Luchador infatigable contra el apartheid, sus largos años de cárcel, su coherencia y su dignidad lo han convertido en uno de los grandes líderes de nuestro tiempo, en una figura esencial de la lucha por liberación de los pueblos. Hoy Sudáfrica no solo ha enterrado el apartheid, sino que también aparece como uno de los países emergentes que ganan cada día un protagonismo antes impensable.
Ya el nombre que le pusieron sus padres en su idioma africano originario parece, visto en perspectiva, toda una premonición: , literalmente “el causante de desórdenes”. Y en efecto, Nelson Mandela ha dedicado toda su larga vida a promover el desorden por allá por donde ha pasado. Desorden contra el racismo, contra la desigualdad, contra la injusticia, contra la opresión, contra la pobreza, contra la explotación,… «Mandela simboliza la lucha de los pueblos contra el imperialismo y por su independencia»
Hijo de un jefe de la tribu xosa, Mandela renuncia a su derecho hereditario para estudiar Derecho en Johannesburgo. El choque es brutal.
De una infancia en la libertad total que otorga una aldea tribal pasa a conocer y sufrir la despiadada realidad del racismo y el apartheid. El instinto de libertad y el espíritu de lucha de Mandela le empujan a tomar conciencia política y, en 1944, ingresa en el Congreso Nacional Africano (ACN), un movimiento de lucha contra la opresión de los negros sudafricanos.
Dentro de él, funda la Liga de Juventud –que con el tiempo se hará el núcleo dirigente del ACN– con un programa por la independencia y el socialismo, antirracista y antiimperialista.
Cuando en 1948 el Partido Nacional Africano gana las elecciones (sólo para blancos) e inicia ya abiertamente el camino de la segregación racial, Mandela –elegido presidente de la Liga de la Juventud y posteriormente presidente del ACN en el Transvaal– organiza una Campaña de Desafío a las Leyes Injustas, promoviendo la desobediencia civil contra el apartheid, lo que le vale su primera condena de 7 meses de trabajos forzados y el confinamiento por varios años en Johannesburgo. Pero ninguna política represiva es capaz de detener la lucha del pueblo sudafricano, causa a la que Mandela ha decidido ya entregar su vida. Cumplida sus condena, reaparece en público promoviendo la aprobación de una de la Libertad, en la que se plasma la aspiración a un Estado multirracial, igualitario y democrático, una reforma agraria y una política de justicia social en el reparto de la riqueza.
El avance imparable de la lucha contra la segregación, obliga al régimen racista de Pretoria a adoptar una medida extrema: la creación de siete reservas o bastuntanes, entidades jurídicamente independientes, pero en realidad territorios marginales donde confinar a la mayoría de la población negra cuando acababan su trabajo en las fábricas y las explotaciones de los blancos. Es entonces cuando el Congreso crea un nuevo movimiento clandestino que adopta el sabotaje como medio de lucha.
Mandela, elegido secretario honorario, se encarga de dirigir el brazo armado del ACN: Lanza de la Nación. Su estrategia excluye desde el primer momento atentar contra la vida humana, centrándose en atacar instalaciones de importancia económica, de valor simbólico o que tuvieran importante repercusión internacional. Son años de vértigo para Mandela, que recorre África de Norte a Sur buscando apoyos para su causa. En 1962 es detenido nuevamente y condenado a 5 años de prisión. Una revisión del juicio por su pertenencia a Lanza de la Nación le condenará a cadena perpetua. 27 años preso en crueles condiciones, el gobierno de Sudáfrica rechazó todas las peticiones de libertad. Nelson Mandela se convirtió así en el símbolo de la lucha contra el apartheid dentro y fuera del país, en una auténtica figura legendaria que representaba la falta de libertad de todos los negros sudafricanos. En 1984 el gobierno intentó acabar con lo que se había convertido en un incómodo mito, ofreciéndole la libertad si aceptaba establecerse en uno de los bantustanes; Mandela rechaza el ofrecimiento afirmando: “la libertad es indivisible. Las cadenas que atan a mi pueblo son las que me atan a mí”.
Finalmente, en febrero de 1990 Mandela es excarcelado y se inician las negociaciones que darán paso al final del apartheid y a su elección, en 1994, como el primer presidente negro de Sudáfrica. Cinco años después entrega el poder a su sucesor, pero nunca llega a retirarse. Porque, como él mismo dice, su “largo camino aún no ha terminado”. Pues “mientras que la pobreza, la injusticia y la desigualdad total persistan en nuestro mundo, ninguno de nosotros puede descansar verdaderamente”.
La línea que encarnó Mandela no solo permitió derrotar al apartheid. Sudáfrica era hasta los años noventa un juguete en manos de las grandes potencias, que la condenaron a la marginalidad. Con Mandela, una nueva Sudáfrica empieza a ganar cuotas de autonomía que sabe aprovechar para encontrar “su lugar en el mundo”. Esta nueva autonomía ha permitido que la economía sudafricana creciera un 83% en la última década. Uniéndose al grupo de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), ejemplo de los países emergentes más dinámicos.
charles kenobi dice:
Yo lo que extraigo del artículo,es,que Mandela,como Luther King no eran peligrosos por ser negros,como nos pone la propaganda ofiicial,sino por ser socialistas y anti-imperialistas
ORO AFRICANO dice:
EL mundo no será libre hasta que Palestina sea libre (Mandela dixit). A buen entendedor, pocas palabras bastan. Viva Mandela y viva el Coronel Muamar al-Gaddafi.