienzudo estudio encargado por la fundación Friedich Ebert, vinculada a la socialdemocracia alemana. En él se hace un amplio recorrido sobre los posibles escenarios en que puede desembocar en el curso de unos pocos años, en 2020, la actual crisis de la Europa de la moneda única. «¿Por qué esa obstinación en elevar constantemente el desafío soberanista?» Y dentro de ellos aparecía uno, el tercer escenario, bautizado como el “síndrome Mezzogiorno”, en clara alusión a las regiones del sur de Italia y, por extensión, al sur de Europa. Escenario que contempla una disgregación futura de la UE que daría lugar a “una Europa matriz con Alemania en el centro y un euro restringido a las economías más sólidas”. Pero esta disgregación, añade el estudio, admite a su vez dos variantes. Una primera, un proceso de exclusión de diferentes Estados miembros, que permanecerían vinculados a la UE, aunque no a la moneda única, o bien a un euro de distinto valor al de los Estados centrales. En la segunda variante, esta disgregación podría venir acompañada de “una diferenciación regional” en el seno de los propios Estados condenados a formar una segunda o tercera división regional europea. Y cita expresamente, como ejemplos más claros del nuevo mapa político europeo que surgiría en este tercer escenario, el caso de “Cataluña y la Italia del norte”. En esta variante, “no son los Estados los que rompen con la unión monetaria, sino las regiones prósperas las que rompen con los Estados para intentar incluirse en una zona de integración central”. Bajo hegemonía alemana, por supuesto, le falta añadir al informe.«Las regiones prósperas rompen con los Estados para entrar en la órbita alemana» No hay que ser un lince político para descubrir debajo de este escenario una vieja idea que ha estado siempre presente, en múltiples formas y variantes, en el proyecto estratégico de la burguesía alemana, desde su nacimiento en la época de Bismarck. La de que para dominar Europa y saquear a conciencia países del tamaño y el peso de España o Italia, no basta con liquidar la democracia y secuestrar la soberanía nacional. Hay que romperlos y dividirlos, fragmentarlos en múltiples pedazos. Y si pudieran ser cada uno del tamaño de Chipre, tanto mejor para sus objetivos. Ya la puso en práctica Bismarck propiciando la desintegración de los imperios Austro-húngaro y Otomano. Hitler la llevó a primer plano con el proyecto de fragmentación de los Estados nacionales de la “Europa de los pueblos (o de las etnias)” que debía suceder como forma de organización política del viejo continente tras su triunfo en la Segunda Guerra Mundial. Reapareció en los años 90, tras la caída del Muro de Berlín, con los múltiples procesos de fragmentación que sacudieron a la Europa Central y del Este, y que tuvieron su máxima expresión en la sangrienta partición de Yugoslavia, alentada directamente desde Berlín. Y entre nosotros, cabe recordar cómo hace ahora 10 años con la tormenta política desatada en torno al plan Ibarretxe, la posible disgregación de España pasó a estar en la agenda del eje franco-alemán.Que uno de los centros de pensamiento del imperialismo alemán ponga públicamente en circulación un documento que contempla abiertamente la secesión de las regiones ricas del sur de Europa para anexionarlas a su área de influencia directa es, por sí mismo, más que preocupante. Pero además nos pone sobre la pista de por qué el empeño de Artur Mas en un desafío independentista para el que sabe que no cuenta ni con el apoyo de la mayoría del pueblo catalán, y ni siquiera con el de los principales poderes económicos y financieros de Cataluña. Ahondar el conflicto, azuzar la división, promover el enfrentamiento e ir creando estructuras propias de un Estado para, si llega la ocasión en que la burguesía monopolista alemana se decanta por el tercer escenario, estar ahí para ofrecer a Cataluña como uno de los nuevos länder alemanes del sur. Esta es la estrategia que se adivina cada vez mas claramente en el proyecto de Mas. Por eso no le importa el desgaste político y electoral que le supone. Está apostando a que llegado el momento, contará con el respaldo de la mayor potencia imperialista de Europa. Y como buen “patriota gibraltareño”, a él le es suficiente con eso. Porque su máxima aspiración es la de convertirse en un poder vicario, en uno de los virreyes de Merkel en los países del sur.