Zula y Wiktor inician una relación convulsa en Polonia bajo el mandato de Stalin, mientras el país y el resto del continente sufren una difícil situación después de la Segunda Guerra Mundial. Ambos son artistas que luchan por conseguir abrirse camino profesionalmente y estar juntos, tropezando una y otra vez con las dificultades de un confuso escenario político, con el otro y con ellos mismos. Descubren la imposibilidad de avanzar en su tierra natal manteniéndose al margen del partido stalinista y, por otro lado, que en la Europa capitalista no hay triunfo sin prostituirse. No hay lugar para ellos en el mundo. Una historia de amor imposible en tiempos oscuros narrada con una preciosa fotografía en blanco y negro.
La fuerza narrativa recae sobre Zula, un personaje complejo con una incapacidad para ser feliz que arrastra consigo por los países a los que huye y en todo lo que emprende. Lucha con uñas y dientes por cantar, su máximo sueño, por el que es capaz de hacer cualquier cosa. Mientras, Wiktor avanza en su carrera como pianista, y entre medias se encuentran y se rehúyen. No pueden estar juntos pero tampoco separados. Encontrar la estabilidad es una esperanza lejana en el contexto histórico que les toca vivir.
El protagonismo auditivo de este hermoso film no recae en los diálogos sino en la banda sonora, donde deleita al espectador con música tradicional polaca y colabora en la creación de su ambiente hipnótico con el jazz. La voz de Zula nos traspasa y conmueve al igual que cada fotograma, cuidado visualmente al milímetro, constituyendo en sí mismos breves obras de arte. El film deja en varias ocasiones en manos del espectador la tarea de deducir qué ha sucedido, mostrando solo lo más importante. Una de las mejores películas del año y una joya de la historia del cine que merece verse en la gran pantalla, y que confirma a Pawlikowski como una importante figura del cine europeo.