La izquierda de Morena, el partido del presidente López Obrador, y sus aliados, ha logrado revalidar la mayoría parlamentaria, y contarán con escaños suficientes para llevar adelante muchas de sus políticas. Un logro no poco valioso, con la oligarquía y los centros de poder del otro lado del Rio Grande apoyando a la derechista coalición opositora. Pero la victoria es parcial: Morena pierde un 20% de sus votos y no suma apoyos para llevar a cabo su proyecto más ambicioso: la reforma constitucional y la llamada «Cuarta Transformación».
Hace ahora tres años, en julio de 2019, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Morena hicieron historia. Por primera vez en muchas décadas, una opción de hondas raíces populares -ajena a los poderes oligárquicos, a Washington y a la ultra-corrupta y tradicional partidocracia mexicana- llegaba a Los Pinos, ganando además mayoría absoluta en el Parlamento. Tras casi mil días con Morena gobernando México, y con una pandemia de por medio, el país ha acudido a las urnas el 6 de junio, en las votaciones más grandes de la historia contemporánea del país latinoamericano, y planteadas prácticamente como un plebiscito sobre la presidencia de AMLO.
Se elegían más de 21.000 cargos públicos se renovaba la totalidad de la Cámara federal de Diputados, también 30 congresos locales en distintos estados, 15 gubernaturas estatales y 900 ayuntamientos y juntas municipales.
AMLO y sus aliados no solo mantienen las llaves de la gobernabilidad, sino que amplían notablemente su poder territorial.
El resultado es una victoria de AMLO y Morena, junto a sus aliados de izquierda, el Partido Verde y el Partido de los Trabajadores (PT), partidarios de la llamada «Cuarta Transformación» (4T) de México. Visto de conjunto, Morena -a pesar de una feroz campaña, política y mediática, en contra, y de las amenazas y asesinatos de muchos de sus candidatos a nivel local- mantiene la mayoría parlamentaria para gobernar el país. La suma de Morena, PT y Verdes suma 279 escaños de un Parlamento de 500.
AMLO y sus aliados no solo mantienen las llaves de la gobernabilidad, sino que amplían notablemente su poder territorial. Ganan en el 61% de los distritos federales, es decir 184 (de los 300 que hay en todo el país). López Obrador afianza en las urnas −con un 35% de votos frente al 39% en 2018− el respaldo a su proyecto político. La correlación de fuerzas se mantiene favorable a la izquierda.
En el otro lado del ring, la inédita -y hasta no hace tantos años, «anti natura»- alianza electoral de los tres partidos tradicionalmente oligárquicos, el PRI, el PAN y el PRD (los dos primeros de derecha neoliberal, el último el partido socialdemócrata que abandonó el propio AMLO), ha salido de la catástrofe que supusieron los pésimos resultados de 2018, mejorando de conjunto un 40% sus votos, pero juntos solo alcanzan los 197 escaños (los mismos que saca Morena en solitario), insuficiente para bloquear las reformas o los presupuestos de la izquierda. Y además, para unos partidos que han ostentado durante décadas un control territorial omnímodo, haber ganado sólo en el 39% de los distritos federales supone una severa pérdida de poder.
La derecha recupera representación parlamentaria (60 diputados) respecto al batacazo de 2018, pero no tantos votos (poco más de 200.000). El PAN llega a los 111 escaños, ganando 34. El antaño todopoderoso PRI recupera hasta los 69 curules, subiendo en 21. El PRD sube hasta 17, ganando 5. El centrista Movimiento Ciudadano, un partido bisagra, gana más de dos millones de votos, pero pierde un diputado, quedándose en 24.
En el campo de la izquierda, Morena pierde 8,4 millones de votos y 59 diputados, pasando de los 256 (mayoría absoluta) de 2018 a los actuales 197. Una parte de esos votos (1,6 millones) los recogen sus aliados, especialmente los Verdes (PVEM), que aumentan espectacularmente desde los 11 ediles del 2018 a los 44 actuales. Otros se han ido al centro o a otros partidos minoritarios.
La Cuarta Transformación necesita más fuerza
AMLO y sus aliados han amarrado el objetivo fundamental de la mayoría en la Cámara Federal, y podrán gobernar el resto de la legislatura, pactando entre ellos las políticas, lo cual vaticina un refuerzo de las políticas ambientalistas y sociales del gobierno de Morena.
Pero sin embargo, la meta más preciada y ambiciosa de López Obrador en estos comicios era llegar -junto al PT y Verdes- a la mayoría cualificada (dos tercios del Parlamento) que abre las puertas de una reforma constitucional, la llave del ansiado objetivo de la Cuarta Transformación, un conjunto de reformas estructurales con las que pretende reconfigurar el andamiaje institucional y productivo del país.
Para transformar en profundidad México, la izquierda cuentan con la fuerza de unas clases populares donde bullen las aspiraciones de progreso, de cambio, de bienestar, de revolución.
El término Cuarta Transformación hace referencia a las tres primeras transformaciones de la historia de México: la Independencia de España, la guerra de Reforma encabezada por Benito Juárez, y la Revolución Mexicana contra el régimen porfirista. López Obrador busca «hacer historia» con una serie de transformaciones estructurales en lo político, económico y social. Por ejemplo, acabando con los «abusos privilegiados» y la enquistada corrupción de los altos funcionarios del gobierno, en un país donde la mitad de la población vive en la pobreza. Impulsando un ambicioso plan de infraestructuras públicos, de energías, en sanidad, educación, políticas sociales…
Estas elecciones intermedias también han sido en buena parte un plebiscito para ese proyecto de Cuarta Transformación. Las fuerzas se dividen entre las «4T» (Obrador y sus aliados) y las «anti-4T» (PAN, PRI, PRD), con algunos partidos en la zona gris. Las «fuerzas pro-4T» han obtenido más de 23,4 millones de votos, el 49,68%, superando los votos de las «anti-4T» en casi un millón y medio de mexicanos.
Con la mayoría parlamentaria, AMLO y las demás fuerzas favorables a la 4T podrán impulsar muchas de sus reformas, pero necesitarán mayor fuerza -en votos y en movilización popular- para darles el “anclaje constitucional” necesario para se hagan estructurales e irreversibles.
En ese empeño, Morena y el resto de la izquierda van a enfrentar a poderosas fuerzas, las de una oligarquía mexicana que se resiste ferozmente a ceder ni siquiera una parte de sus beneficios; las de unas tradicionales y corruptas élites políticas, muy a menudo cómplices del narco y las redes mafiosas, que juegan muy sucio; pero sobre todo al poder del poderoso vecino del Norte, el poder de los centros de poder del hegemonismo estadounidense, que han disfrutado -hasta la llegada de Morena- de décadas de gobiernos del PRI y el PAN, absolutamente serviles a los dictados de Washington, y que buscan reinstalar a sus lacayos en Los Pinos.
Pero en la lucha por transformar en profundidad México, Morena y la izquierda cuentan con la fuerza de unas clases populares donde bullen las aspiraciones de progreso, de cambio, de bienestar, de revolución. Una fuerza popular que ya elevó a AMLO a la presidencia contra todos los obstáculos de las élites, y que debe seguir siendo la protagonista de la vida política mexicana en esta segunda parte del mandato.